29.08.11

 

La Iglesia celebra hoy la memoria del Martirio de San Juan el Bautista. Quien, sin duda, no es cualquier santo, pues de él dijo el Señor Jesucristo: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11a); aunque también dijo que “sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él” (Mt 11,11b), lo cual puede interpretarse de diversas maneras, siendo una de ellas la de la “superioridad” del Nuevo Pacto, establecido por Cristo, sobre el Antiguo, al que todavía pertenecía el Bautista.

¿Y por qué murió mártir San Juan Bautista? Por decir la verdad. Y por decirla con claridad. Y por decírsela a un rey que en verdad reinaba -no como ocurre en muchas monarquías de hoy-. No creo que hubiera cambiado mucho la cosa si en vez de ser un rey hubiera sido un gobernador o un simple general romano. El caso es que la verdad ofende al que vive en la mentira y el pecado. Y proclamarla conlleva un peligro evidente cuando el acusado tiene entre sus manos la espada, la metralleta o el Boletín Oficial del Estado.

La Escritura afirma que la Iglesia es columna y baluarte de la verdad. Y no de cualquier verdad, sino de aquella que nos salva. Pero una verdad que no es proclamada no produce el efecto benéfico y liberador del que Cristo habló: “… y la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

La verdad que la Iglesia tiene el deber de defender y proclamar no es una mera colección de sentencias, reglas y advertencias. La verdad es Cristo mismo, su persona. Pero no podemos separar a Cristo de su mensaje, de sus enseñanzas, de su ley. Decimos la verdad cuando afirmamos que Cristo nos salva. Pero también cuando advertimos que quien no cree en Él y hace lo que Él dice, se condena. Decimos la verdad cuando afirmamos que el hombre no puede por sí solo cumplir la voluntad de Dios, y que necesita la gracia para que Dios obre el bien en él, pero también cuando advertimos que quien desecha la gracia se enfrenta a un juicio del que sólo se puede salir con el veredicto de culpabilidad y una pena de condenación eterna.

Decimos la verdad cuando afirmamos que el hombre tiene derecho a la vida desde su concepción hasta su muerte natural, pero también cuando decimos que el aborto es un asesinato y la eutanasia atenta contra Dios y la dignidad de los seres humanos. Decimos la verdad cuando afirmamos que el matrimonio ha de ser para siempre y abierto a la vida, pero también cuando, siguiendo las palabras de Jesús, llamamos adúlteros a quienes se divorcian y vuelven a casar.

La verdad ha de ser confesada y proclamada en su integridad. No caben medias verdades. No caben tibiezas. Si acaso, cabe una cierta prudencia fruto de la caridad. Pero la prudencia no puede convertirse en excusa para callar. La prudencia no puede ser el parapeto detrás del que se esconden los cobardes que no quieren arrostrar las consecuencias de decir una verdad que puede llevarles incluso al martirio.

Si San Juan Bautista murió decapitado por decir la verdad, no creo que sea mucho pedir que los cristianos suframos hoy algún tipo de “incomodidades” por decirle a la sociedad lo que esta no quiere oír. Si en este mismo momento hay cristianos que son perseguidos hasta el martirio en Asia o en los países musulmanes, no tiene nada de particular que los que vivimos en Occidente soportemos el desprecio por ser testigos de Cristo y del evangelio. Es más, si no ocurre tal cosa será porque no hacemos lo que estamos llamados a hacer.

Dice San Pablo: “Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones. En cambio los malos y embaucadores irán de mal en peor, serán seductores y a la vez seducidos” (2 Tim 3,12-13). Cuando en la reciente JMJ vimos a un grupo de jóvenes soportando cristianamente todo tipo de vejaciones por el mero hecho de ser católicos, asistimos a un momento de gloria para la Iglesia.

Ahora que vemos que nuestra sociedad está en manos de la cultura de la muerte, la voz de la Iglesia ha de sonar atronadoramente como sonó la de San Juan Bautista hace casi 21 siglos. Hay que apuntar con el dedo y decir sus pecados, ofreciendo a su vez la salvación gratuita en Cristo. Los que se postran ante el ídolo de lo “políticamente correcto” -incluso de lo “eclesialmente correcto- sobran. Los que quieren pactar con los Herodes modernos, están de más. Y eso vale para todos los bautizados, pastores y ovejas. No hay otro camino. No hay atajos. San Pedro lo entendió cuando Cristo le llamó Satanás por aconsejarle evitar la cruz.

Hay cruz en decir la verdad. Pero sin cruz, no hay salvación. O hablamos nosotros o, como dijo Cristo, “si éstos callan gritarán las piedras” (Luc 19,40). San Juan Bautista mostró el camino que Dios ha marcado para los que están llamados a ser testigos de la verdad. O lo recorremos o seremos desechados de su Reino.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Por gracia de Dios, los que llevamos entre manos el funcionamiento de InfoCatólica, elegimos hace tiempo a San Juan Bautista como patrón de este portal. A su intercesión nos acojemos.