26.11.11

Los cristianos, ignorantes del tiempo del fin

A las 7:39 PM, por Luis Santamaría
Categorías : Fragmentos de apocalipsis

 

Fragmentos de apocalipsis (5)

Cada vez que escribo un artículo crítico con los anuncios varios del fin del mundo, algunos lectores me contestan por Internet recordándome –como si lo hubiera olvidado– que un elemento esencial de la fe cristiana que profeso es la espera de la segunda venida de Cristo. Es verdad, y no hace falta que me lo repitan. Para eso tenemos un tiempo litúrgico, que a lo largo de un mes quiere entrenarnos a los cristianos para la espera, para esa actitud de vigilancia atenta que merece la parusía. Por eso aprovecharé este Adviento que ahora comenzamos para repasar algunas de las notas sobre la esperanza según los seguidores de Jesús. Quizás me desvíe un poco del propósito de esta serie (“Fragmentos de apocalipsis”), pero creo que no está mal una reflexión que sirva de contraste, y que evite un posicionamiento contrario y pendular a los fenómenos que estoy comentando. Es decir, que para no caer en el tremendismo milenarista de tantos grupos y personas que ven el apocalipsis a la vuelta de la esquina, no pasemos a vivir como si nada hubiera que esperar.

El pasaje del evangelio que se proclama este año en la liturgia católica en el I Domingo de Adviento (ciclo B: Mc 13, 33-37) nos proporciona una de las claves de la espera tal como la entendemos los cristianos, y precisamente puesta en boca de Jesús: “Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer”. De ahí el título de este artículo, que no pretende ser insultante ni provocativo, sino que quiere mostrar esa ignorancia, cuyo verbo repite por dos veces el Señor. Ese “nescitis” (desconocéis, no sabéis, ignoráis), como traduce la Vulgata del original griego, es característico, y es necesario para que sea posible la esperanza cristiana. Sólo Dios conoce el tiempo exacto del desenlace de los siglos, y por eso el creyente deposita en Él su confianza.

Las pretensiones tan repetidas de calcular, con la Biblia en la mano, el día exacto en el que tendrá lugar la parusía, pueden considerarse un pecado contra la fe. Jesús, en todos los lugares en los que elabora un discurso escatológico, invita a la vigilancia, a la responsabilidad y a interpretar los signos que la realidad nos ofrece. Pero no exhorta a una malsana actitud de inquietud por la fecha de la venida de Cristo en su gloria. Desde su primera venida, el tiempo no es entendido como “chronos”, sino como “kairós”, tomando pie en la terminología griega. Es decir, ya no es una sucesión de días que se van sumando de forma frenética mientras se mira al voraz calendario, sino una serie de oportunidades de gracia, porque la historia humana es historia de salvación, y como afirmaba Ricardo Blázquez, “la cercanía escatológica de Dios como Rey será la manifestación definitiva de su bondad” (Jesús, el evangelio de Dios).

Por eso el anuncio de Jesús, y su misma vida entendida como la feliz noticia de un Dios misericordioso que viene a rescatar al hombre esclavizado por el pecado, no pueden dar lugar a una vida temerosa o aterrorizada por el momento final. Cuando hablamos en la fe cristiana de la “tensión escatológica” nos referimos a esa situación intermedia que se vive entre las dos venidas de Cristo a la tierra, y que nos hace caminantes de esperanza. Porque, en palabras de Benedicto XVI, “se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spe salvi, 1). El tiempo sigue siendo fugaz, y el mundo sigue teniendo fecha de caducidad. Pero la cuestión del cuándo está en las manos de Dios.

Esa tensión escatológica, propia de la vida de los cristianos, pero encarnada en una existencia ordinaria, en paz y sin sobresaltos apocalípticos, se debe a que la expectación posterior a Cristo es algo menos expectación. Y me explico: nuestro Adviento no es equivalente a la espera secular del pueblo judío, sino que parte de un hecho cierto para el cristiano, que es precisamente el cumplimiento de las promesas mesiánicas en Jesús. La actuación definitiva de Dios ya se ha dado en la historia en aquel hombre concreto de Galilea. Todo lo que venga después responderá a un desarrollo de ese acontecimiento fundamental, al que San Pablo se refirió como “la plenitud de los tiempos”.

Ignorantes de la fecha de caducidad de nuestro mundo, ésa es la actitud de los seguidores de Cristo. Pero no despreocupados, sino vigilantes y responsables hasta la vuelta del Señor, como Él mismo indicó con las parábolas de la esperanza. Un día volverá el dueño de la casa, y pedirá cuentas a los hombres. Mientras tanto, es el tiempo de la confianza en el amor de Dios, que es providente. Sólo Él sabe cuándo llegará el fin, y eso no ha de preocupar a los creyentes. La búsqueda de fechas y el cálculo matemático son tentaciones continuas que pretenden una certeza en la cual apoyarse de forma humana, demasiado humana, dejando de vivir una esperanza que, ciertamente, no es fácil. El designio de Dios, desconocido, no puede ser abarcado por una inteligencia humana que pretende conocerlo, entenderlo y desentrañarlo todo. El tiempo ha de ser un espacio para vivir la fe, entendida como confianza en el Padre; un tiempo lleno de sentido porque, como ya he dicho, no es una mera continuidad de instantes vacíos y caducos, sino una feliz sucesión de momentos de gracia, de oportunidades de salvación.

Al igual que hay gente que se acerca a adivinos, astrólogos, tarotistas y cartomantes para conocer su futuro personal –dejando de fiarse de la providencia de Dios y pretendiendo lograr una omnisciencia sobrehumana–, muchos personajes, corrientes y grupos han querido descubrir el día y la hora de la parusía del Señor. Como nos muestra la historia, tales movimientos no han producido precisamente una tranquilidad derivada de su supuesto conocimiento privilegiado, sino que han infundido en sus adeptos el temor y la angustia, además de haber provocado, en algunas ocasiones, situaciones de violencia a su alrededor (poniendo su propia aportación para un fin que se predice catastrófico). Frente a todo esto, la esperanza cristiana, ésa que quiere renovar una y otra vez el tiempo litúrgico del Adviento, recuerda con la paz propia del creyente que, como decía el mismo Jesús, cuando sucedan todos los signos de su vuelta, hay que alzar la cabeza porque viene, por fin, la liberación.

Luis Santamaría del Río
En Acción Digital, 26/11/11