10.09.11

 

En estos días se está celebrando en Madrid, en la sede del sindicato Comisiones Obreras, el congreso anual de la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Teólogos serán, no lo dudo, pero tampoco albergo dudas de que en ellos el nombre del “Papa bueno” es profanado. Aquel que habló de la Iglesia como Madre y Maestra no admitiría que bajo su nombre se amparen aquellos que ni tienen a la Iglesia como Madre ni hacen otra cosa que luchar contra sus enseñanzas como Maestra.

Como introducción al congreso, el medio de comunicación de referencia del progresismo heterodoxo eclesial entrevistó al insigne Juan José Tamayo, alma mater de dicha asociación, que en un claro intento conciliador con la Iglesia dijo, entre otras lindezas, lo siguiente: “El papado es la institución fundamentalista por excelencia, que carece de fundamento bíblico y teológico y, por supuesto, no es de institución divina. El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico“. ¿Qué? Conmovedor, ¿verdad?

Tiene su gracia que el director de ese periódico digital nos venga luego con quejas amargas por la inexistencia de diálogo por parte de la Iglesia con ese sector al que pertenece tanto él como Tamayo. Dice: “¡Qué testimonio de diálogo con todos daría el cardenal Rouco si, después de arropar a los Kikos en Cibeles, se acercase a la clausura del Congreso de la Juna XXIII!“. Pues sí, sin duda que sería un testimonio importante. Pero no de diálogo sino de claudicación ante la herejía liberal progresista que ha puesto y pone en peligro la comunión en el seno de la Iglesia Católica.

Es realmente curioso el ver como el director de ese medio apela al diálogo entre Roma y los lefebvristas para justificar un posible diálogo entre la Iglesia y los Tamayo and company. Pero ocurre que los lefebvristas no niegan la divinidad de Cristo. Tamayo sí. Los lefebvristas no niegan ningún dogma católico, aunque habrá que ver si no es eso lo que finalmente acaban haciendo si insisten en no reconocer la autoridad del último concilio ecuménico. Quiero decir que de poco vale afirmar que uno cree en la autoridad de la Iglesia si luego se la pasa por el forro. Pero no es ese el debate que quiero suscitar con este post. Lo que sí quiero señalar es que los extremos se atraen. Y que los progres dicen que quieren para ellos lo que la Iglesia ha ofrecido a los otros.

Por más que se empeñen, esto no es un problema de sensibilidades sino de profesión de una misma fe. ¿Profesan la inmensa mayoría de los participantes en ese congreso la fe católica? ¿Aceptan la autoridad del magisterio? La respuesta es no. Y si no se tiene la misma fe, no cabe estar en comunión.

Sí hay un ámbito en el que cabe la posibilidad del diálogo. Me refieron al del ecumenismo. Es decir, ya que la Iglesia dialoga con protestantes de todo tipo, no tiene nada de particular que lo haga con estos. En mi opinión no va a valer de nada pero hablar es gratis. Eso sí, antes tiene que quedar claro que no son católicos. Y en el caso de Tamayo, ni siquiera es cristiano, porque no puede ser cristiano quien niega que Cristo es Dios. En su caso entraríamos ya en el área del diálogo interreligioso, que es distinto del ecumenismo.

La idea de que en la Iglesia cabemos todos es a la vez verdadera y falsa. En la Iglesia Católica caben todos los hombres de buena voluntad que crean en Cristo y acepten las enseñanzas de aquella que es columna y baluarte de la verdad. Pero no caben aquellos que no aceptan la sana doctrina que recibimos de ella. La Iglesia puede tener paciencia y abrir los brazos a aquellos que están de camino hacia la plena asunción de la fe católica. Ahí está el ejemplo de los anglocatólicos que regresan a la barca de Pedro. Pero no puede mirar con ojos complacientes a los que van de camino hacia la herejía, el cisma y la apostasía. El llamamiento hacia ellos no puede ser otro que el de la conversión. Convertíos a la fe católica. Sólo entonces seréis en verdad católicos. Todo lo demás es una pérdida de tiempo, una cesión al engaño. En otras palabras, en la Iglesia Católica cabemos los católicos. Los que no quieren serlo, los que se resisten a convertirse a la fe que fue entregada una vez a los santos, no pueden pretender que los tomemos por tales. Son hermanos separados. Y ni siquiera son todos hermanos nuestros. Tamayo, desde luego, no lo es.

Luis Fernando Pérez Bustamante