14.11.11

La eclesialidad de la fe (II)

A las 8:29 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

1. Recibir y transmitir

La revelación divina llega a cada generación de creyentes a través de un proceso de transmisión viva (cf DV 7). Por la Tradición, la Iglesia conserva y transmite a todas las edades “lo que es y lo que cree” (DV 8). “Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo”, explica el Catecismo .

La analogía con el don de la vida, un bien que, ante todo, se recibe, puede ayudarnos a comprender la precedencia de la fe eclesial sobre la fe personal. De algún modo, la lógica del recibir configura la existencia humana y, por consiguiente, la existencia cristiana, en la que la confianza, la aceptación de lo que nos es regalado, la esperanza en los dones del Otro, tienen la primacía con respecto a la lógica opuesta de la sospecha y de la competición, del aferrar y del actuar exclusivamente por cuenta propia .

Una reflexión análoga resulta pertinente en el ámbito epistemológico. La pretensión idealista de controlar toda la realidad a través del concepto ha sido, en buena medida, contestada. Gadamer afirma que “cuando comprendemos, estamos implicados en un proceso de verdad y llegamos demasiado tarde siempre que pretendemos saber lo que deberíamos creer” . Antes de realizar cualquier juicio científico o antes de llevar a cabo cualquier tarea transformadora de la realidad, el ser humano recibe de su entorno, de su cultura, de su tradición, la estructura básica que permitirá todo el resto .

En este sentido, San Pablo, a propósito de la resurrección de Jesucristo, antepone la fidelidad a lo recibido, pues lo que transmite es el don inicial que viene del Señor: “Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí” (1 Co 15,3) .

La Tradición, afirma Benedicto XVI, “es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad” . La distancia de los siglos se supera y el Resucitado se presenta, en el hoy de la Iglesia y del mundo, vivo y operante: “En el río vivo de la Tradición Cristo no está distante dos mil años, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad” .

Aunque la fe es un encuentro entre Dios y el hombre, este encuentro no se realiza al margen de la historia, sino en y por medio de la historia. La fe experimenta al Absoluto como Aquel que actúa en la historia, como el Dios que es dueño de la historia. En el cuerpo místico, constituido por la comunidad de los creyentes, Cristo, atestiguado y comunicado por la Iglesia, “es contemporáneo de cada uno de sus miembros” . La fe incluye, pues, una continuidad temporal, constituida por la tradición viva.

En términos antropológicos cabe afirmar que sin tradición, sin historia, sin “cohesión previamente dada al ser humano” , el hombre no es capaz de llegar a sí mismo ni de expresarse. En este sentido, la tradición es presupuesto de humanidad. Y la tradición remite, de modo necesario, no a un individuo aislado, sino a la comunidad.

El carácter histórico del hombre se pone de manifiesto en su capacidad de recibir y transmitir saberes, concepciones y valoraciones . El hombre vive en un mundo que es el resultado de la acción de generaciones anteriores; un mundo que ha de aceptar y asumir agradecida y críticamente, sin que ello suponga la cerrazón al futuro, al cúmulo de posibilidades que permanecen abiertas a la tarea de la libertad. La comunidad de vida del hombre es intergeneracional; esto es, todo individuo vive en una comunidad que crece y se desarrolla en la historia.

La Iglesia es la comunidad transmisora, el sujeto portador de la Tradición de Jesús: “este sujeto es la condición de posibilidad para la participación real en la traditio Iesu que, sin este sujeto, no sería realidad histórica y configuradora de historia, sino sólo recuerdo privado” . Mediante esta transmisión de la fe en la Iglesia, la revelación permanece presente en la historia y puede, en consecuencia, legitimar de modo siempre nuevo el creer .

La labor de mediación histórica de la Tradición se identifica, en realidad, con la mediación histórica de la Iglesia: “La Iglesia es, como consecuencia, al mismo tiempo transmisora y contenido de la tradición; o expresado con otras palabras, la tradición existe en la Iglesia, y la Iglesia se entrega en la tradición” .

Un filósofo como Maurice Blondel se refirió en una de sus obras, Histoire et Dogme, a la dimensión histórica y al aspecto colectivo de la fe vivido en la Iglesia . La labor mediadora de la Tradición hace posible un recuerdo anamnético que actualiza en el presente de modo nuevo lo que ya está en el pasado: lo que “descubre” lo “reencuentra” . Este recuerdo, y ello resulta de gran importancia para nuestra exposición, no es puramente individual, sino que se necesita la mediación de la vida colectiva y el trabajo de la tradición cristiana.

Guillermo Juan Morado.