25.11.11

Eppur si muove - ¿Es mala cosa proteger la doctrina católica?

A las 1:14 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove
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La semana pasada planteamos si era importante parar los pies a los católicos que, manifestando unas opiniones muchas veces contrarias a la doctrina católica, hacían daño a la Esposa de Cristo.

Sin embargo, parece que la cosa no es del todo entendible y, por eso mismo, preguntamos hoy si es que es malo proteger la doctrina católica de tales embestidas.

Dice, por ejemplo, San Pablo, en su Epístola a los Efesios (4, 10-14), refiriéndose a Cristo, que “Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. El mismo ‘dio’ a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error”.

Por tanto, es posible y más que probable (recordemos aquello de los falsos profetas) que haya personas que difundan doctrinas que no estén de acuerdo con la que lo es católica y que pretendan, con ellas, tergiversar el sentido verdadero de la ortodoxia propia del catolicismo.

A este respecto, el P. Iraburu, en su libro “Infidelidades en la Iglesia” dice que

“El Beato Juan XXIII (papa 1958-63), en el Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (1962-65), afirma que éste dará ‘un magisterio de carácter prevalentemente pastoral’. Sin embargo, la Iglesia quiere que el Concilio ‘transmita la doctrina pura e íntegra, sin atenuaciones, que durante veinte siglos’ ha mantenido firme entre tantas tormentas. Los errores nunca han faltado. Y ‘siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos’ (n.14-15; 11-XI-1962).

Una enseñanza, que se relaciona con la anteriormente subrayada, la hallamos en la Declaración conciliar Dignitatis humanæ, sobre la libertad religiosa:

‘…la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas’ (DH 1).

Juan Pablo II considera que éste es un ‘principio de oro dictado por el Concilio’ (1994, cta. apost. Tertio Millenio adveniente 35).

Doctrina, pues, de veinte siglos de antigüedad y sabiduría que debe ser defendida por quien tiene autoridad para hacerlo y que no puede ser mala cosa o mala forma de actuar porque es, además, la única posibilidad que tienen aquellos hermanos en la fe que tienen encomendada tal labor.

Pues hay quien, como el caso de Juan Cejudo (asiduo de Redes Cristianas) dice, refiriéndose al origen de esta polémica (la prohibición a teólogos como Tamayo o Queiruga de “predicar” de forma extemporánea) que “Todos estos actos inquisitoriales, tan poco tolerantes, tan poco cristianos, diría yo, por parte de nuestros obispos, indican lo que hay: un fundamentalismo tremendo de nuestros jerarcas que sólo permiten “el pensamiento único”, la doctrina tridentina, la teología tradicional anclada en formulaciones medievales”.

Esto es, entonces, lo que se critica: el fundamentalismo y el tridentinismo que se le atribuye a nuestros pastores porque, al parecer, eso supone el establecimiento obligado de una forma de pensar y la aplicación de una teología a la que motejan de “tradicional”. Y a eso se oponen con doctrinas alejadas de la ortodoxa católica que es, no se olvide, la única posible en cuanto a seguimiento que se ha de transmitir. Otra cosa supone sembrar cizaña y alejar a los discípulos de Cristo del camino que trazó el Maestro hace muchos siglos y que han seguido millones de creyentes en el Dios Único y en la Santísima Trinidad, entre otras realidades espirituales.

Contra eso, contra tal doctrina, se pretende disparar unos dardos que no son los de fuego con los que el Espíritu Santo purifica el corazón de los hijos de Dios sino, en todo caso, aquellos con los que se quiere, expresamente, producir desazón en los hermanos de Cristo por medio de la praxis teológica consistente en desparramar por no haber recogido con Cristo (cf. Mt 12, 30).

Y ahora, que cada cual se acoja a lo que crea más conveniente en el conocimiento de que sin Cristo no hay cristianismo y sin la doctrina católica no hay catolicismo sino, como mucho, otra realidad espiritual que no es la que pretendió fuera difundida el Hijo de Dios cuando envió a los suyos a predicar por el mundo.

Eleuterio Fernández Guzmán