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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 19 de noviembre de 2011

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Benedicto XVI en Benín

Hay humanismo en el alma joven de África

No amputéis el porvenir de vuestro pueblo mutilando su presente

No privéis a vuestros pueblos de la esperanza

Catequistas, valientes misioneros en las realidades más humildes

Sacerdocio sin santidad, simple función social

África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo!

África, tierra de un nuevo Pentecostés

Una aventura de misioneros españoles en Benín

Documentación

Solitario-solidario o la esencia de un vivir conjunto europeo (II)


Benedicto XVI en Benín


Hay humanismo en el alma joven de África
Rueda de prensa de Benedicto XVI en el avión hacia Benín
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 18 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores las preguntas que los periodistas hicieron a Benedicto XVI en el avión que lo trasladaba a Benín y las respuestas del santo padre. El texto original, en inglés, ha sido publicado por Radio Vaticano.

--Padre Lombardi: Santo Padre, aquí a bordo en el avión hay cuarenta periodistas que representan a diversas agencias y emisoras. En Cotonú, hay un millar de periodistas esperando, que seguirán sobre el terreno la visita. Como es habitual, le harán algunas preguntas hechas con anterioridad por nuestros colegas.

Santo padre, este viaje nos lleva a Benín aunque es muy importante para todo el continente africano. ¿Por qué eligió Benín para lanzar su mensaje a toda África, hoy y mañana?

--Benedicto XVI: Hay varios motivos. El primero es que Benín es un país en paz, externa e interna. Las instituciones democráticas funcionan, con espíritu de libertad y responsabilidad y en consecuencia la justicia y el bien común son posibles y están garantizados por un sistema democrático y un sentido de responsabilidad en libertad. El segundo motivo es que, como en la mayoría de los países africanos, se da la presencia de diferentes religiones y la coexistencia pacífica entre estas religiones. Hay cristianos en su diversidad, que no siempre es fácil, musulmanes, y religiones tradicionales, y estas diferentes religiones viven juntas en respeto mutuo y responsabilidad común por la paz, por la reconciliación interna y externa. Me parece que esta coexistencia de religiones y diálogo interreligioso, como factor de paz y libertad, es un aspecto importante, y precisamente es una parte fundamental de la exhortación apostólica. Finalmente, el tercer motivo es que este es el país de origen de mi querido amigo, el cardenal Bernardin Gantin: siempre quise poder un día rezar ante su tumba. Realmente fue un gran amigo mío, hablaremos sobre ello al final, quizá, y también es una visita al país del cardenal Gantin, un gran representante del África católica, civilizada y humana, es una de las razones personales por las que quise ir a este país.

Mientras que los africanos adolecen de un debilitamiento de sus instituciones tradicionales, la Iglesia católica afronta el éxito creciente de las iglesias evangélicas y pentecostales, que a veces se crean en África. Proponen una fe atractiva, con una gran simplificación del mensaje cristiano. Subrayan la sanación y mezclan su culto con las prácticas religiosas tradicionales. ¿Cómo debería la Iglesia reaccionar ante estas comunidades, que a menudo son agresivas hacia la Iglesia? ¿Cómo puede la Iglesia católica ser atrayente, cuando estas comunidades se presentan como cálidas e inculturadas?

--Benedicto XVI: Estas comunidades son un fenómeno global, en todos los continentes. Naturalmente, están presentes sobre todo, de diferentes modos, en Latinoamérica y África. Querría decir que sus elementos característicos son una mínima “institucionalización” y algunas instituciones, dando poco peso a las instituciones; un mensaje que es simple, fácil, y comprensible, y aparentemente concreto; y, como usted dijo, una liturgia participativa que expresa sentimientos de la cultura local, con algo de aproximación sincrética a las religiones. Todo esto les garantiza, por un lado, algún éxito, pero también implica una falta de estabilidad. Sabemos que algunos vuelven a la Iglesia católica, o se mueven de unas comunidades a otras. Por consiguiente, no necesitamos imitar a estas comunidades, pero deberíamos preguntarnos qué hacemos para dar nueva vida a la fe católica. Yo sugeriría, en primer lugar, un mensaje sencillo y comprensible pero al mismo tiempo profundo. Es importante que el cristianismo no venga a ser un difícil sistema europeo, que no se puede entender o comprender, sino un mensaje universal de que Dios existe, Dios se preocupa, Dios nos conoce y nos ama, y que en concreto, la religión suscita colaboración y fraternidad. Por tanto un mensaje sencillo, concreto, es muy importante. Luego es también importante que nuestras instituciones no sean demasiado pesadas. Lo que debe prevalecer es la iniciativa de la comunidad y la persona. Finalmente, diría que una liturgia participativa es importante, pero no con sentimentalismo. El culto no debe ser simplemente una expresión de sentimientos, sino suscitar la presencia y el misterio de Dios en la que entramos y que por la que nos dejamos formar. Finalmente, diría respecto a la inculturación que es importante que no perdamos la universalidad. Preferiría hablar de “inter-culturación”, no ya de inculturación. Es cuestión de encuentro entre culturas en la verdad común de nuestro ser humanos, en nuestro tiempo. Entonces crecemos en fraternidad universal. No debemos perder algo tan grande como la catolicidad, que en todas partes del mundo somos hermanos y hermanas, somos una familia, donde nos conocemos y colaboramos con espíritu de fraternidad.

Santidad, en las últimas décadas ha habido muchas operaciones de “mantenimiento de la paz” en suelo africano, conferencias para la reconstrucción nacional, comisiones de verdad y reconciliación, con resultados que a veces son buenos y a veces decepcionantes. Durante el Sínodo para África, los obispos tuvieron palabras duras sobre la responsabilidad de los líderes políticos en el continente. ¿Qué mensaje piensa dirigir a los líderes políticos de África? ¿Qué aportación específica puede dar la Iglesia a la construcción de una paz duradera en el continente?

