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Servicio diario - 10 de septiembre de 2011

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Benedicto XVI: 11 de septiembre; nada justifica el terrorismo

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11 de septiembre: Recuerdo y compromiso

Reposando la JMJ

Cientos contra millones


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Benedicto XVI: 11 de septiembre; nada justifica el terrorismo
Carta al presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense en el décimo aniversario de los ataques terroristas
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha enviado Benedicto XVI al arzobispo de Nueva York y presidente de la Conferencia episcopal estadounidense monseñor Timothy M. Dolan en el décimo aniversario de los ataques terroristas contra los Estados Unidos.

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¡Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo!

En este día, mis pensamientos se dirigen a los sombríos sucesos del 11 de septiembre de 2001, cuando se perdieron tantas vidas inocentes en la brutal agresión contra las torres gemelas del World Trade Center y los ataques sucesivos en Washington D.C. y Pensilvania. Me uno a vosotros al encomendar a las miles de víctimas a la infinita misericordia de Dios Omnipotente y al pedir a nuestro Padre celestial que siga consolando a quienes lloran la pérdida de sus seres queridos.

La tragedia de aquel día se agravó aún más por la reivindicación de sus autores de actuar en nombre de Dios. Una vez más, se debe afirmar inequívocamente que ninguna circunstancia jamás puede justificar actos de terrorismo. Cada vida humana es preciosa ante los ojos de Dios y no se debería escatimar ningún esfuerzo en el intento de promover en todo el mundo un respeto genuino por los derechos inalienables y la dignidad de los individuos y los pueblos en todo lugar.

El pueblo americano debe ser elogiado por la valentía y generosidad que mostró en las operaciones de rescate y por su tenacidad para seguir adelante con esperanza y confianza. Es mi ferviente plegaria que un compromiso firme por la justicia y una cultura global de solidaridad ayuden a liberar al mundo del rencor que tan a menudo desencadena actos de violencia; y creen las condiciones de mayor paz y prosperidad, ofreciendo un futuro más luminoso y seguro.

Con estos sentimientos, extiendo mi más afectuoso saludo a usted, a sus hermanos en el episcopado y a cuantos están encomendados a su cuidado pastoral, y con mucho gusto les imparto mi bendición apostólica como prenda de paz y serenidad en el Señor.

Vaticano, 11 de septiembre de 2011


BENEDICTUS PP. XVI

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11 de septiembre: Recuerdo y compromiso
Por Robert Imbelli
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha publicado en “L’Osservatore Romano”  Robert Imbelli, sacerdote de la archidiócesis de Nueva York, profesor de teología en el «Boston College», Estados Unidos.

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El 11 de septiembre de 2001, en Boston, Nueva York y Washington d.c., era radiante y despejado —un día perfecto de final de verano—. Pocos de los que experimentaron su inicio y luego el horror que le siguió pueden volver a recordar tal jornada sin un suspiro de tristeza. Pero el recuerdo de la tragedia, como la anamnesis de la liturgia, pueden servir de exhortación a un renovado compromiso y comunión.

El beato John Henry Newman nos enseñó a distinguir entre comprensión nocional y real. La primera, aun siendo importante, permanece abstracta y conceptual. La segunda es concreta y experiencial, y estimula a la acción. La tragedia del 11 de septiembre evoca la comprensión viva de cuatro verdades.

Primero: la pasión y convicción religiosa puede estimular al bien, pero también puede alimentar un fanatismo letal. Para ser don de vida, el compromiso religioso debe ser templado por el discernimiento de la razón. Un importante texto del Nuevo Testamento, frecuentemente citado por Benedicto XVI, es el comienzo del capítulo doce de la Carta a los Romanos. En él, el Apóstol nos exhorta a comprometernos en el «culto espiritual» — logiken latreian (12, 1). Este culto «según el logos» se percata de que «el amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor» (13, 10). Para el Papa Benedicto la fe auténtica no desprecia la razón, sino que la purifica y perfecciona.

Segundo: muy a menudo damos por descontado y no logramos reconocer el valor del don de la vida y del amor. Muchos jóvenes, después del 11 de septiembre, han releído la Encíclica del beato Juan Pablo II «El Evangelio de la vida» que les ha desafiado a hacer propia, de modo más completo, su visión de un humanismo integral. Han llegado a comprender que una visión auténticamente católica integra la solicitud por el feto en el seno materno, por la viuda y el huérfano, el refugiado y el anciano. No sitúa estos intereses en competición entre sí, sino que los entrelaza en un compromiso sin fisuras con el Señor que vino para que todos «tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10).

