28.11.11

Novena a la Inmaculada por José María Gorgojo (III)

A las 5:35 AM, por Reme
Categorías : General

La Huida a Egipto (5º día)

Defensa de los inocentes

Me gustaría que no muriese ninguna criatura inocente más, en el seno de su madre, o a penas nacido, porque el egoísmo de la sociedad lo rechaza. Son muchas voces las que presionan a la pobre madre: ¡mátalo! ¡Quítate de encima esa “cosa” que te crece dentro! Y ¡Qué remordimientos después! ¡Qué ganas de dar marcha atrás! Estoy convencido que todos esos niños ganarán de la misericordia divina el perdón de sus padres –porque ellos si saben muy bien quienes son-, y de un modo muy especial suplicarán por su madre todos los días de su vida hasta que les alcance, y se avergüence de mirarles a la cara, porque delante de Dios, hasta el embrión más pequeño tiene cara, pero ellos ejerciendo de hijos buenos, perdonarán a sus “madres pródigas”.

 

¿Por qué no consigues que sean “todos” los que se convenzan de que no pueden suprimir la vida de ese hijo que les hará felices por toda la eternidad? Ojala que pueda presentarme en la meta final sin una falta o colaboración de suprimir la vida de ninguna criaturita indefensa, ¡que antes muera yo! Es un pecado que se paga en vida, pero Tú, Madre mía, tienes que conseguir que todas las almas que lo han cometido se arrepientan. Que una vez que descubran y valoren su culpa, pongan todos los medios para desagraviar y luchar a favor de la vida para que nazcan todos los hijos de Dios, que son llamados a ser felices por toda la eternidad, y sin ninguna tara, porque TODOS tendremos un cuerpo glorioso y sin defecto alguno.
Que no haya más “Herodes” en el mundo, que no pierdan la vida más niños inocentes. Dales a todos esos niños la corona del Cielo para que sus almas brillen como las de los Ángeles, porque no han tenido ninguna culpa, sólo la desgracia de no haber tenido una madre. Ahora te tienen a ti, y veo a todas esas criaturas bajo tu regazo, porque sus padres han recibido el perdón de Cristo en la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Ayuda a todas las instituciones y personas que cada día se esfuerzan por hacer oír su voz a favor de la vida, a que perseveren en este noble ideal; y dales un Cielo muy grande porque están ayudando a salvar almas de las garras de Satanás

Huir de las tentaciones

Madre mía, que aprenda de ti y de José la docilidad para escuchar la voz del Altísimo. Que huya con prontitud de las tentaciones que cada día me tiende el enemigo. Si tu me dejas –hago ahora un rato de burro como te había dicho-, no seré capaz de vencer ninguna batalla, pero contigo ¡que fácil es ganar! Veo que además nos acompaña en esta escena el Ángel de la Guarda que durante todo el trayecto de mi vida estará siempre ayudándome en la huida del enemigo.
Le pido -me atrevo por estar hablando contigo a solas-, a mi Ángel de la Guarda que se haga muy amigo del tuyo, del de José también, y especialmente del de nuestro Jesús Niño-Hombre. Espero serle dócil y al menos ganar el último asalto de mi carrera. Que bien viene a cuento el consejo de San Josemaría: “no tengas la cobardía de ser valiente, ¡huye!”.
Madre, haznos entender que Dios no se goza en nuestras caídas. Nunca le deja poder al maligno por encima de nuestras fuerzas. Haznos entender que basta que pongamos en práctica los talentos recibidos, y que ante las dificultades pongamos los medios humanos como si no hubiese los sobrenaturales, y los sobrenaturales como si no hubiese los humanos.
Tu fuiste preservada del pecado original, tu naturaleza no tenía las limitaciones del “fomes peccati”, del hombre caído, por eso nos puedes enseñar mejor que nadie esa voz que escuchó San Pablo ante la lucha: “¡te basta mi gracia!”. Madre, que no nos falte nunca esa gracia de la Trinidad.

Acompañados de Jesús, María y José

Yo quiero ir como el Niño Jesús, en tus brazos, y que cuando Él se duerma –yo que quedaré despierto porque tengo el sueño más ligero-, reciba en ese momento tus caricias y atenciones. No quiero perderme ningún detalle de las conversaciones con José; y cuando pasemos por un viñedo, el racimo grande me lo des a mi, porque quiero sorprenderle a Jesús, que cuando se despierte lo compartiré con Él, y le dejaré elegir la uva más gorda.
En algunos momentos del trayecto tal vez me canse y se me haga largo el camino. En ese momento ayúdame a descubrir que vale la pena los esfuerzos de esta vida para llegar a la meta del Cielo. No quiero molestar en el recorrido a ninguno de los tres, pero si os cansáis de mi, puedo volver a hacer de burro, que no habla y lleva el paso ligero. Estiraré las orejas para, al menos, seguir oyendo las lecciones “divinas” de la Trinidad de la Tierra.
Que durante todos los días de vida que aún quieras darme aprenda a vivir cada hora acompañando a los tres, y que pueda repetir en el último respiro en esta tierra: ¡Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía!; ¡Jesús, José y María asistidme en mi última agonía!; ¡Jesús, José y María, descanse en paz con vos el alma mía!Los tres pasasteis por la tierra haciendo el bien, y ahora desde el Cielo, se nota que vuestra ayuda es más eficaz. No dejéis de pedir por todas las familias del mundo para que os tengan siempre como modelo.
¡Qué paz reinaría en la sociedad, si padres e hijos tuviésemos presente en cada momento que nos estáis viendo y animando, empujando hacia el olvido de sí! Madre, ¡ayúdame a olvidarme de mi mismo, para hacer la vida agradable a los demás, como tu se la hiciste a Jesús y José!
He pasado el ecuador de la novena y tengo sensación de no haberte dicho todavía ni la décima parte de todas las cosas que tengo en el corazón. Lee tu en mi interior para que los cuatro días que quedan los aproveche muy bien, y prepárate para que el último seas Tú quien hable.
Un beso de mi parte al Niño Jesús cuando se despierte y no me vea.