--Benedicto XVI: El mensaje está en el texto que presentaré a la Iglesia en África, y no puedo repetirlo ahora en pocas palabras. Sin embargo, es verdad que ha habido muchas conferencias internacionales, muchas por África, por la fraternidad universal. Dicen bonitas cosas, y a veces realmente hacen buenas cosas. Tenemos que reconocerlo. Aunque ciertamente las palabras, los deseos y las buenas intenciones, son mayores que lo que se ha realizado. Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos porqué la realidad no casa con estas palabras y buenas intenciones. Un factor fundamental, me parece, es que una renovación en la dirección de la fraternidad universal exige renuncia. Pide ir más allá del egoísmo, ser para el otro. Esto es fácil de decir pero duro de cumplir. La persona humana, tras el pecado original, desea poseerse a sí misma, tener vida, no dar vida. Deseo retener todo lo que tengo. Naturalmente con esta mentalidad, que no quiero dar sino tener, las cosas no funcionan. Sólo con amor, y la conciencia de un Dios que nos ama y nos da, podemos llegar a tener una capacidad de darnos. Sabemos, por supuesto, que es precisamente dando como ganamos algo. Entonces, más allá de los detalles contenidos en el documento del sínodo, quiero decir que esta es una actitud fundamental, que amando a Dios y estando en amistad con este Dios que se nos da, nosotros también podemos atrevernos y aprender a dar y no simplemente tener, renunciar a nosotros mismos por el otro, y dar nuestras vidas en la certeza de que es así precisamente como la ganamos.

Santidad, en la apertura del sínodo africano en Roma, habló de África como un “gran pulmón espiritual para una humanidad que pasa por una crisis de fe y esperanza”. Pensando en los grandes problemas de África, esta expresión puede aparecer casi perturbadora. ¿En qué sentido piensa que la fe y la esperanza del mundo pueden llegar verdaramente de África? ¿Piensa en el papel de África en la evangelización del resto del mundo?

--Benedicto XVI: Naturalmente, África tiene graves problemas y dificultades, como toda la humanidad tiene graves problemas. Si pienso en mi juventud, era un mundo completamente diferente del de hoy, ¡tanto que pienso a veces que vivo en otro planeta desde cuando era joven! La humanidad se encuentra en un cada vez más rápido proceso de transformación, y para África este proceso, en los últimos 50-60 años, pasar de la independencia tras el colonialismo hasta hoy, ha sido muy exigente. Naturalmente, es un proceso muy difícil, con grandes problemas que no han sido todavía enteramente resueltos. Sin embargo, hay frescura, un “sí” a la vida, en África, una juventud llena de entusiasmo y esperanza. Hay sentido del humor, alegría. Muestra una frescura, también, en el sentido religioso. Hay todavía una percepción metafísica de la realidad, hablando de realidad en su totalidad con Dios. No hay un rígido positivismo, que restringe nuestra vida y la hace un poco árida, y apaga la esperanza. Quiero decir que hay un humanismo en el alma joven de África, a pesar de los problemas que existen. Hay una reserva de vida y vitalidad para el futuro con el que podemos contar.

Una cuestión final, santidad. Volvamos al momento que algunos han identificado como uno de los motivos de este viaje a Benín. Sabemos que la memoria del cardenal Gantin ocupa un lugar importante en este viaje. Usted le conoció bien. Fue su predecesor como decano del Colegio de Cardenales. La estima universal que le rodea es muy grande. ¿Puede hacernos un breve comentario sobre él?

--Benedicto XVI: Vi al cardenal Gantin por primera vez en mi ordenación como arzobispo de Munich en 1976. Había venido porque uno de sus exalumnos era discípulo mío. Fue el principio de una amistad como nunca había encontrado. En aquél decisivo día de mi ordenación episcopal, fue muy importante para mí conocer a aquél joven obispo africano lleno de fe, lleno de alegría y coraje. Luego, hemos trabajado mucho juntos, sobre todo cuando él era prefecto de la Congregación de los Obispos y por tanto, en el Colegio de Cardenales. Siempre me maravillaba su profunda y práctica inteligencia, su sentido del discernimiento, para no tropezar con hermosas frases ideológicas, sino captar lo que es esencial y lo que no tiene sentido. También tenía un auténtico sentido del humor que era muy bonito. Sobre todo, era un hombre de profunda fe y oración. Todo ello hizo del cardenal Gantin no sólo un amigo sino un ejemplo. Fue un gran obispo católico africano, y me siento muy feliz ahora de poder rezar ante su tumba y sentir su cercanía, su gran fe, que siempre hace de él un ejemplo para mí y un amigo.

--Padre Lombardi: Santidad, permítame añadir que su discípulo que invitó al cardenal Gantin está también presente aquí con nosotros en este viaje, monseñor [Barthelemy] Adoukonou [secretario del Consejo Pontificio para la Cultura], así que también asiste a esta hermosa experiencia. Le agradecemos el tiempo que nos ha dedicado. Le deseamos un buen viaje, y, como es usual, trataremos de asegurar una buena distribución de sus mensajes para África en estos días. Gracias de nuevo y ¡nos veremos pronto!

[Traducción del inglés por Nieves San Martín]

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No amputéis el porvenir de vuestro pueblo mutilando su presente
Pidió Benedicto XVI a los líderes políticos y económicos de África y el mundo
COTONÚ, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Tras haber celebrado la santa misa en privado en la capilla de la Nunciatura Apostólica, a las 8,45 de la mañana de este sábado 19 de noviembre, Benedicto XVI se trasladó en coche al Palacio Presidencial de Cotonú.

Acogido por el presidente de la República Thomas Boni Yayi, el papa llegó a la Sala del Pueblo, donde estaban reunidos los miembros del gobierno, los representantes de las instituciones del Estado, el cuerpo diplomático y los líderes de las principales religiones presentes en Benín.

Durante el encuentro, tras el discurso del presidente de la República y el saludo de un representante de las instituciones, el papa dirigió a los presentes un importante discurso en el que pide a los líderes políticos y económicos de África y del mundo que no frustren las esperanzas de sus pueblos.

Se puede leer el completo discurso en: http://www.zenit.org/article-40944?l=spanish.

Terminado el encuentro, en la Sala del Pueblo, el papa se trasladó al despacho del presidente, en el nuevo edificio central del palacio, para una visita de cortesía al presidente de la República.

Tras el encuentro privado y el intercambio de regalos, fueron presentados al papa los familiares del presidente. La visita concluyó con la presentación de las respectivas delegaciones.

