26.10.11

Misión de la Virgen del Pozo: ¿secta destructiva?

A las 2:07 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en América
 

La Misión de la Virgen del Rosario del Pozo se presenta como un movimiento de la Iglesia católica, cuenta con sacerdotes y religiosas, realiza apostolado en Puerto Rico, México, Ecuador, Costa Rica y Estados Unidos. Todo esto pese a una explícita desaprobación del Vaticano, la condena del Consejo Episcopal Latinoamericano y las advertencias de numerosos obispos. Para sus detractores una “secta destructiva”, para sus miembros una “obra de Dios”.

Apenas el 15 de septiembre pasado el arzobispo de León en México, José Guadalupe Martín Rábago, se vio obligado a emitir una circular dirigida a su clero para alertar contra el proselitismo de ese grupo, al cual calificó de “una organización que no ha sido reconocida por la Iglesia y que también se ha desaprobado la conducta de sus dirigentes”.

Aún más, en la misma carta el prelado llamó a “estar muy prevenidos con respecto a devociones que se alimentan de pretendidas revelaciones que no han sido reconocidas por la Iglesia, (porque) estas llevan un riesgo grande en las prácticas religiosas pues carecen de sentido de Iglesia”.

Martín Rábago se refirió así a la seudo-aparición mariana que dio origen a dicha Misión y a una serie de organizaciones muy activas vinculadas con ella.

Todo comenzó en 1953 cuando tres niños de siete, ocho y nueve años aseguraron haber asistido a una manifestación de la Virgen del Rosario en un pozo (manantial natural) del barrio Rincón de Sabana Grande en Puerto Rico. Juan Ángel Collado y las hermanas Ramonita e Isidra Belén aseguraron recibir las visitas de María durante 33 días, desde el 23 de abril hasta el 25 de mayo.

El fenómeno causó una movilización colectiva, convocó a cientos de personas mientras los periódicos de la época difundieron titulares como “Ambiente bíblico en la zona de los milagros”, “Alegan curaciones milagrosas” o “Virgen anuncia milagro para el 25 de mayo”. Una historia sorprendente, entre “Fátima” y “Medjugorje”.

De estos episodios surgió una asociación privada de fieles sin personalidad jurídica que pronto tuvo problemas. Esa Misión de la Virgen del Rosario del Pozo dejó de existir, al menos oficialmente, en 1987. Dos años más tarde el entonces obispo de la diócesis puertorriqueña de Mayagüez, Ulises Casiano Vargas, emitió un decreto por el cual declaró que “no consta carácter sobrenatural” sobre los hechos de 1953.

Pese a todo la devoción se expandió. La proscripta Misión siguió funcionado sin el reconocimiento eclesiástico, dando vida a la Obra Misionera de la Restitución (OMR) de la cual surgió una rama masculina, los “Misioneros del Cristo Sacerdote” y una femenina, las “Hermanas Misioneras de la Restitución”. Ambas se presentan actualmente como “asociaciones públicas de fieles con vistas a ser sociedades de vida apostólica”.

Tras el decreto de 1989 del obispo de Mayagüez, la posición de los pastores puertorriqueños contraria al movimiento se hizo cada vez más dura. En 1996 declararon, en una carta pública, como “inconvenientes y dañinos, para la piedad de los católicos, las consignas y planteamientos doctrinales de la así llamada Misión de la Virgen del Pozo”.

Pero los aspirantes a Misioneros y Hermanas decidieron seguir su camino. Primero tocaron la puerta del arzobispo de Lima, en Perú, y lograron ser acogidos temporalmente pero, poco después, fueron invitados a dejar la diócesis. En 1999 se trasladaron al norte de México donde fueron recibidos por el obispo de Parral (Chihuahua), José Andrés Corral Arredondo.

Corral hizo caso omiso a los antecedentes negativos y las advertencias. Les otorgó el cuidado de dos parroquias, el reconocimiento como asociación de fieles y la autorización para difundir la espiritualidad de la falsa aparición del Pozo. Poco después ordenó sus primeros sacerdotes. Estos episodios desencadenaron una polémica episcopal que llegó hasta El Vaticano, el cual ordenó -en 2001- una “visita apostólica”, una auditoría conducida por el arzobispo de Chihuahua, José Fernández Arteaga.

El 19 de septiembre de 2002 el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, emitió un decreto por el cual ordenó a los devotos de esta Virgen “no inducir a los fieles a llevar a cabo prácticas ascéticas particulares o a emitir promesas que comporten compromisos notables en el ámbito espiritual” ni proponerles “doctrinas ocultas, reservadas o confidenciales”.

Con ese texto el actual Papa Benedicto XVI pretendió acabar con las deformaciones identificadas en esos grupos: el secretismo, el hermetismo y la exigencia extrema. Razones por las cuales sus críticos los consideran como verdaderas sectas.

Pero las intervenciones del prefecto para la Doctrina de la Fe no surtieron el efecto deseado, al menos en la práctica. Tanto que el 19 de enero de 2007 Angelo Amato, secretario de la misma congregación, debió emitir otro documento similar con el cual dio la facultad a los obispos de Puerto Rico para amonestar y, según sea el caso, aplicar la pena del “entredicho” a los feligreses que no obedezcan las anteriores prescripciones.

Mientras tanto los Misioneros del Cristo Sacerdote han seguido ordenando presbíteros. En 2004 asumieron otra parroquia en Parral y en 2006 abrieron una casa en la localidad estadounidense de Del Río (Texas), cuya arquidiócesis de San Antonio era guiada por el mexicano José Gómez, miembro del Opus Dei. En 2005 llegaron a abrir una casa en Roma, donde dos de sus sacerdotes trabajan por el reconocimiento de su asociación.

Su intensa labor pastoral los ha llevado a otras partes de México, donde han provocado no pocos problemas. Su página de internet presenta, como portada, una foto de la Basílica de San Pedro del Vaticano junto a otra imagen del obispo de Parral y uno de los superiores de los Misioneros, ambos acompañados nada menos que por el Papa Benedicto XVI.

En resumen: reina la confusión en torno a este grupo religioso. Los obispos no se ponen de acuerdo, unos los apoyan y otros los condenan por predicar doctrinas contrarias a la fe. Un desacuerdo que, a estas alturas, sólo podría aclarar definitivamente la Sede Apostólica con una declaración unívoca y definitiva. Por el bien de los fieles.