Tercero: el 11 de septiembre reveló fuertemente la absoluta precariedad de la vida humana. Todas nuestras aspiraciones y logros pueden apagarse con rapidez. «Los días del hombre duran lo que la hierba… que el viento la roza, y ya no existe», lamenta el salmista (Sal 103, 15-16). A la luz de esta constatación, todos pueden con seguridad tomarse en serio la exhortación de la tradición budista: «¡Sed conscientes!». El reto espiritual para cada quien es ser consciente del momento presente y de la valiosa presencia del otro. La tradición bíblica, repetida cotidianamente en la liturgia de las Horas, insiste: «Ojalá escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis el corazón”» (Sal 95). Y muy frecuentemente la voz de Dios habla a través de la voz de nuestro prójimo, a través de su alegría y de su esperanza, su dolor y su aflicción.

Cuarto: el recuerdo más vivo de aquel día terrible persiste, no en el odio de los terroristas, sino en el valiente sacrificio de los socorristas, «los primeros que respondieron». Aquellos hombres y mujeres, fueran cristianos o judíos, musulmanes o personas sin una fe explícita, observaron la enseñanza de Jesús: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). La suya fue una solidaridad vivida, incluso hasta la muerte.

Con todo, la esperanza católica llega a trascender esta generosa solidaridad terrena. No se limita sólo a la vida presente. Nuestra gran esperanza engloba también la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Como escribe el Papa Benedicto en su espléndida encíclica Spe salvi (48): «Deberíamos darnos cuenta de que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Nadie peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los demás: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil».

Esta es la oración y la esperanza que los creyentes albergarán en su corazón cuando se reúnan el día del Señor para recordar el décimo aniversario del 11 de septiembre y para celebrar una vez más la comunión de todos en Cristo.

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Reposando la JMJ
Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de San Sebastián
SAN SEBASTIÁN, sábado, 10 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el balance que ha hecho de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011 monseñor José Ignacio Munilla, obispo responsable -junto al de Solsona, monseñor Xavier Novell- del departamento de pastoral de juventud de la Conferencia Episcopal Española.

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Han pasado varias semanas desde que terminó la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Madrid. En su transcurso, el evento generó 54.000 noticias en los teletipos de 108 países, a lo que se añade la gran cantidad de artículos posteriores.

En una lectura demasiado ligera, algunos han juzgado que este tipo de iniciativas sólo sirven para entusiasmar a los convencidos, y para encrespar más todavía a los contrarios… Sin embargo, pienso que una mirada más profunda nos ayuda a ver las cosas mucho más matizadas, hasta el punto de reconocer que “algo” se ha movido en nuestra sociedad con motivo de la celebración de la JMJ.

Es cierto que algunos de los medios de comunicación se han centrado en las reacciones más viscerales; algunas de las cuales, por cierto, nos han parecido más propias de la famosa “niña del exorcista” retorciéndose al contacto con el agua bendita… Pero aun siendo cierta la existencia de estos círculos virulentamente anticlericales, pienso que el fruto principal de la JMJ no es perceptible desde las crónicas de brocha gorda.

En efecto, me han llamado la atención algunos artículos de calado, como el de Vargas Llosa, quien reconoce el signo transmitido en la JMJ, y concluye que en su día fue un error pensar que la evolución cultural hacia la modernidad resultaría incompatible con la fe religiosa. También me ha impresionado comprobar cómo algún periodista de crónica religiosa, que se había caracterizado por denostar de forma indisimulada la JMJ (“pastoral triunfalista”, “fuegos de artificio”, etc.), ha reconocido públicamente su equivocación, al comprobar los frutos producidos (según la encuesta de la consultora GAD3, el 81 % de los participantes reconoce haber reforzado su relación con Dios, y el 55% afirma haber avanzado en el discernimiento de su vocación). Yo también puedo dar testimonio de más de un sacerdote y religioso que había juzgado críticamente la JMJ y que había optado por no implicarse en su convocatoria,  que se ha sentido positivamente “tocado” por una juventud admirable. Uno de ellos decía: “He visto de cerca a estos jóvenes, y tengo que reconocer que fuimos injustos al acusarles de ‘papalatría’”.

Ya antes de acudir a Madrid, los peregrinos de todos los rincones del mundo que convivieron unos días entre nosotros, fueron capaces de arrastrar a muchos jóvenes, e incluso a familias, camino de la JMJ. No olvidemos que los meses y las semanas previas a la JMJ, no era previsible una movilización de jóvenes españoles tan grande como la que finalmente se produjo. El número de inscripciones de peregrinos de los demás países era muy numeroso, pero no así el de los españoles. Pues bien, una de las explicaciones de esa asistencia de cerca de dos millones de jóvenes en Cuatro Vientos -como apunte orientativo, las compañías telefónicas han servido el dato de que en el recinto de Cuatro Vientos, fueron 1.560.000 las terminales telefónicas que estuvieron activas- , que a todos nos ha dejado sorprendidos, la tenemos que buscar, entre otros factores, en la gran animación que los peregrinos venidos de todas las partes del mundo realizaron entre los españoles, los días previos a la JMJ. ¡¡Su alegría y madurez nos habían conquistado!!