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No privéis a vuestros pueblos de la esperanza
Llamamiento del papa a los líderes políticos y económicos
COTONÚ, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Durante el encuentro con los líderes políticos, institucionales y religiosos de Benín, tras el discurso del presidente de la República y el saludo de un representante de las instituciones, el papa dirigió a los presentes el siguiente discurso, cuyo texto íntegro ofrecemos a los lectores.

*****

Señor Presidente de la República,

Distinguidas autoridades civiles, políticas y religiosas,

Damas y caballeros Jefes de Misiones Diplomáticas,

Queridos hermanos en el Episcopado,

Señoras y Señores, queridos amigos,

DOO NUMI! (saludo solemne en fon)

Señor Presidente, habéis querido ofrecerme la ocasión de este encuentro ante una prestigiosa asamblea de personalidades. Es un privilegio que aprecio, al mismo tiempo que agradezco de todo corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todo el pueblo de Benín. Deseo dar las gracias también al Señor representante de los organismos aquí reunidos por sus palabras de bienvenida. Y expreso mis mejores deseos para todas las personalidades presentes, que son responsables de primer orden de la vida nacional en Benín, cada uno en su respectivo ámbito.

En mis intervenciones anteriores, he unido frecuentemente la palabra África a la de esperanza. Lo hice hace dos años en Luanda, en un contexto sinodal. Por otro lado, la palabra esperanza se encuentra muchas veces en la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus que luego firmaré. Cuando digo que África es el continente de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal, que es también de la Iglesia. Con demasiada frecuencia nuestra mente se queda en prejuicios o imágenes que dan una visión negativa de la realidad africana, fruto de un análisis pesimista. Es siempre tentador señalar lo que está mal; más aún, es fácil adoptar el tono del moralista o del experto, que impone sus conclusiones y propone, a fin de cuentas, pocas soluciones adecuadas. Existe también la tentación de analizar la realidad africana de manera parecida a la de un antropólogo curioso, o como alguien que no ve en ella más que una enorme reserva de energía, minerales, productos agrícolas y recursos humanos fáciles de explotar para intereses a menudo escasamente nobles. Estas son visiones reduccionistas e irrespetuosas, que llevan a una cosificación nada correcta para África y sus gentes.

Soy consciente de que las palabras no tienen el mismo significado en todas partes. Pero el término esperanza varía poco según las culturas. Hace algunos años dediqué una carta encíclica a la esperanza cristiana. Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios. El futuro enlaza con el pasado y el presente. El pasado lo conocemos bien: lamentamos sus errores y reconocemos sus logros positivos. El presente, lo vivimos como podemos. Lo mejor, lo espero aún y con la ayuda de Dios. En este terreno, compuesto de múltiples elementos contradictorios y complementarios, es donde se trata de construir con la ayuda de Dios.

Queridos amigos, quisiera leer a la luz de esta esperanza que nos debe animar, dos aspectos importantes de África en la actualidad. El primero se refiere a la vida sociopolítica y económica del continente en general; el segundo al diálogo interreligioso. Estos aspectos son interesantes porque nuestro siglo parece haber nacido con el dolor y la dificultad de hacer crecer la esperanza en estos ámbitos específicos.

En los últimos meses, muchos han expresado su deseo de libertad, su necesidad de seguridad material y su deseo de vivir en armonía en la diferencia de etnias y religión. Ha nacido incluso un nuevo Estado en vuestro continente. También ha habido muchos conflictos provocados por la ceguera del hombre, por sus ansias de poder y por intereses político-económicos que ignoran la dignidad de la persona o de la naturaleza. La persona humana aspira a la libertad, quiere vivir dignamente; desea buenas escuelas y alimentación para los niños, hospitales dignos para cuidar a los enfermos; quiere ser respetada y reivindica un gobierno límpido que no confunda el interés privado con el interés general; y, sobre todo, desea la paz y la justicia. En estos momentos hay demasiados escándalos e injusticias, demasiada corrupción y codicia, demasiado desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la miseria y a la muerte. Estos males afligen ciertamente vuestro continente, pero también al resto del mundo. Toda nación quiere entender las decisiones políticas y económicas que se toman en su nombre. Se da cuenta de la manipulación, y la revancha es a veces violenta. Desea participar en el buen gobierno. Sabemos que ningún régimen político humano es perfecto, y que ninguna decisión económica es neutral. Pero siempre deben servir al bien común. Por tanto, estamos ante una reivindicación legítima, que afecta a todos los países, de una mayor dignidad y, sobre todo, de más humanidad. El hombre quiere que su humanidad sea respetada y promovida. Los responsables políticos y económicos de los países se encuentran ante decisiones determinantes y opciones que no pueden eludir.

Desde esta tribuna, hago un llamamiento a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos y del resto del mundo. No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza. No es fácil vivir en la condición de servidor, de mantenerse íntegro entre las corrientes de opinión y los intereses poderosos. El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados, familiares, étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones.

La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. Ella repite: No tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente. Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo. Un antiguo arzobispo de Toulouse, el cardenal Saliège, decía: «Esperar no es abandonar; es redoblar la actividad». La Iglesia acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente (cf. Lc 18,1), que muestra dónde está Dios (cf. Mt 6,21) y dónde está el verdadero hombre (cf. Mt 20,26; Jn 19,5). Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión. ¿No es este un camino espléndido que se nos propone? Invito a emprenderlo a todos los responsables políticos, económicos, así como del mundo académico y de la cultura. Sed también vosotros sembradores de esperanza.

Quisiera abordar ahora el segundo punto, el del diálogo interreligioso. No parece necesario recordar los recientes conflictos provocados en nombre de Dios, y las muertes causadas en nombre de Aquel que es la vida. Toda persona sensata comprende la necesidad de promover la cooperación serena y respetuosa entre las diferentes culturas y religiones. El auténtico diálogo interreligioso rechaza la verdad humanamente egocéntrica, porque la sola y única verdad está en Dios. Dios es la Verdad. Por tanto, ninguna religión, ninguna cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia. La agresividad es una forma de relación bastante arcaica, que se remite a instintos fáciles y poco nobles. Utilizar las palabras reveladas, las Sagradas Escrituras o el nombre de Dios para justificar nuestros intereses, nuestras políticas tan fácilmente complacientes o nuestras violencias, es un delito muy grave.

