21.11.11

La eclesialidad de la fe (final)

A las 11:25 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

La eclesialidad de la fe (final)

El carácter misionero de la fe: La fe se fortalece dándola

Cada fiel, engendrado por la Iglesia mediante la predicación y el Bautismo, y hecho miembro de la comunión de la fe, se convierte en testigo, en un eslabón en la gran cadena de los creyentes, destinado a transmitir a otros lo que, a su vez, ha recibido. Se inserta así en la catolicidad misionera de la Iglesia (cf AG 1).

La finalidad de la misión es hacer posible que “todas las gentes” (cf Mt 28,19-20) participen en el misterio de la comunión trinitaria, del cual la Iglesia es signo e instrumento. El esfuerzo misionero robustece la fe y renueva la Iglesia. Como enseña el Papa Juan Pablo II: “¡La fe se fortalece dándola!”.

La urgencia misionera surge desde dentro de la persona que ha sido alcanzada por la buena nueva de la salvación en Cristo:

“Quienes han sido incorporados a la Iglesia han de considerarse privilegiados y, por ello, mayormente comprometidos en testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos y respuesta debida a Dios, recordando que « su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios sino a una gracia singular de Cristo, no respondiendo a la cual con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad»”.

La misión nace de la fe en Cristo y es un compromiso de toda la Iglesia, que atañe a todos los bautizados. La Iglesia ha de ofrecer la salvación de Cristo a todos los hombres. El testimonio se perfila, de este modo, como consecuencia intrínseca de la fe.

La categoría englobante de “testimonio”, como condición de posibilidad concreta de la fe, ayuda a comprender el lugar de la Iglesia en el acto de creer. El testimonio es la manifestación significativa de la misión de la Iglesia en su realidad histórica. De él surge el signo eclesial de credibilidad, que es la mediación próxima para conocer la revelación.

 

Conclusión

En la literatura teológica ha estado más presente, por lo general, el aspecto personal de la fe que el aspecto eclesial. Obviamente, son dos dimensiones que no se pueden contraponer, ya que cada creyente es persona y se desarrolla como tal en el seno de la comunión de la Iglesia.

Se da una correlación perfecta entre la teología – la consideración de la realidad de Dios - , la antropología y la eclesiología. El misterio de Dios es el misterio de la comunión trinitaria. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es un ser llamado a la relación. La Iglesia es el cauce, el medio, del que Dios se sirve para hacer posible el establecimiento de este ámbito de relación que convierte a los hombres en hijos y, en consecuencia, en hermanos.

La reflexión sobre el carácter eclesial del acto de fe pone de relieve una quíntuple precedencia de la fe eclesial con respecto a la fe personal.

1) La precedencia de lo recibido. La revelación es, ante todo, un don, una realidad que viene a nosotros suscitando nuestra acogida. No supone este dato una afrenta a lo humano, ya que el hombre necesita aceptar, confiar y recibir para poder llegar a ser plenamente sí mismo. La revelación alcanza a cada creyente en virtud de la mediación histórica de la Iglesia, de su Tradición. Una mediación que es memoria actualizadora y comunitaria.
2) La precedencia del nosotros. El nosotros de la fe eclesial no anula el yo de la fe personal, sino que lo posibilita, a semejanza de la unidad divina, que no anula la Trinidad, sino que se identifica con ella. Dios, que es el ser en plenitud, es la perfecta donación, lo más contrario a la soledad o el aislamiento. De modo análogo, en el hombre no se contraponen individualización y socialización, porque, en realidad, ambos procesos son coincidentes.

3) La precedencia de la Madre. Al igual que la vida natural se gesta en el seno de la madre, la vida nueva, la salvación que Dios nos regala gratuitamente, es transmitida a través de la función materna de la Iglesia. Cristo, plenitud de la revelación, fue enviado por el Padre contando con la mediación de María. También a nosotros nos llega la gracia de la fe por medio de la Iglesia.

4) La precedencia del lenguaje. No se puede aprender a hablar sin que preceda la escucha, sin oír la voz de los otros. Las palabras con las que se confiesa y se expresa la fe son palabras recibidas de la voz de la Iglesia, que hace resonar hoy la palabra viva de Dios. En el contexto de la comunidad creyente las palabras de la fe adquieren su pleno significado.

5) La precedencia de la misión. El testimonio personal, que es la respuesta del hombre a la fe, resultaría imposible sin la inserción en la catolicidad misionera de la Iglesia. El testimonio se convierte en signo que ayuda a otros a encontrar el don de la fe.

La cadena de la fe no aparece, así, como un circuito cerrado, sino abierto, en una apertura que se dirige a la totalidad de los hombres

Guillermo Juan Morado.