23.11.11

Un tema muy difícil: la homilía

A las 10:42 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Predicar, predicar bien, es un arte, recuerda el papa en “Verbum Domini”, 60. Y un arte es una virtud, una disposición y una habilidad para hacer algo. Es evidente que no todo el mundo posee de modo espontáneo, por decirlo así, ese arte, aunque algunos, los ministros de la Iglesia, tienen la obligación de ejercitarse en él.

Un oficio, un ministerio, lleva consigo el deber de ser un artista. Hay, en este punto, una cierta desproporción. Máxime si se tiene en cuenta que uno no predica una homilía hasta que pueda predicarla; es decir, hasta que sea, al menos, ordenado diácono. Pero de “desproporciones” sabe mucho el ministerio ordenado. Todo es en realidad “desproporcionado”: un hombre consagrando el pan y el vino, hablando las palabras de Dios y otorgando el perdón que solo Él puede conceder.

Para eso está el sacramento del Orden, para salvar la desproporción, para capacitar a alguien para hacer y dar lo que, por sí mismo, jamás podría ni hacer ni dar. Y esto vale, sustancialmente, para la tarea de la predicación.

De todos modos, un axioma escolástico dice que la gracia supone la naturaleza. Hay siempre una armonía entre el orden de la creación y el orden de la salvación, si se nos permite expresarnos de esta forma. Creo que lo que le corresponde a Dios está asegurado. Él puede hacer que la homilía más aburrida del mundo toque el corazón de una persona o que, por el contrario, el sermón más elaborado resulte infructuoso.

Pero vayamos a la parte humana. A lo que, sin olvidar a Dios, depende más directamente de nosotros, los que somos sus ministros. El papa no se cansa de recordar la necesidad de “mejorar la calidad de la homilía”, que es parte de la acción litúrgica y que tiene como meta “favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles” (“Verbum Domini”, 59).

Y traza unas pautas: La homilía constituye una actualización del mensaje bíblico; ha de apuntar a la comprensión del misterio que se celebra; ha de invitar a la misión, disponiendo a la asamblea a profesar la fe, a orar, y a celebrar la Eucaristía.

Todos estos fines se concretan en una llamada a la responsabilidad: quienes están encargados de la predicación “han de tomarse muy en serio esta tarea”. ¿Qué hay que evitar? Pues homilías genéricas y abstractas e inútiles divagaciones. Debe quedar claro que lo que interesa es mostrar a Cristo.

Para un ministro ordenado esta responsabilidad ha de moverle a una familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado, así como a una preparación cuidadosa. A la hora de predicar, el ministro debe preguntarse: ¿Qué dicen las lecturas?, ¿qué me dicen a mí?, ¿qué debo decir a la comunidad?

El papa insiste sobre todo en la homilía dominical, aunque apunta a la conveniencia, cuando sea posible, de breves reflexiones en la celebración de la Misa durante la semana.

¿Qué pienso yo de todo esto? Ante todo, que el esfuerzo de “actualización” no es nada fácil. Una asamblea de fieles no es, jamás, homogénea. Cada persona tiene sus propias circunstancias. Lo que vale para uno no necesariamente vale para el que está a su lado.

Sí creo que se debe apostar por la brevedad, por la claridad y por la “concentración cristológica”. Cristo es el Salvador y la Salvación. Cada homilía habla de Cristo y de cómo nosotros hemos de seguir a Cristo.

Con más arte o con menos. Pero, a mi modo de ver, por ahí discurre lo esencial.

Guillermo Juan Morado.