Sólo puedo conocer al otro si me conozco a mí mismo. Sólo lo puedo amar si me amo a mí mismo (cf. Mt 22,39). Por tanto, el conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior (cf. Mt 6,6) para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 2). Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca.

No obstante los esfuerzos que se han hecho, sabemos también que a veces el diálogo interreligioso no es fácil, o incluso inviable por diversas razones. Esto no significa un fracaso. Las formas de diálogo interreligioso son múltiples. La cooperación en el ámbito social o cultural pueden ayudar a las personas a comprenderse mejor a sí mismas y a vivir juntos con serenidad. También es bueno saber que no se dialoga por debilidad, sino porque se cree en Dios. El diálogo es una forma más de amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37), sin renunciar a lo que se es.

Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en un futuro mejor. La Iglesia Católica pone así en práctica una de las intuiciones del Concilio Vaticano II, la promoción de las relaciones amistosas entre ella y los miembros de religiones no cristianas. Durante décadas, el Consejo Pontificio que lo gestiona establece lazos, multiplica las reuniones y publica regularmente documentos, con el fin de favorecer ese diálogo. La Iglesia trata de reparar la confusión de lenguas y la dispersión de los corazones nacida del pecado de Babel (cf. Gn 11). Saludo a todos los líderes religiosos que han tenido la amabilidad de venir aquí para encontrarme. Deseo asegurarles, así como a los de otros países africanos, que el diálogo ofrecido por la Iglesia Católica nace del corazón. Les animo a promover, especialmente entre los jóvenes, una pedagogía del diálogo, de modo que descubran que la conciencia de cada uno es un santuario que se ha de respetar, y que la dimensión espiritual construye la hermandad. La verdadera fe lleva invariablemente al amor. Y en este espíritu os invito a todos a la esperanza.

Estas consideraciones generales se aplican de manera particular a África. En vuestro continente, hay numerosas familias cuyos miembros profesan creencias diferentes, pero siguen permaneciendo unidas. Esta unidad no se debe sólo a la cultura, sino que está cimentada en el afecto fraterno. Hay naturalmente a veces fracasos, pero también muchos éxitos. En este ámbito concreto, África puede ofrecer a todos materia de reflexión y ser así una fuente de esperanza.

Por último, quisiera utilizar la imagen de la mano. Esta compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela.

Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el casco, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19 ), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana (cf. S. Juan Crisóstomo, Homilía XIV sobre la Carta a los Romanos, 6: PG 45, 941C) y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios (cf. 1 P 1,21). Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama! Que Dios os bendiga. Gracias.

© Libreria Editorial Vaticana

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Catequistas, valientes misioneros en las realidades más humildes
El papa habló a sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos
OUIDAH, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Tras su visita de cortesía al presidente de Benín, Benedicto XVI dejó la capital Cotonú para dirigirse a la ciudad de Ouidah. Allí, en el seminario de San Galo, instó a los sacerdotes y seminaristas a buscar la santidad como último sentido de su misión y para no reducir el ministerio a una simple función social. Sin olvidar a los catequistas a los que llamó “valientes misioneros” en las realidades sociales más humildes.

El papa llegó a media mañana al seminario de San Galo, donde estudian más de 140 candidatos al sacerdocio de Benín y Togo.

Fue acogido por el rector, en la entrada de la capilla dedicada a santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones.

Tras la adoración al Santísimo Sacramento, el papa se detuvo en oración ante la tumba de monseñor Louis Parisot SMA, vicario apostólico de Dahomeny y Ouidah, de 1935 a 1955, y primer arzobispo de Cotonú (1955-1060), y ante la tumba del cardenal Bernardin Gantin, arzobispo de Cotonú de 1960 a 1971, cuando Pablo VI lo llamó a la Curia de Roma, donde se convirtió en el primer purpurado africano a la cabeza de un dicasterio (Justicia y Paz, luego también Cor Unum y por último la Congregación de los Obispos), ocupando también el puesto de decano del Colegio Cardenalicio, de 1993 a 2002.

En la capilla del seminario de San Galo, estaban presentes algunos sacerdotes y religiosos ancianos o enfermos y un pequeño grupo de enfermos de lepra.

Asisitió también el presidente de la Fundación Bernardin Gantin –con dos obispos de la junta directiva- que entregó al papa una copia de los estatutos de la fundación.

Tras la visita a la capilla, el papa se dirigió al podio preparado en el patio del seminario, donde lo esperaban sacerdotes, seminaristas, religiosos y fieles laicos de Benín.

El encuentro contó con la introducción de monseñor Pascal N’Koué, obispos de Natitingou y responsable de la formación sacerdotal y el saludo de un seminarista.

Benedicto XVI dirigió a los presentes el discurso que puede leerse en este enlace:

http://www.zenit.org/article-40946?l=spanish.

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Sacerdocio sin santidad, simple función social
Discurso de Benedicto XVI a sacerdotes, religiosos y seminaristas
OUIDAH, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso de Benedicto XVI a los alumnos del Seminario Saint Gall, donde hay en la actualidad más de 140 candidatos al sacerdocio de Benín e de Togo, junto a sacerdotes y religiosos, también asistentes al encuentro.

*****

Señores cardenales,

monseñor N’Koué, responsable de la formación sacerdotal,

queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio,

queridos religiosos y religiosas,

queridos seminaristas y queridos fieles laicos,

Gracias monseñor N’Koué por las hermosas palabras que me ha dirigido, y gracias también, querido seminarista, por las tuyas tan acogedoras y deferentes. Es para mí una gran alegría encontrarme de nuevo, en medio de vosotros, en Ouidah, y particularmente en este seminario puesto bajo la protección de santa Juana de Arco y dedicado a san Galo, hombre de virtudes brillantes, monje deseoso de perfección, pastor lleno de dulzura y humildad. ¿Qué más noble que tener como modelo su figura, así como la de monseñor Louis Parisot, apóstol infatigable de los pobres y promotor del clero local, la del padre Thomas Moulero, primer sacerdote del Dahomey de antaño, y la del cardenal Bernardin Gantin, hijo eminente de vuestra tierra y humilde servidor de la Iglesia?

