5.09.11

Mariano Rajoy y el cumplimiento de la ley... canónica

A las 11:17 AM, por Luis Fernando
Categorías : Anti-magisterio, Actualidad, Secularización interna de la Iglesia
 

No me he vuelto loco. No es que me crea que Mariano Rajoy es el nuevo obispo de Orense. Ni siquiera sospecho que le vayan a nombrar canónigo penitenciario en la Catedral de Santiago de Compostela. De hecho, dudo que Rajoy haya hablado jamás sobre la ley canónica. Pero sí que ha planteado un principio elemental que, en mi opinión, sirve para cualquier tipo de legislación. Leo hoy en El Mundo:

El líder del PP, Mariano Rajoy, ha lanzado un claro mensaje al presidente de la Generalitat, Artur Mas, en torno al auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que obliga a que el castellano sea “lengua vehicular en la enseñanza en Cataluña junto al catalán“.

Ante los micrófonos de Onda Cero, el presidente ‘popular’ ha declarado que sólo hay una cosa que un gobernante tiene que tener clara: “No se puede incumplir la ley. Si no se cumplen lo que dicen los tribunales, nos hemos cargado el Estado de Derecho“. “El castellano y el catalán conviven en libertad en la vida de la gente“, ha manifestado Rajoy.

Efectivamente, no se puede incumplir la ley. Y si eso vale para la ley civil o penal de una nación, ¿cómo no va a valer para la ley que la Iglesia se da a sí misma? Precisamente hoy tenemos también como noticia las palabras que Mons. Francesco Coccopalmerio, Pontificio Consejo para los Textos Legislativos en el Vaticano, dirigió a cientos de estudiantes en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. El prelado aseguró que “sabemos que el Derecho Canónico es el conjunto de leyes que reglan la vida del bautizado, pero gran parte de ellas están ya en el evangelio“. Es más, afirmó igualmente que aunque “las leyes de los hombres son imperfectas“, si “vienen de una autoridad eclesial, aun imperfectas, debemos recibirlas porque vienen de la voluntad de Dios“.

La teoría queda la mar de bien. La ley está para algo. Cumple una función imprescindible. Una sociedad sin leyes o con leyes que no se cumplen, se precipita hacia la anarquía. Y la Iglesia, aun siendo de origen divino, es igualmente una sociedad formada por hombres y mujeres. Por tanto, si sus leyes no se cumplen, si no se aplican, su destino es precisamente el caos.

Antes de seguir, quiero dejar bien claro que vivimos bajo la gracia. Es decir, el cristianismo no consiste solo en el cumplimiento de una serie de leyes morales, canónicas o de cualquier tipo. Pero la gracia no nos exime del cumplimiento de la ley de Cristo, sino que más bien nos habilita para que podamos cumplirla. Y si hablo de la ley de Cristo, también lo hago de la ley de la Iglesia, pues ella ha recibido autoridad del Señor para atar y desatar.

San Pablo, que no era precisamente dudoso de ser un legalista empedernido, que dedicó gran parte de su predicación a enseñar que somos salvos por gracia, reconoce que la ley juega un papel importante en la vida de la Iglesia:

Sí, ya sabemos que la Ley es buena, con tal que se la tome como ley, teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, traficantes de seres humanos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana doctrina, según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que se me ha confiado.
(1ª Tim 1,8-11)

¿Somos conscientes de que el apóstol incluye “todo lo que se opone a la sana doctrina” en el mismo saco que una serie de pecados espantosos? ¿qué nos está queriendo decir el Espíritu Santo, que es quien inspira a San Pablo para escribir eso?

Se me podrá decir que soy terco como una mula, pero no puedo dejar de advertir que es un deber ineludible para la Iglesia el velar por la fe, por la sana doctrina, “desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Tim 1,19). Y ha sido precisamente la Iglesia quien se ha dado a sí misma una ley canónica, en la que encontramos lo siguiente:

751
Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.

y

1364
§ 1. El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el ⇒ c. 194 § 1, 2; el clérigo puede ser castigado además con las penas enumeradas en el ⇒ c. 1336 § 1, 1, 2 y 3.
§ 2. Si lo requiere la contumacia prolongada o la gravedad del escándalo, se pueden añadir otras penas, sin exceptuar la expulsión del estado clerical.

Yo pregunto: ¿de qué vale que tengamos esa ley si no se aplica? ¿A quién beneficia su no aplicación? ¿En base a qué principio evangélico, pastoral o doctrinal se pasa por alto algo tan elemental para la salud espiritual de los fieles, y por tanto de la Iglesia, la corrección disciplinar de aquellos que se oponen a la doctrina católica?

Obviamente no todo es herejía en los heterodoxos. Hay doctrinas, las que no tienen el grado de dogma, cuya negación no implica caer en la condición de hereje. Pero aun en ese caso, la ley canónica es también clara:

752 Se ha de prestar un asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio de los Obispos, en el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y de las costumbres, aunque no sea su intención proclamarla con un acto decisorio; por tanto, los fieles cuiden de evitar todo lo que no sea congruente con la misma.

Mariano Rajoy le dice a Artur Mas que “no se puede incumplir la ley. Si no se cumplen lo que dicen los tribunales, nos hemos cargado el Estado de Derecho“. Pero al menos en España hay tribunales que dictan sentencias. En la Iglesia, en relación a los heterodoxos, herejes y cismáticos, ¿dónde están esos tribunales? ¿me van a decir ustedes que la Congregación para la Doctrina de la Fe se encarga de todo? Es IMPOSIBLE que lo haga. No es que no quiera. Es que no puede. Quienes si pueden son los obispos en sus respectivas diócesis. Es a ellos, no a Roma, a quienes corresponde hacer cumplir la ley canónica. Roma debe intervenir sólo en casos extremos, en los que haya duda, en los que el disciplinado recurra.

La Iglesia vive algo tan absurdo como si, por ejemplo, los tribunales ordinarios de España se desentendieran del 90% de sus juicios y se los enviaran al Tribunal Supremo. Obviamente el TS se colapsaría. Así no podemos seguir.

Quienes somos padres sabemos bien lo poco agradable que es castigar a un hijo rebelde. Pero el padre que no corrige a sus hijos es un mal padre. Dice el libro de Hebreos:

Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.
Heb 12,5-8)

No se puede ser buen pastor de la Iglesia si no se vela por la sana doctrina, si no se corrige y disciplina al que se separa de la fe y lleva a otros por el camino de la perdición. La primera lectura de la Misa de ayer debe de servir de advertencia a quienes en la Iglesia tienen el deber de combatir el error:

A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: “Malvado, vas a morir sin remedio", y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida.
(Ezequiel 33,7-9)

Sirva también este artículo de advertencia a los que, en la Iglesia, no cumplen con su deber. Dios ya no me pedirá cuentas por lo que ellos hagan o dejan de hacer.

Luis Fernando Pérez Bustamante