13.10.11

 

Pasan las semanas, Alojzije todavía no le hace la visita. Sigue con sus altos ideales en las cartas, pero Marija quiere una muestra de cercanía, de ternura, un detalle. Él parece que habla de los ángeles y ella quiere simplemente ser una mujer y madre. Pero aún así, ella sigue esperando. Conoce la nobleza de Alojzije, le aprecia, pero quiere verlo en su vida, como su marido, para ella. Es normal, es ella la que quiere de lo que va el asunto. Alojzije es tan inabarcable, que ella sencillamente no sabe cómo situarse. Por fin la visita. Marija lo ve como hielo, no recibe ni un beso (en la cara, naturalmente). Mecánicamente se pone el anillo, su grillete dorado. Ese anillo no le va, empieza pesar toneladas. Rebobina en su mente todo lo que ocurrió, reflexiona sobre las cartas, sus pensamientos, su forma de ver la vida, cómo es él, cómo es ella, lo que ella espera y a lo que él aspira… ¿Se puede decir que lo ama? Sí, tanto que renuncia a él, porque él debe ir por otro camino. Concentra sus razones en la última carta que le escribe:
 

“No encuentro la paz y tengo que finalmente expresar con claridad mis pensamientos. Así no podemos seguir. En mi alma existe una extraña intranquilidad y un cambio que no puedo superar. Por mi cabeza pasan pensamientos y miedos varios. Lucho para ver las cosas con claridad.
Siento el miedo de no poder responder ante los deberes que se asoman de cara a mi nueva vida. No es eso la nostalgia de la ciudad – más me gusta el campo que la ciudad – por no hablar de un apacible rinconcito que podría considerar propio. Pero, examinándome, y conociendo mi carácter, sé que es mejor que renuncie si ya ahora estoy dudando. Es verdad, yo he aceptado - ¡libremente! - Tu valiosa oferta. La he aceptado por varias razones, pero renuncio por uno solo. Pero en esa, se encuentran todas las demás. He comprendido que no somos uno para el otro. Conocí de Ti tantas cosas – pienso en Tus virtudes – pero allí, en el punto decisivo, no, no Te he conocido. Precisamente porque Te considero demasiado honesto y noble, no puedo y no debo engañarte. Tengo que, pues, decir para el bien de los dos: ¡Vayamos cada uno por su camino! Piensa que si justo después de la boda conociéramos esa verdad, ¿qué vida sería esa?
La poesía “Anillo” [de un poeta esloveno] ha contribuido mucho. Leyéndola varias veces, vi a sí misma en el futuro. Lojzek, ¡no me entiendas mal! Te será difícil, pero a mí siempre más, porque soy yo la que aflige el dolor. Pero no tengo la culpa. Soy sincera, es mejor que yo misma diga lo que está ocurriendo que hacer que Tú llegues un día a ese horrible conocimiento.
Tú mismo has tenido la intuición cuando dijiste que huiré de Ti en el altar.
Tengo que pues, devolverte el grillete dorado. Créeme, con un corazón roto y con las lágrimas en los ojos me despido de él. No me juzgues, mi dolor no es pequeño, pero veo que tengo que pronunciar aquellas palabras del poeta: ‘Conmigo no se va hacia la felicidad’.
Tú eres un hombre tan bueno, un partido tan brillante y atrayente que soy conciente que otro mejor ni puedo, ni lo voy a tener. Todo eso lo sé yo y lo entiendo, pero también me conozco a mí. No podría actuar así como quisiera y como tendría que hacer [en el caso de casarse]. Prefiero no hacer nunca algo en lo que no creo, ¡que hacerlo a medias! No me juzgues ni maldigas; el juicio de los demás no me importa. Mi conciencia es mi mejor juez. Mejor, entonces, es hacerte un daño pequeño para impedir un gran mal posterior.
Si es posible, Te ruego, mantenme en el recuerdo como a Tu amiga, como yo a Ti. He rezado, he rezado mucho al Altísimo antes de este acto. Eso también lo deposito en Tu corazón, Te pido que hagas lo mismo. Perdóname todo y acéptalo. Yo continuaré rezando por Ti, por Tu felicidad y para una compañera mejor de la que sería yo. Te saluda sinceramente – Marija.”