Nuestro encuentro de esta mañana me ofrece la ocasión para expresaros directamente mi gratitud por vuestro compromiso pastoral. Doy gracias a Dios por vuestro celo, no obstante las condiciones a veces difíciles en las que estáis llamados a testimoniar su amor. Y le doy gracias también por tantos hombres y mujeres que han anunciado el Evangelio en la tierra de Benín, así como en toda África.

Dentro de poco firmaré la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus. En ella se aborda el tema de la paz, la justicia y la reconciliación. Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos.

Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.

Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es una seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo (cf. Rm 13,8). Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.

Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana – si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación – debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de 60 años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.

En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas «iglesias domésticas». Gracias a la fuerza de la oración, «se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más» (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en el rezo del santo rosario con ocasión del VI Encuentro Mundial de las Familias en Ciudad de México, 17 de enero de 2009, 3). Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuis a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales. Y me complace recordar aquí que el papa Juan Pablo II fundó hace 10 años en Cotonou, en un instituto que lleva su nombre, una sección para el África francófona, con el fin de contribuir a la reflexión y pastoral sobre el matrimonio y la familia. Finalmente, exhorto especialmente a los catequistas, estos valientes misioneros en el corazón de las realidades más humildes, a ofrecer siempre, con una esperanza y determinación indefectibles, su ayuda singular y del todo necesaria para la propagación de la fe en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia (cf. Ad Gentes, 17).

Para concluir mi encuentro con vosotros, quisiera exhortaros a una fe auténtica y viva, fundamento inquebrantable de una vida cristiana santa y al servicio de la edificación de un mundo nuevo. El amor por el Dios revelado y por su Palabra, el amor por los sacramentos y por la Iglesia, son un antídoto eficaz contra los sincretismos que extravían. Este amor favorece una justa integración de los valores auténticos de las culturas en la fe cristiana. Libera del ocultismo y vence los espíritus maléficos, porque se mueve por la potencia misma de la Santa Trinidad. Vivido profundamente, este amor es también un fermento de comunión que rompe todas las barreras, favoreciendo así la edificación de una Iglesia en la que no haya segregación entre los bautizados, pues todos son uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28). Con gran confianza, cuento con cada uno de vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos, para hacer vivir esta Iglesia. En prenda de mi cercanía espiritual y paternal, y confiándoos a la Virgen María, invoco sobre todos vosotros, vuestros familiares, los jóvenes y los enfermos, la abundancia de las bendiciones divinas.

(En lengua fon) ¡Que el Señor os colme de sus gracias!

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África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo!
Benedicto XVI firmó la exhortación Africae Munus
OUIDAH, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Terminado el encuentro en el seminario de San Galo, a mediodía el santo padre se trasladó a la basílica de la Inmaculada Concepción de Maria, en Ouidah, para el solemne acto de la firma de la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus, que recoge los frutos de los trabajos de la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma, en octubre de 2009, sobre el tema: «La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz. ‘Vosotros sois la sal de la tierra ... Vosotros sois la luz del mundo’ (Mt 5, 13.14)».

En la basílica, estaban presentes los miembros del Consejo Especial para África del Sínodo de los Obispos, los prelados de Benín y los obispos anfitriones, con numerosos fieles de Ouidah.

Tras la introducción del secretario general del Sínodo de los Obispos monseñor Nikola Eterović, el papa pronunció un discurso que puede leerse en: http://www.zenit.org/article-40948?l=spanish.

Antes de la bendición final, el santo padre firmó una copia de la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus,en cada una de las lenguas en las que se ha publicado: francés, inglés, portugués e italiano.

Tras una completísima y vibrante jornada, acompañado por el fervor del pueblo beninés, Benedicto XVI se retiró a la Nunciatura Apostólica de Cotonú.

Al texto completo de la exhortación en español se puede acceder en este enlace al sitio vaticano:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20111119_africae-munus_sp.html.

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África, tierra de un nuevo Pentecostés
Discurso del papa en la firma de la exhortación 'Africae Munus'
OUIDAH, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- “África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo!”, concluyó Benedicto XVI sus discurso en la basílica de la Inmaculada de Ouidah, con motivo de la firma de la exhortación Africae Munus.Ofrecemos aquí el texto íntegro de la intervención del pontífice.

*****

Señores Cardenales,

queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

queridos hermanos y hermanas,

Agradezco vivamente al Secretario General del Sínodo de los Obispos, monseñor Nikola Eterović por sus palabras de bienvenida y presentación, así como a todos los miembros del Consejo Especial para África, que han contribuido a reunir los resultados de la Asamblea sinodal con vistas a la publicación de la Exhortación apostólica postsinodal.

Hoy, con la firma de la exhortación Africae Munus, se concluye la celebración del acontecimiento sinodal. Este ha movilizado a la Iglesia católica en África, que ha rezado, reflexionado y debatido sobre el tema de la reconciliación, la justicia y la paz. En este proceso, ha habido una singular cercanía entre el sucesor de Pedro y las Iglesias particulares en África. Obispos, y también expertos, auditores, invitados especiales y delegados fraternos, llegaron a Roma para celebrar este importante acontecimiento eclesial. Había ido a Yaundé para entregar el instrumentum laboris de la Asamblea sinodal a los presidentes de las conferencias episcopales, y manifestar mi solicitud por todos los pueblos del continente africano y sus islas. Ahora tengo la alegría de regresar a África, y particularmente a Benín, para entregar el documento final de los trabajos, en el que se recoge la reflexión de los Padres sinodales, para presentar una visión sintética con diversos aspectos pastorales.

