19.11.11

El lenguaje de la fe

A las 2:13 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General
 

La eclesialidad de la fe….

4. El lenguaje de la fe

La analogía con la realidad de la vida, que es un don que se recibe, puede ser extendida a otras dimensiones de la existencia humana como, por ejemplo, el lenguaje. El lenguaje nos precede y solamente es apropiado por cada uno en la medida en que, previamente, es recibido.

Se ha dicho que “todo lo específicamente humano depende del lenguaje” . El lenguaje no es sólo una característica humana, sino propiamente lo que constituye al hombre como humano. Gracias al lenguaje nos abrimos al mundo, a su realidad y a su sentido. Abriéndonos al mundo, el lenguaje nos inserta en una cultura, en una constelación de creencias, de significados y de valores. Igualmente, el lenguaje nos abre a los otros, a la intersubjetividad, a la sociedad. La apertura que propicia el lenguaje es infinita, hasta el punto de hacer posible la escucha de Dios y la palabra dirigida a Él. El lenguaje humano es apto “para hablar de forma significativa y verdadera incluso de lo que supera toda experiencia humana” .

Al creyente, que recibe en el bautismo la vida de fe, se le da la posibilidad de expresar esta fe mediante el lenguaje. La Iglesia guarda “la memoria de las palabras de Cristo” y transmite la confesión de fe recibida de los apóstoles: “Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de fe” .

Sin esta enseñanza, sin esta iniciación en el lenguaje de la fe, el acto de fe personal resultaría inviable, ya que la respuesta obediencial a la revelación divina en la que consiste creer, presupone la escucha de una palabra viva que resuena hoy, como dirigida a cada hombre, gracias a la proclamación de la Iglesia.

Creer comporta un acto de asentimiento que expresa la aceptación absoluta e incondicional de una proposición . Sin una proposición, que es una formulación lingüística, no puede darse el asentimiento, aunque la creencia se finaliza en la realidad misma del Objeto al que los enunciados remiten. Y sin la función mediadora de la Iglesia, como sujeto que recibe el mensaje, que lo custodia, transmite e interpreta, no existirían las proposiciones en las que se expresa la fe. Las proposiciones doctrinales perpetúan, a través del lenguaje, la “impresión” causada en la mente de la Iglesia por la Verdad revelada .

Pero, para realizar el asentimiento de fe, se requiere igualmente que la proposición que se acepta incondicionalmente sea, en cierto modo, inteligible, susceptible de una cierta aprehensión o interpretación de los términos de la misma . También este momento de la aprehensión resultaría imposible sin la mediación eclesial. Los términos en los que se expresa la fe encuentran su marco significativo en el “hablar” de la Iglesia. Fuera de ese contexto lingüístico, el creyente no podría atribuirles un significado pleno.

La mediación de la Iglesia en la asunción personal del lenguaje de la fe, imprescindible para el asentimiento, es destacada por Newman a propósito del problema de la fe de los sencillos. No es preciso que cada creyente comprenda en detalle todos los dogmas y las doctrinas. Basta con que pueda hacerse cargo de que la Iglesia es “el oráculo infalible de la verdad”. Al creer todo lo que la Iglesia propone para creer, el creyente, aun el sencillo, lleva a cabo un acto de asentimiento que incluye todos los asentimientos particulares .

La Iglesia, facilitando a cada creyente el lenguaje de la fe, y velando, con la asistencia del Espíritu Santo, por la fidelidad a lo recibido, permite al fiel alcanzar la certeza de que las proposiciones a las que asiente expresan sin error, de manera adecuada y verdadera, lo que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida . En este sentido, se comprende la importancia del magisterio de la Iglesia en su tarea de formular con un lenguaje autorizado y regulativo el depósito de la fe (cf DV 10).

Guillermo Juan Morado.