24.11.11

La doctrina del obispo Müller

A las 1:14 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia Universal
 

El pasado 16 de noviembre el Papa recibió en audiencia privada al obispo de Ratisbona, Gerard Ludwig Müller. Nada de oficial se sabe respecto de lo hablado en ese encuentro. No es un secreto que el prelado alemán es uno de los candidatos a ocupar el puesto de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en lugar del cardenal estadounidense William Levada.

Es amigo personal de Benedicto XVI, es el curador de su “Opera Omnia” que recogerá todas, absolutamente todas las obras de Joseph Ratzinger. Escritor prolífico, es bien estimado en diversos ámbitos teológicos católicos.

El 15 de junio pasado Levada cumplió los 75 años, edad de jubilación obligatoria de los funcionarios de la Curia Romana. Aunque algunos meses atrás tuvo problemas de salud, actualmente se encuentra repuesto y en plena forma. Podría permanecer en el cargo todavía un tiempo más y todo parece indicar que el pontífice no está apurado por sustituirlo. Aún así ya se habla de posibles sucesores, incluido el propio Müller.

Sobre la rectitud doctrinal del obispo de Ratisbona prácticamente nadie duda. Pero, en el mundo alemán, ha provocado no pocos debates una interpretación contenida en su obra “Dogmática. Teoría y práctica de la teología”, editada por la compañía Herder en 1998 y la cual se ha convertido en un punto de referencia de numerosas facultades teológicas del mundo.

El punto de controversia corresponde a dos pasajes en los cuales, según parece, el autor pone en duda la virginidad real de María, la madre de Cristo, a través de una explicación particular que ha despertado la sorpresa de agudos observadores. El tema no es algo menor y su análisis resulta pertinente visto el espesor del personaje que, entre otras cosas, podría ser el responsable de velar por la sana doctrina en la Iglesia universal. Por eso vale la pena ir a la fuente original. Así lo reportamos a continuación, los expertos podrán juzgar por sí mismos.

En la página 499 del manual se lee: En el acto del alumbramiento (como en otras realizaciones humanas básicas) se perfila una diferencia entre la pasividad del suceso a que se ve sometida la parturiente y su voluntad de comportamiento activo, es decir, de integración personal en la totalidad del acontecimiento. En perspectiva antropológica, esta diferencia se experimenta como “dolor”, desintegración y amenaza. Pero en virtud de la respuesta afirmativa a la encarnación de Dios, debe contemplarse la relación de María con Jesús, incluido el acto del alumbramiento, en el horizonte de la salvación escatológica que ha acontecido en Cristo.

Por consiguiente, el contenido del enunciado de fe no se refiere a detalles somáticos fisiológicos y empíricamente verificables. Descubre, más bien, en el nacimiento de Cristo los signos anticipados de la salvación escatológica del tiempo final mesiánico, ya iniciado con Jesús. En la interpretación teológica de la liberación de “dolores” de María en el acontecimiento del parto del Redentor debe también tenerse en cuenta la doctrina, testificada por la Biblia, del seguimiento de María hasta la cruz. La espiritualidad cristiana reconoce -de acuerdo con el modelo de María- que en todo parto que una mujer acepta en la fe hay una experiencia de la salvación ya venida escatológicamente.

Mientras unos párrafos más adelante, en la página 501, agrega: Desde los primeros años del siglo IV aparecen, con diversas variantes fórmulas trimembres acerca de la virginidad de María antes, en y después del parto. Su fundamento se encuentra en la maternidad virginal asumida en virtud de su disposición a creer. A partir de este enunciado cristológico sobre la virginidad de María antes del parto se sigue -con un sentido más acusadamente mariológico de la afirmación- la insistencia en el proceso mismo de parto (virginitas in parto), derivada del hecho de que María da a luz realmente al Dios hombre y Redentor y de que, en la secuencia de su absoluta entrega humana al acontecimiento de la redención, no tuvo ninguna relación con José, ni por tanto, otros hijos. El contenido de fe de la virginidad de María antes, en y después del parto y, por consiguiente, su virginidad perpetua, está testificado por todos los Padres de la Iglesia(.).

Más allá y por encima de la errónea interpretación del dualismo gnóstico de la virginitas in partu entendida como negación de la realidad de la humanidad de Jesús esta doctrina eclesial debe ser entendida en el sentido de la realidad de la encarnación. No se trata, pues, de singularidades fisiológicas del alumbramiento (por ejemplo, que no se abriera el canal del parto, o que no se rompiera el himen ni se produjeran los dolores propios de las parturientas), sino de la influencia salvadora y redentora de la gracia del Redentor sobre la naturaleza humana, que había sido “vulnerada” por el pecado original.

Para la madre, el parto no se reduce a un simple proceso biológico. Crea una relación personal con el hijo. Las condiciones pasivas del alumbramiento se integran en esta relación personal y están internamente determinadas por ella. La peculiaridad de la relación personal de María con Jesús está definida por el hecho de que su Hijo es el Redentor y de que en su relación con él debe ser entendida en un amplio horizonte teológico.