24.09.11

Ofrecer y hacer

A las 1:44 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo XXVI del TO (Ciclo A)

¿En qué consiste cumplir la voluntad de Dios? Ante todo en poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que el Hijo de Dios siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Catecismo 2825). Necesitamos, para ello, unirnos a Jesús y dejar que el Espíritu Santo nos haga semejantes a Él plantando en nuestros corazones “los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús” (Flp 2,5).

En la parábola de los dos hijos (cf Mt 21,28-32) contrasta la actitud del primero de ellos con la del segundo. El primero dice que no quiere aceptar la invitación del padre de trabajar en la viña. Pese a esta negativa inicial, se arrepiente y va. El segundo contesta de inmediato: “Voy, señor”, pero no va.

De algún modo se ve reflejada en esta parábola las distintas respuestas que Jesús obtiene en Jerusalén: los pecadores, ejemplificados por los publicanos y las prostitutas, no cumplían la voluntad de Dios, pero al escuchar a Juan el Bautista y a Jesús, se arrepintieron y creyeron. En cambio, los sumos sacerdotes y los ancianos, que decían obedecer a Dios, al rechazar a Juan y a Jesús, no le obedecen en realidad, sino solo de labios hacia fuera.

Por su arrepentimiento y por su fe son los pecadores quienes “llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”, ya que no se puede avanzar en este sendero sin creer y sin convertirse. Van por delante no por ser publicanos y prostitutas, sino por haber sido los primeros en convertirse. También los sumos sacerdotes y los ancianos pueden incorporarse a este camino si están dispuestos a la fe y a la conversión.

La parábola puede ayudarnos a revisar nuestras vidas. Orígenes dice que “el Señor habló en esta parábola a aquellos que ofrecen poco o nada, pero que lo manifiestan con sus acciones, y en contra de aquellos que ofrecen mucho y que nada hacen de lo que ofrecen”. ¿En cuál de los dos grupos nos vemos reflejados? ¿Entre aquellos que, aunque sea tarde, hacen la voluntad de Dios o entre quienes se limitan a decir “Señor, Señor” (Mt 7,21).

¿Cómo es nuestra respuesta a Dios, nuestro cumplimiento de su voluntad? Tal vez, a lo largo de nuestra vida, nuestra obediencia – resumen concreto de la fe y de la conversión – no ha sido perfecta. La historia personal puede estar marcada por sucesivas respuestas negativas; por nuestros pecados. Pero Dios espera pacientemente nuestro arrepentimiento. Si nos volvemos a Él, secundando la acción de la gracia, podemos trabajar en su viña y seguir a Cristo en el camino del Reino.

Un riesgo, especialmente para quienes desde hace muchos años nos decimos cristianos o incluso desempeñamos un ministerio en la Iglesia, es hacer compatible una confesión aparentemente devota de obediencia y, en la práctica, en la realidad de nuestras vidas, anteponer nuestros caprichos a la voluntad de Dios y al trabajo en su viña. Si este fuese el caso, ha de resonar cada día con mayor fuerza la llamada a la conversión.

Mediante la oración podemos discernir cuál es la voluntad de Dios y, sobre todo, obtener constancia para cumplirla.

Guillermo Juan Morado.