26.11.11

 

Parece evidente que la JMJ de Madrid fue un momento de gracia para la Iglesia en España. Se podría hablar incluso de una riada espiritual que llenó nuestro país durante unas fechas. Durante su discurso ante la Plenaria de la CEE, el Cardenal Rouco supo explicar muy bien en qué consistió ese fenómeno. Salvo los amargados de siempre, que existen tanto en la izquierda eclesial como en la extrema-derecha filolefebvrista, todos estamos de acuerdo en que la Jornada fue un éxito.

Ahora bien, está por ver que la Iglesia en esta nación sepa aprovechar ese don que recibió de lo alto. Cualquier país que no tenga una buena red hidrológica sufre cuando llega una época de sequía. España sabe mucho de eso. Durante el siglo pasado se construyeron muchos pantanos y presas que han servido para que el país no se muera literalmente de sed cuando el cielo no da el agua necesario. Incluso se hizo un trasvase del río Tajo al Segura. Y si no se realizó lo mismo desde el Ebro hasta el Levante fue debido a presiones políticas que tienen poco que ver con el bien común.

Lo que pasa a nivel de la naturaleza, puede tener su equivalente a nivel espiritual. La crisis del catolicismo en España es tan evidente que sólo un ciego o un necio puede negarla. Las razones son variadas pero tienen mucho que ver con la secularización de la sociedad y la, en mi opinión mucho más grave, secularización interna de la propia Iglesia. Esta última afecta gravísimamente a nuestra capacidad de hacer llegar el agua viva que llega de lo alto a los que viven, aun sin saberlo, sedientos de Dios.

En cualquier ciudad del mundo es necesario una red de tuberías que funcione adecuadamente. Si está llena de escapes, al final no hay agua para todos. Si la depuradora no funciona, lo que la gente bebe del grifo es veneno. En la Ciudad de Dios es aun más necesario que todo funcione bien. Si el agua viva del evangelio no llega a todos, muchos morirán eternamente. Y si llega adulterado por el error y la herejía, muchos enfermarán y se condenarán.

Corremos el peligro de la que riada de la JMJ pase de largo y no produzca el fruto que habría producido de haber tenido construidos los pantanos y presas espirituales adecuados para retener tanto caudal de gracia divina. El problema estriba en que lo que no se haya construido ya, difícilmente puede ponerse en marcha en breve tiempo. Habría que haber edificado antes. Pero de poco vale poner la mirada atrás. Es hora de trabajar para tenerlo todo preparado de cara a futuras riadas que Dios quiera enviarnos. Sin olvidar que dicho trabajo no debe tener como protagonista principal nuestro esfuerzo personal. Como dice la Escritura, “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles” (Salmo 127,1). Debemos volver nuestros ojos a Dios para que Él ilumine nuestros pasos, para recibir de Él los planos de esos pantanos y esas presas. Sin fidelidad al evangelio, sin fidelidad al magisterio de la Iglesia, sin rebaños pastoreados adecuadamente, sin amor por las almas perdidas, de poco servirán mil JMJs, mil visitas papales y mil planes pastorales.

Aunque el Señor puede hacer nuevas todas las cosas (Ap 21,5), no está de más recordar las palabras del profeta Jeremías: “Vuelvan al punto de partida y pregunten por los viejos senderos: ¿Cuál era el camino del bien? Síganlo y encontrarán la tranquilidad” (Jer 6,16). La Iglesia ha sabido ser madre y maestra de pueblos enteros. Sólo tiene que ser fiel a su Señor y a sí misma.

Luis Fernando Pérez Bustamante