La segunda asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos se benefició de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa del beato Juan Pablo II, en la que se subrayó con fuerza la urgencia de la evangelización del continente, que no puede separarse de la promoción humana. Por otra parte, se desarrolló el concepto de Iglesia-Familia de Dios. Este último ha producido muchos frutos espirituales para la Iglesia católica y para el trabajo de evangelización y promoción humana que ha puesto en práctica para la sociedad africana en su conjunto. En efecto, la Iglesia está llamada a descubrirse cada vez más como una familia. Para los cristianos, se trata de la comunidad de los creyentes que alaba a Dios uno y trino, celebra los grandes misterios de nuestra fe y anima con la caridad la relación entre personas, grupos y naciones, más allá de las diversidades étnicas, culturales y religiosas. En este servicio que presta a cada uno, la Iglesia está abierta a la colaboración con todos los sectores de la sociedad, especialmente con los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, así como con representantes de las religiones no cristianas, especialmente los de las religiones tradicionales y del islam. La Puerta de no retorno y la del Perdón nos recuerdan este deber y nos impulsan a denunciar y combatir toda forma de esclavitud.

Teniendo en cuenta este horizonte eclesial, la segunda asamblea especial para África se centró en el tema de la reconciliación, la justicia y la paz. Estos son puntos importantes para el mundo en general, pero adquieren una actualidad muy especial en África. Baste recordar las tensiones, violencia, guerras, injusticias, abusos de todo tipo, nuevos y viejos, que han marcado este año. El tema principal se refería a la reconciliación con Dios y con el prójimo. Una Iglesia reconciliada en su interior y entre sus miembros puede convertirse en signo profético de reconciliación en el ámbito social, de cada país y de todo el continente. San Pablo dice: «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). El fundamento de esta reconciliación reside en la naturaleza de la Iglesia, que «es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen Gentium, 1). Sobre esta base, la Iglesia en África está llamada a promover la paz y la justicia.

Jamás se ha de abandonar la búsqueda de caminos para la paz. La paz es uno de los bienes más preciosos. Para lograrla, hay que tener la valentía de la reconciliación que viene del perdón, del deseo de recomenzar la vida en común, de la visión solidaria del futuro, de la perseverancia para superar las dificultades. Reconciliados y en paz con Dios y el prójimo, los hombres pueden trabajar por una mayor justicia en la sociedad. No se ha de olvidar que la primera justicia, según el Evangelio, es hacer la voluntad de Dios. De esta opción de base provienen innumerables iniciativas tendentes a promover la justicia en África, y el bien de todos los habitantes del continente, sobre todo de aquellos más desamparados y que necesitan empleo, escuelas y hospitales.

África, tierra de un nuevo Pentecostés, ¡ten confianza en Dios! Animada por el Espíritu de Jesucristo resucitado, hazte la gran familia de Dios, generosa con todos tus hijos e hijas, artífices de reconciliación, de paz y de justicia. África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo!

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Una aventura de misioneros españoles en Benín
La historia de los capuchinos y el rey Toxonou
MADRID, jueves 17 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Las aventuras de un grupo de misioneros españoles en Benín, en cuyo territorio se encontraba el antiguo reino de Allada o Arda, en el siglo XVII, evidencian la ardua tarea que asumieron estos evangelizadores. Una siembra de sacrificios y contradicciones, no siempre con fruto inmediato, que hoy muestra sus espléndidos frutos en el florecer de la fe en África, una primavera que celebra Benedicto XVI en estos momentos.

El reino de Arda, al nordeste del de Ouidah, era conocido en el continente por la llamada “costa de los esclavos”. A mitad del siglo XVII, el reino de Arda, en la cima de su gloria, quería darse a conocer a nivel internacional, instaurando relaciones amistosas con otros países.

En 1658, el rey de Arda hizo una petición formal a Madrid, España, para solicitar el envío de misioneros. El rey Toxonou envió una misión a la corte de Felipe IV. Este embajador negro de nombre Bans, acompañado de un intérprete, debía proponer al rey de España, de parte del soberano de Arda, establecer relaciones comerciales y enviar algunos misioneros para convertir al cristianismo a la población local.

Educado en la fe por los capuchinos, el embajador Bans y su secretario habían sido bautizados con los nombres de Felipe y Antonio, respectivamente.

El rey Felipe IV acogió favorablemente la petición del monarca de Arda y los capuchinos de Castilla, ya presentes en Sierra Leona, fueron encargados de la nueva misión.

El dicasterio misionero de Roma, informado el 4 de febrero de 1659, aprobó la lista de capuchinos elegidos por los superiores y les otorgó los poderes necesarios a su misión.

Mientras tanto, ayudados por Felipe y Antonio, los religiosos trataban de redactar un texto de catecismo bilingüe –en español y en la lengua local de Arda- para poderlo imprimir y llevar consigo, y facilitar su propio apostolado. El texto, titulado “La doctrina cristiana en nuestra lengua española y en el idioma arda”, es un documento original muy valioso desde el punto de vista histórico.

Los misioneros seleccionados eran doce, diez religiosos y dos hermanos laicos, mientras que el padre Luis Antonio de Salamanca fue nombrado responsable del grupo. El 25 de septiembre de 1659, Felipe IV hizo aprobar la Misión, en el Consejo de las Indias, a pesar de que alguna intriga quisiera impedir la partida de los capuchinos.

Embarcados en Cádiz, el 25 de noviembre de 1659, los doce misioneros llegaron a Arda el 14 de junio de 1660, tras un difícil viaje. Acogidos muy bien por la población local, fueron llevados ante el rey enseguida por un intérprete mestizo portugués, Mateo Lopes, el futuro embajador del rey de Arda ante Luis XIV, soberano de Francia. Hacia fines de enero, los misioneros llegaron ante el rey, en la capital del reino, a unos cincuenta kilómetros de la costa. En una carta de 26 de mayo de 1660, el padre Luis Antonio de Salamanca hizo un informe detallado sobre la misión y lo envió a Propaganda Fide. Según este informe, el rey Toxonou no rechazó bautizarse y aceptó incluso ser catequizado, pero el problema era que difería continuamente la fecha del bautismo, exigiendo que antes se fueran las naves que había llevado a los misioneros, y las numerosas embarcaciones holandesas que estaban en el puerto del reino, cargadas de mercancías y de esclavos para América. Mientras tanto, los capuchinos volvieron a la costa, a la localidad de Jackim, donde el clima insalubre y la carestía les hicieron enfermar. Cinco de ellos murieron y un sexto tuvo que regresar a España a causa de un agravamiento de la enfermedad.