Antes de decir nada, dejaremos a Alojzije escribir su última carta. No era nada fácil para él tampoco, sinceramente quiso casarse con Marija. No escondía ni sus ideales, ni su forma de pensar. Las dos últimas cartas de los ya ex novios muestran una vez más la grandeza de sus espíritus. Dos estrellas que se alejan una de otra y saben respetar el curso de cada una. Penetrando en las cartas de los dos, uno se hace más noble, aprende.
Su última carta Alojzije la titula: “¡En la despedida!”:

“Siento de todo corazón el haberte arrancado de Tu vida tranquila y que Te haya infligido tantos padecimientos en el alma. Siento sobremanera por tus padres a los que cargué una preocupación innecesaria respecto a Tu dote. Tú sabes que yo no he pedido nada, pero ellos no dejarían irte con las manos vacías. Y entiendo qué esfuerzo les suponía todo eso en estos tiempos tan penosos. No sé si alguna vez más nos encontraremos en la vida, como no sé a qué tiempos nos encaminamos. Si alguna vez me entere que tienes dificultades, de todo corazón Te ofrecería la mano solícita de hermano.
¡Unas palabras más! Una gran parte de la juventud croata puede decir con el poeta Kranjcevic:
‘Cansado de la carga de la vida, estoy dudando.
He caído al lado de los ideales muertos.’
Te pido, para Tu bien, no dejes la puerta abierta de Tu corazón al pesimismo que a veces intuía en tus cartas. Ten fe en una vida mejor y continúa siendo alegre, porque la tristeza trae la muerte.
Al recibir Tu carta, en un momento se derrumbaron mis aspiraciones más nobles. Durante toda la noche me ha fallado el sueño, cosa rara en mí. Una gran tempestad sacudía mi corazón, pero ya por la mañana venció la voluntad. Mi vida continuará su curso, alegre y apaciblemente. Entiendo que una mujer difícilmente vence su corazón, pero si no lo vences, tal vez te castigará con la tristeza durante toda la vida. Siento el deber decirte una cosa más. Intuyo de una carta Tuya que Te había ofendido. Créeme, ni se me pasó por la cabeza aplicar eso a Ti. Se trata de la caballerosidad. Por eso algo me obliga a aclararte el asunto con un par de ejemplos, para decirte como tantos entienden la caballerosidad y por otro lado, cómo pienso yo al respecto.
Ocurrió durante la guerra. En una parada bajó del tren una dama elegantemente vestida. Su profesión era tal que no encuentro expresión para señalarla. Bajaron unos señoritos y también el doctor N. N. y una mujer de Istria con un pequeñazo en los brazos, medio muerto de hambre. El mencionado Dr. N. N. ocuparía, según su honradez y profesionalidad, el primer cargo en el país si en el mismo hubiera existido un mínimo de justicia. Lo conocía muy bien y le debo muchos favores, pero lamentablemente ya lo cubre la tierra. Viendo pues la mencionada dama como los señoritos daban saltos a su alrededor, dejó caer adrede su bolso de mano al suelo. Cada uno de ellos quiso ser el primero en recogerlo entregarlo acompañando ese acto con las palabras más refinadas. Pero yo sabía qué persona se escondía bajo aquel vestido. La pobre istriana, vestida de harapos, no sabía hacia dónde dirigirse con al criatura aunque se le comunicó que la traiga a ese lugar para recibir el alimento. A su pregunta los señoritos ni la miraban. Dr. N. N. oyó de lo que se trata. Cogió la pobre criatura en sus brazos y con una breve invitación: ‘Madre, venga usted conmigo’, se lo llevó al lugar correspondiente. Ahora entiendes lo que quise decir con aquellas palabras y si te he ofendido, ¡perdóname! Termino. Se me ocurren los versos de Saric, de su Poesía al Águila:

Me gusta tanto verte, mi águila,
¡cuando extiendes tus alas y subes
hacia los altos Cielos de Dios!

