3.09.11

En los altares - Presentación

A las 12:07 AM, por Eleuterio
Categorías : General, En los altares
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Jesucristo

Podríamos decir que Imitar a Cristo es el camino hacia la santidad porque el Hijo de Dios nos marca la senda, comportamiento, hechos y doctrina del Mesías, por la que tenemos que caminar para llegar al definitivo Reino de Dios.

Por eso, la vida de aquellas personas que, dentro de la Iglesia católica, han subido a los altares y han sido declarados santos, no deja de tener interés porque bien es sabido que del ejemplo de las mismas pueden sacarse conclusiones que muy bien nos pueden ir a los demás miembros de la Iglesia católica.

De muchas maneras se puede definir la palabra “Santo”. Por ejemplo, es santa aquella persona que ha amado a Dios sobre todas las cosas, cumpliendo, así, su voluntad

Por tanto, por la forma del amor, a nadie le está vedado ser santo sino, al contrario, favorecida tal posibilidad porque depende de nuestra voluntad cumplir tal mandamiento divino. Y hay muchos creyentes católicos a los que se les ha reconocido tal manifestación del amor.

Es bien cierto que ante la situación de la fe por la que pasa nuestra sociedad, bien podemos exclamar, con San Josemaría, lo que éste dice en el nº 301 de su libro “Camino”: “Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. —Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. —Después… “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo”.

Por su parte, Benedicto XVI, al referirse al día de Todos los Santos, en 2007, dice que el cristiano “ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”. Entonces “A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más podríamos decir, de cada hombre!”.

Realidad de Cristo es que los hijos de Dios formamos parte del Cuerpo de Aquel (imagen, ésta, dotada de mucha fuerza, porque representa todo el depósito de la fe en la que vivimos y existimos)

Por otra parte, dice el evangelista Mateo, o recoge, una expresión de Jesucristo que centra, muy bien, la cuestión de la santidad porque supone, en realidad, un buen punto de partida para la consideración por la cual a determinados creyentes se les acaba elevando a los altares: “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) que es, más exactamente, una parte de lo que sigue al Sermón del Monte en el que predicó acerca de las Bienaventuranzas. Y es buscando tal perfección como, con errores incluidos, los santos han acabado siendo santos.

Tenían que ser, pues, perfectos, aunque sabemos que no es, tal realidad espiritual, nada fácil de conseguir. Por eso, vale la pena recordar lo que en el Génesis (17,1) dice Dios: “Anda en mi presencia y sé perfecto” porque, al menos, nos dice que tenían que tener presente, siempre, a Dios en sus vidas y tal presencia la transformaron en fruto y así poder decirse de tales creyentes lo que San Josemaría dice y que no es otra cosa que “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (número 2 de “Camino”). Y, así, tal aceptación de lo que fue la existencia del Hijo de Dios se vio reflejada en las circunstancias de los que, con el tiempo, serían santos.

Pero, para que tengamos conciencia de lo que la santidad supone, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (11) dejó dicho que “Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, para lo que el mismo Padre es perfecto”. Entonces, “A todos los cristianos nos pertenece, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratado y ordenado según Dios los asuntos temporales” (Ibídem, 31). Y eso es lo que hicieron los santos aunque bien sabían que, como dejó escrito san Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios (4,7) “Llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no viene de nosotros“. Perseveraron y, en cierto sentido y ya en vida, vencieron a la tendencia muy humana de huir de lo que nos cuesta esfuerzo, entrega o trabajo.

Ordenar la vida según Dios es lo que, fundamentalmente, les acercó a la santidad, lo que les procuró el Amor del Padre y lo que, al fin y al cabo, les hizo ser santos.

Bien sabemos, sin embargo, que todos los sanos que en el cielo están no son todos los que, en verdad, existe porque muchos a ellos, seguramente, nunca les será reconocida tal situación. Sin embargo, los que aquí se van a traer son algunos de los que están y, también, son.

Y, sin embargo, todo responde a la voluntad de Dios, como bien recogen las Sagradas Escrituras:

Sed santos para mí, porque yo, Dios, soy santo, y os he separado de las gentes para que seáis míos”, en Lev 20:26.

Pero el que guarda sus palabras, en ese la caridad de Dios es verdaderamente perfecto. En esto conocemos que estamos en Él”, en 1Jn 2:5.

Por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad”, en Ef 1:4.

Por eso, porque fueron elegidos desde la misma eternidad, merecieron la santidad.

Y, también, gracias deben ser dadas a Dios por tanta manifestación de su gracia que nos va a permitir, en las medidas de nuestras posibilidades, traer aquí algunos de los frutos de su alma.

Eleuterio Fernández Guzmán