Tras la partida de las naves holandesas, los cursos de catecismo se reanudaron, pero el soberano no se decidía a recibir el bautismo. Los misioneros no se desalentaron, confiados en la futura instauración del cristianismo en Arda. Consideraban que el éxito de su apostolado dependía sólo de la conversión del rey. Su optimismo se manifestó en la petición a España de otros religiosos. Pero los acontecimientos que siguieron disminuyeron rápidamente su entusiasmo. Dándose cuenta de que la conversión al cristianismo le habría obligado a tener una sola mujer, el rey pidió un periodo de reflexión, permitiendo a los dignatarios del reino que mandaran a su hijos a la escuela abierta por los capuchinos, pero impidiéndoles hablar de religión y del Evangelio. El mismo Felipe Bans olvidó su bautismo y todas las promesas hechas en Madrid. Tras un año de vida difícil y sin ningún consuelo en el apostolado, no queriendo “perder tiempo con personas tan ingratas hacia Dios”, el padre Luis Antonio de Salamanca hizo una última visita al rey para preguntarle si tenía verdaderamente intención de convertirse. Tras reunirse en consejo, Toxonou respondió claramente que “enviando a su representante a España, no había querido cambiar de religión sino más bien iniciar relaciones diplomáticas con el rey y lograr el envío de algún sacerdote que supiera sedar los ánimos en el modo mejor, y no sólo curar almas. Los misioneros, por tanto, podían quedarse en el país, si querían, en estas condiciones, y bien pagados. Frente a una verdad tan cruda, los capuchinos se reunieron en consejo y expusieron la situación a Madrid y a Roma, pidiendo poder dejar el reino de Arda, obstinado en permanecer fiel al culto de sus antepasados, como el reino confinante di Ouidah.

Antes de dejar Arda, y para tener la conciencia tranquila de haber hecho todo lo posible por instaurar la fe católica en el país, los misioneros hicieron un último intento desesperado: un día, mientras los habitantes de Arda llevaban en procesión a “uno de sus ídolos”, uno de los capuchinos, con el crucifijo en la mano, se puso ante la procesión y empezó a predicar la doctrina católica. Pero inmediatamente los participantes en la ceremonia, indignados por tal gesto, le dieron una paliza.

En 1661, por tanto, tras recibir la autorización de Propaganda Fide, los capuchinos abandonaron el reino de Arda, para ir a otras regiones quizá más disponibles a recibir la fe católica. Los padres Carlos de Los Hinojosos y Anastasio de Salamanca, junto al superior Luis Antonio de Salamanca, se embarcaron en una nave con destino a América, pero durante la travesía el superior murió enseguida a causa de una enfermedad y fue sepultado en el mar. Los otros dos capuchinos volvieron a España, donde informaron al rey y luego al dicasterio de Propaganda Fide en Roma.

Otros tres supervivientes, Agustín de Villabáñez, José de Nájera y Cipriano de Madrid, permanecieron por algún tiempo en la región, predicando el Evangelio en Popo, situada al oeste de Ouidah y que hoy corresponde al territorio entre Aného y Togo y entre el actual Grand-Popo y Benín (ex Dahomey). Tras este breve periodo de apostolado, los tres misioneros se embarcaron en una nave holandesa con destino a América, a donde llegaron tras once terribles meses de travesía en el océano Atlántico. Así acabó una fase del importante intento de evangelización en el reino de Arda en el siglo XVII.  

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Documentación


Solitario-solidario o la esencia de un vivir conjunto europeo (II)
Ponencia de Herman Van Rompuy en la Universidad Gregoriana
ROMA, miércoles 16 noviembre 2011 (ZENIT.org).- El presidente del Consejo europeo Herman Van Rompuy participó en la conferencia Vivir juntos en la Europa de hoy, invitado por la Universidad Pontificia Gregoriana. Ofrecemos aquí la segunda parte del texto íntegro de su ponencia.

*****

4. Más allá del individuo

Entretanto creo que nuestra época está demasiado obsesionada por la figura del individuo que se construye a sí mismo. Y que la universalización del reino del individuo, sin superestructuras filosóficas o religiosas, deja al hombre solo delante de su destino. O un “solitario no solidario” se vuelve ansioso y considera fácilmente al otro como un enemigo.

Y es según mi opinión el mayor peligro que pueden sufrir nuestras sociedades. Uno constata hoy una falta de trascendencia, de ideas, de ideales que sumergen el individuo. Pues un eje de dirección, un destino son tan necesarios para una sociedad, como para el hombre el sentido que da a su vida.

Marcel Gauchet se preguntó si nuestras democracias pueden aún asegurar “la suprema función de la política que es la de dar a la colectividad el sentimiento de una conducción de su destino”: El riesgo es que “la política se disuelva para dar lugar a “la” política y sus cortejo de intereses y de revindicaciones identitarias particulares, incapaces de satisfacer el interés general.

El peligro es que un nuevo individualismo, que un nuevo nacionalismo, noconquistador sino calculador, quiera salirse con la suya,dictado por un interés puramente material. Un nuevo individualismo que se desarrolle paradójicamente en un mundo occidental con un sector colectivo, público, extremamente desarrollado, organizado e imponiendo incluso, la ‘solidaridad’.

Por ello, no creo que los derechos del individuo o los derechos del hombre puedan en el futuro, por sí mismos, constituir una trascendencia o, como dice Régis Debray, un eje vertical en torno al cual los europeos puedan encontrarse. Esto es reenviar demasiado al hombre a él mismo y por lo tanto, forzarlo, limitarlo, cerrarlo, aislarlo. En una palabra volverlo demasiado “solitario”.

¿Entonces se repropone la pregunta del “aquel eje vertical”?

¿Será el “eso” de Virginia Woolf, “La última realidad” del premio nobel belga Cristian De Duve, el incalificable inefable, el Otro con una “O” mayúscula,“Dios” tal cual, que nos sobrepasa sin cesar revelándonos a nosotros mismos?

Pero la historia nos enseña que no se puede imponer un mito fundador europeo ni una trascendencia en torno a la cual reunirse.

