10.09.11

El perdón indivisible

A las 1:25 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Dios es “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102). La misericordia de Dios tiene por objeto nuestra miseria, nuestras debilidades y pecados. Él es rico en misericordia porque ofrece a los pecadores el perdón por la penitencia sin ninguna limitación. Como explica Benedicto XVI: “A pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar ‘obstinado’, y nos envuelve en su inagotable ternura”.

La vida de nuestro Señor Jesucristo, y de modo particular su Cruz, revelan la misericordia de Dios. Si el misericordioso es aquel que se deja conmover y que se inclina para atender a las necesidades de otro, no cabe pensar inclinación más profunda que la Cruz. Cristo, dice santo Tomás de Aquino, no solo es misericordioso por la aprehensión de nuestra miseria - porque en cuanto Dios conoce la pasta de que estamos hechos – sino que lo es también por la experiencia, “y así es como Cristo, de modo principalísimo en la Pasión, probó en carne propia la miseria nuestra”. Por eso la enseña, la manda y la ejercita.

En la oración del Padrenuestro el Señor nos enseñó a pedir: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Catecismo Joven de la Iglesia Católica (Youcat) explica el sentido de esta petición: “El perdón misericordioso, que nosotros concedemos a otros y que buscamos nosotros mismos, es indivisible. Si nosotros mismos no somos misericordiosos y no nos perdonamos mutuamente, la misericordia de Dios no puede penetrar en nuestro corazón” (n. 524). Un corazón cerrado a la acción de la gracia hace imposible el perdón y bloquea nuestra participación en la misericordia de Dios.

El libro del Eclesiástico pone de relieve la contradicción en la que incurre la persona rencorosa, vengativa e inclemente: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?” (Eclo 28,3-4).

Jesús, respondiendo a Pedro, nos manda perdonar siempre (Mt 18,22). El perdón mutuo ha de ser ilimitado porque tiene su fundamento en la ilimitada compasión de Dios. Un discípulo de Cristo se sabe perdonado por Dios de grandes deudas y, en consecuencia, ha de saber perdonar también las ofensas del prójimo: “No encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar continuamente y siempre”, comenta san Juan Crisóstomo.

Debemos contemplar a Cristo, mirarlo en su Pasión y en su Cruz, y pedirle que envíe a nuestros corazones el Espíritu Santo para que nos dé los mismos sentimientos de Jesús (cf Flp 2,5). En el sacramento de la Penitencia podemos experimentar la ilimitada misericordia de Dios, librándonos de las cargas e hipotecas del pasado y disponiendo nuestro corazón para estar dispuestos a perdonar no una vez, ni tres, ni siete, sino siempre.

Guillermo Juan Morado.