Te repulsa vigilar la montaña,
Mirar el correr salvaje de las bestias.
Desde el alba hasta el oscurecer mirar los gusanos,
Lodos tenebrosos y rudos guerreros,
Sendas desparramadas, fangosas.

Tu alma se sumerge en las nubes,
En las nubes inaccesibles.
Vuelas derecha a su cumbre
Para alcanzar el fulgor del sol.

No te asusta el rayo,
No tienes miedo del calor del sol,
Los truenos no te inquietan.

Águila, eres el rey de las aves celestes.
Las altitudes, el espacio azul,
Es lo que te pertenece.

Mi corazón anhela más todavía:
Para lanzarme a los cielos santos,
Que se borre el polvo de mi alma…
Y me gusta mirar los cielos…

Esta poesía marca la dirección de mi vida futura. Hasta la última gota de mi sangre, si es necesario, sacrificar por la victoria del pensamiento cristiano en el pueblo croata que ya ha empezado expirar bajo la influencia del materialismo.
Te devuelvo Tus cartas; ¡destruye las mías! ¡Marija! Me gustaría tanto que continúes siendo alegre en Tu lucha vital.
Te desea mucha suerte, especialmente la paz y la bendición de Dios. Vjekoslav [su otro nombre] Stepinac.

Bien, la historia ha terminado. Bueno, todavía no. Alojzije todavía buscaba la luz para su senda, para ver con claridad a lo que lanzarse. Pero poco tiempo después de romper el noviazgo, tomó la decisión de ser sacerdote. Al cabo de seis meses a partir de este momento, en el almuerzo de despedida antes de emprender el viaje a Roma donde estudiaría Teología, su padre le dice a su madre: “Vieja, tú seguramente verás cosas grandes de nuestro Lojzek, ¡pero yo ya no!” Así fue. Su padre murió dentro de pocos años y en cuanto a Alojzije, en Roma se percataron muy pronto de la madera de la que estaba hecho. A los tres años de terminar la teología, fue nombrado el obispo auxiliar de Zagreb (a los 36 años de edad, entonces fue el obispo más joven del mundo), luego el arzobispo, cardenal. Cuando le felicitaban, decía que no sabía por qué, ya que veía solamente cruces esperándolo. Esa alma pura veía claramente la locura que se avecinaba sobre toda Europa. No pasaba el día sin hacer el exorcismo contra las fuerzas del mal que atacaban su rebaño por todos lados. Lo matarán, lo calumniarán, lo intentarán engañar, pero no se movió ni un milímetro de la senda de su Redentor que le mostró el camino a seguir.
Pero, ¿y Marija? ¿Qué pasó con ella? Quedó soltera. Alojzije no era para ella, pero seguramente su idealismo dejó huella en ella. Me imagino que los demás hombres le habrán parecido poca cosa. Podía haberse casado con Alojzije y aguantarse si es que no se cumplen todas sus aspiraciones. ¡Cuántas lo harían! Pero ella no. De alguna manera, se sacrificó para que el Cielo tenga una nueva estrella. Fue el instrumento de Dios para tal fin. Gracias a su nobleza y valía. Dios siempre busca medios adecuados para lo que se propone.
No sabemos si Marija vino a felicitarle a Alojzije por sus nombramientos. A muchos le sorprenderían, pero a ella no.
Dos años después de ser nombrado el arzobispo de Zagreb, Marija falleció en un accidente de tráfico. Volcó el autobús en el que viajaba, hubo varios heridos, solamente ella murió. Al recibir la noticia de su muerte, el Arzobispo cayó de rodillas al suelo, rezando por su alma. Al sacrificio de Marija, debe lo que es.
El sacrificio de la mujer engendra a los gigantes. Marija, ¡gracias! Espero que el anhelo de amor del que rebosabas esté satisfecho, sin límites, en la eternidad.
FIN DE LA SERIE