A no ser que se considere la memoria de Auschwitz como el fundamento de la unidad europea, y aquí citoel título del diario Le Monde evocando la Shoah: L'Europe réunie se recueille (La Europa reunida se recoge). Bonito titular que yo calificaría de “religioso” en los dos sentidos etimológicos de la palabra, religare para reunir y relegere para recogerse, para releer su pasado.

Europa como proyecto político fue la respuesta a la guerra, al horror. Europa fue construida con la memoria de las tumbas de millones de inocentes. Europa está basada sobre este rechazo y sobre esta opción, en favor del hombre, contra la barbarie y el totalitarismo. Se sabe lo que no se quiere. En nombre de determinados valores que unidos forman una “unión” nuestra “unión”. ¿En que consiste esta “unión de valores”?

Corriendo el riesgo de sorprenderles, diría que reside en el fondo, en… el amor. Puesto que la solidaridad en nuestros días se convirtió en un concepto demasiado institucional.

Concepto que, para no ser estéril, implica una noción de compartir y de amor. De amor que calificaría como gratuito, en el sentido de don. Y si seguramente no es posible imponer el amor, el amor es la mayor fuerza trascendente que exista, de todos modos es posible a cada uno de nosotros, a cada europeo, trabajar por ello, en la esperanza de un futuro mejor.

El amor no es, no más, algo abstracto. El amor necesita de algo concreto. El amor, como la fe, está muerto si no se transforma en actos. Recordemos a san Agustín, el hombre que proclamó: “Ama y haz lo que quieras”; el hombre que declaró: “Nosotros somos los tiempos. Seamos buenos y los tiempos serán buenos”.

¿Entonces señoras y señores, aquí es justamente donde reside la esencia de una Europa en continua construcción? No en un espíritu conquistador a la manera de Carlomagno, o Carlos V o Napoleón, sino en los pequeños pasos emprendidos diariamente, tanto a nivel filosófico, político o económico, pequeños pasos realizados en nombre de esta “unión de valores” cuyo pedestal es el amor. Pequeños pasos que día tras día, año tras año nos muestran, nos demuestran que el camino se hace al andar y que la marcha misma la que determina el sentido del camino.

Pues si nos falta una inspiración, una motivación, una dirección o una ambición no nos falta una utopía.

Esta sería incluso peligrosa pues ella querrá hacer plegar la realidad delante a lo que jamás podrá ser una realidad.

Por lo tanto a despecho de utopías imposibles, intentaremos, dije bien, “intentaremos” cuidar que políticamente, diplomáticamente y económicamente Europa vaya sobre rieles y hacer avanzar por el bien de todos el tren que conduce a un mejor vivir, un vivir mejor en común.

Y sí es así, ¿intentar volver perenne una cierta idea de Europa, una cierta idea del vivir juntos en nuestros países?Es hoy más difícil que hace algunas décadas o algunos años.

Pues el mundo cambia. Se globaliza y al mismo tiempo se individualiza. Y si la economía avanza, el hombre no avanza siempre. Por una parte, el mundo se humaniza pues por todas partes combate la pobreza, notablemente en los países emergentes. Pero por otra, se despersonaliza, pues nuestro destino se vuelve cada vez más dependiente de un sistema financiero capitalista desenfrenado y sin ética. Y el sentimiento de impotencia que ha nacido nos causa miedo.

Gobernar en este clima es mucho más difícil que antes. Y establecer una economía al servicio del hombre a nivel mundial es un nuevo desafío que nos falta alcanzar.

Teniendo como principio un amor por el hombre para esperar una economía que llamaría “socialmente y humanamente” corregida.
Para superar este desafío necesitamos, aquí también, poner cotidianamente en acto acciones concretas, acciones correctivas.

Y de sus efectos acumulados tiene que nacer esta nueva economía que llamo de mis deseos. No tengo aquí tiempo para profundizar todos los aspectos. Lo que sí sé es que necesitamos, para realizar este objetivo, las virtudes de un amor que como dijo Kierkegaard, trasciende en el tiempo. Nosotros debemos por ello, cada uno dentro de nosotros, superar el sentimiento de la inmediatez, sentimiento que consiste en creer que la historia comienza con nuestro nacimiento, y que el pasado y futuroson nociones superadas.

He aquí, señoras y señores, queridos amigos, el contenido del mensaje que quiero entregarles hoy.

Permítanme agradecerles calurosamente, señor Francois Xavier Dumortier, rector de la Universidad Pontificia Gregoriana, por su invitación a este templo de pensamiento jesuita en Europa y en el mundo.

Y quien entre ustedes me conoce sabe que personalmente, y como antiguo alumno, tengo apego a la enseñanza de los jesuitas. Les debomucho. Sin ellos, yo no sería hoy día lo que soy, ni como hombre y ni como intelectual. En la filosofía de Pericles la política no era considerada como un vicio sino más bien como una vocación, y la voz de la conciencia nos fue ilustrada por Sócrates y Antígona.

La política era, sí, una expresión de la ética. Además la ética para mí tiene un fundamento cristiano y si soy europeo es gracias a los jesuitas que, en manera concreta, nos ponían en contacto con alumnos de otros colegios de Europa, de Berlín, Nimega, D’Evreux o Genes. Pues “viajar juntos” ¿no es parte de “vivir juntos”?

Entonces sepan que esta mañana estoy contento de vivir algunos instantes junto a ustedes, con los recuerdos de algunos superiores generales flamencos o belgas de la compañía, como Ecerard Lardinois de Marcourt, el primer no español a cargo de la Compañía en 1574, de Charles de Noyelle, de Piter Jan Beckx y de Jean Baptiste Janssens.

Feliz de vivir algunos instantes junto a ustedes en este aroma y visión de la belleza que evidentemente encontré en Roma, descubriendo a largo de Tíber, con gran sorpresa y alegría, esta magnífica pintada sobre la pared de la orilla derecha ante a la isla tiberina: “Te amo desde aquí… hasta el final del mundo… desde aquí… al infinito”.

Me vuelve al espíritu la frase célebre de un papa romano: “Roma la progenitora, la anunciadora, la tutora de civilización y de eternos valores de vida” (1948)

Muchas gracias.

La primera parte de esta ponencia fue publicada el 15-11-2011: 

http://www.zenit.org/article-40906?l=spanish

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