Una vez más, como en tantos otros momentos de la historia de la Iglesia, comprobamos cómo la “catolicidad” (universalidad) de la Iglesia es sanadora de nuestras crisis locales. Un día fuimos nosotros quienes llevamos la fe al Nuevo Mundo. Ahora llega el momento de abrirnos humildemente a todos los carismas que puedan rejuvenecernos.

Si se me permite destacar una anécdota de mi estancia en Madrid, me llamó la atención que los taxistas con los que tuve ocasión de charlar durante esos días, subrayasen su asombro y alegría. (¡Siempre he pensado que el gremio de los taxistas es uno de los que más sentido común suele demostrar, por aquello de conocer la realidad social a pie de calle!). Me decía uno de ellos: “Yo soy testigo de la degeneración progresiva que se ha producido en los últimos años, en la forma como los jóvenes viven el ocio por las noches…  y sólo puedo decir que esta juventud que estamos viendo estos días me llena de esperanza… ¡Me gustaría que mis hijos recibiesen ese tipo de educación moral!”. Yo le apunté que la clave de los valores de esa juventud no estaba tanto en la moral en sí misma, sino en haber descubierto a la persona de Jesucristo. ¡Sin Jesucristo y sin su Evangelio, es imposible una juventud así! El taxista calló y me señaló la imagen del Cristo de Medinaceli que tenía puesta en el salpicadero…

No quiero concluir sin hacer referencia a la imponente presencia del Orfeón Donostiarra en la JMJ. No olvidaremos nunca aquella tormenta de Cuatro Vientos, que nos dejó empapados en la celebración de la Vigilia nocturna, a la que siguió un impresionante silencio en el que adoramos a Jesucristo presente en la Eucaristía... Un suave y precioso canto se elevó en aquel momento: “¡Ave verum Corpus natum de Maria Virgine!” (¡Salve, verdadero Cuerpo nacido de María Virgen!)… ¿Cantaba el Orfeón Donostiarra o era el coro de los ángeles cuyas voces llegaban hasta nosotros?

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Cientos contra millones
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 10 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título “Cientos contra millones”.

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VER

Estamos 85 obispos en Monterrey, en un curso de formación permanente sobre temas de bioética. Al decidir realizarlo en esta ciudad, que últimamente ha sufrido terribles embates del crimen organizado, hemos querido expresar nuestra solidaridad con las víctimas y con la sociedad en general, que vive en angustia y miedo. En el país, los victimarios son cientos de jóvenes, víctimas ellos mismos de sus poderosos y despiadados jefes. Por otro lado, los casi dos millones de jóvenes en la reciente Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, indican que hay otra juventud sana, positiva, constructora de una nueva humanidad.

Se han presentado los resultados de la llamada “Iniciativa México”, con casi 57,000 proyectos, servicios, organizaciones e ideas renovadoras, que nos muestran una juventud y una sociedad diferente, solidaria, generosa, trabajadora, digna de todo elogio y que nos alienta también en la esperanza. Es el otro México, que no se resalta en los medios informativos. Son más los jóvenes buenos y las personas positivas, que aquellos que han sido encadenados por el mal.

JUZGAR

Decía el Papa al inicio de dicha Jornada: “Si los jóvenes de hoy no encuentran perspectivas en su vida, también nuestro hoy está equivocado, está mal”. Y enumeraba algunas dificultades que sufren: “La justicia y el altísimo valor de la persona humana se doblegan fácilmente a intereses egoístas, materiales e ideológicos. No siempre se respeta como es debido el medio ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor. Muchos jóvenes miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro. Hay otros que precisan de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda eficaz, si por desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada que padecen en determinadas regiones y países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre”.

¿Qué les ofreció el Papa, y que les ofrecemos nosotros? No dinero, no un trabajo, no formar una organización social o política, sino lo que tenemos: “Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe. Para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos… Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y limitaciones. Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado, tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus más altos ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real”.

ACTUAR

El Papa concluía diciendo algo que nos marca una pauta de acción: “Vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado. En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias” (18-VIII-2011).

Acompañemos pastoralmente a los millones de jóvenes sedientos de verdad y de vida, y busquemos caminos de rescatar a los cientos que han sido esclavizados por el dinero, la droga y el placer, o han caído en esas redes por falta de un trabajo digno y de una familia integrada.

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