4.11.11

La última venida de Cristo

A las 6:37 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

En el Credo profesamos que nuestro Señor Jesucristo “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Nuestra mirada, que brota de la fe, se dirige hacia el futuro, pero no hacia un futuro que podamos construir los hombres, sino hacia un futuro nuevo que es obra de Dios. El Señor vendrá para triunfar definitivamente sobre el mal y hacer resplandecer la verdad y la justicia.

Como los plazos de Dios no son los nuestros corremos el riesgo de dormirnos, considerando que el Señor tarda (cf Mt 25,5). Sin embargo, no faltan los signos que invitan a mantenernos alerta: la maldad se muestra tantas veces en nuestro mundo sin disimulos, las pruebas y las persecuciones hacen difícil la perseverancia en la fe y la apostasía de la verdad no por silenciosa resulta menos evidente.

En cualquier caso, no sabemos ni “el día ni la hora” (Mt 25,13). El Señor puede llegar “a media noche”, en un momento imprevisto. Lo más importante no es saber a qué hora vendrá, sino estar adecuadamente preparados, dispuestos a esperar durante el tiempo que Él quiera. A las vírgenes necias de la parábola se les reprocha justamente eso: no estar preparadas (cf Mt 25,1-13). A diferencia de las sensatas no habían hecho acopio de aceite para mantener encendidas las lámparas.

San Gregorio Magno comenta que las vírgenes prudentes representan a los que “rectamente creen y justamente viven” mientras que las necias simbolizan a aquellos que sí confiesan la fe en Jesucristo, pero “no se preparan con buenas obras para la salvación”. No se puede, a largo plazo, mantener viva la lámpara de la fe si no se actúa en conformidad con las exigencias de lo que creemos.

La esperanza auténtica no es pasiva, sino activa. No nos lleva a mantener una actitud de descuido, sino a tener todo a punto. Como decía Santo Tomás de Aquino: “La esperanza implica de suyo ayudar a la operación, haciéndola más intensa”. Y de un modo muy parecido escribe el papa: “Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto” (Spe salvi, 35). Esperar a Cristo nos mueve, en definitiva, a ser santos, a obrar de acuerdo con nuestro Bautismo.

La confianza en Dios, la serena certeza de que el poder de su amor es indestructible, nos permitirá actuar sin cansarnos, trabajando por nuestra salvación (cf Flp 2,12) a pesar de las dificultades, de los disgustos o de la preocupación que pueda sembrar en nuestro ánimo la situación de crisis social y económica que afecta a la humanidad.

También San Pablo nos invita a vivir en espera vigilante, sin afligirnos por la suerte de los difuntos “como los hombres sin esperanza” (cf 1 Tes 4,13). La muerte no es un obstáculo capaz de impedir la acción salvadora de Cristo. Él es la resurrección y la vida: “el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, nos dice el Señor (Jn 11,25).

Pidamos al Señor que, con la luz de su Palabra y con el alimento de la Eucaristía, mantenga fuerte nuestra fe y activa nuestra esperanza.

Guillermo Juan Morado.