El Nacimiento en Belén (6º día)

La Navidad esperada

Contemplando la escena de Belén, es natural volver a nuestra infancia, hacernos niños. Todos los personajes que confluyen están pendientes de Él, del Redentor. ¿Cuántos Ángeles cantaron su llegada? ¡Millones! Me imagino que esa noche hubo una fiesta en la tierra que superó a la del Cielo, porque la Trinidad y con Ella sus Ángeles se “trasladaron” al portal. El no ocupar espacio tiene esa ventaja, que estaba todo el Cielo en la Tierra, y no dejó de acudir a la cita ninguna criatura celestial.
Te declamo una poesía que ya la conoces porque me ha servido en alguna Navidad para hacer oración. Se titula con los frutos del Amado:

La Navidad camina y toca
los corazones tendidos,
abriéndoles bien la boca,
llenándolos de tañidos.
Nieve que cubre el valle,
la Casa deja tapada,
que el peregrino la halle
con su vista blanqueada.
Pensando en la Navidad,
se descubre que es la nada,
la Gracia, la gran bondad,
al hombre le ha sido dada.
Un Dios que se hace Hombre
para darle al hombre, Dios;
la lógica de la carne,
resquebraja al Hijo en dos.
El Niño se nos da entero,
sin perder su condición;
Dios y Hombre verdadero,
quien cumple la Redención.
Son los ojos de su Madre
los primeros en mirarle,
son los ojos de María
los últimos, en “dejarle”.
Así cada año crecemos,
evocando el Nacimiento;
nunca jamás perecemos,
Cristo eterno Cimiento.
Pero el Portal es la ciencia
que descubre no el letrado,
sino la blanca conciencia
del corazón abajado.
La noche llena de Amor,
calentó toda la sierra,
el Niño con su candor:
luz del Cielo y la Tierra.
Jesús estando escondido,
por San José fue buscado,
a María se ha ofrecido,
y por su Padre engendrado.
Navidad llama a mi puerta,
deja mi corazón abrasado,
florezca mi alma en huerta,
con los frutos del Amado.

Anunciar al Niño

Madre, ayúdame a que sean todos los que me rodean quienes reciban el anuncio del nacimiento de tu Hijo. Que no quede ninguno sin recibir la buena nueva de que ha llegado la salvación esperada para toda la humanidad.
Nadie se puede resistir a la mirada y sonrisa de un niño tendido en una cuna. Tantas veces hemos experimentado lo que nos enamora un bebé que nos sonríe. Consigue que esa sonrisa de Cristo remueva todos los corazones fríos y alejados de su amor.
Ayúdame a que en mi apostolado, como un mar sin orillas, se acerquen a mirar a Jesús de todos los colores y razas. Los cristianos tenemos al verdadero autor de la vida, de la esperanza, del perdón; y al contemplar un Niño indefenso que se muestra como Dios, el corazón humano no puede dejar de vivir la caridad universal.
¿Lloraba mucho Jesús? Seguramente no, pero algún que otro berrinche os habrá hecho reír a Ti y a José ¿no? Cuando había que cambiarle pañales, seguro que José se adelantaría, para recobrar el tiempo perdido, porque se daba cuenta que Tú habías tenido ya al Niño nueve meses en tus entrañas purísimas.
Los padres, aunque sean más torpes en estas tareas, se les cae la baba cuidando de sus bebés. Su hombría se convierte en una delicadeza de “niño grande”, y son capaces desde su corazón ablandado, de formular buenos propósitos para comportase bien.
La mayoría de los padres pasan a ser abuelos. Que bien cuidarían de Jesús sus abuelitos. Seguro que no lo mimarían demasiado, y te encargarías tú de que no le hiciesen demasiados regalos “inútiles”. ¿Quien de los abuelos no querría estar con el Niño? Seguro que los cuatro, pero no hubo peleas, porque estar un pequeño rato con su nieto les llenaba de paz para toda la semana.
Sigue ayudándonos a descubrir al Niño Jesús en nuestras vidas a diario. Que no sólo nos acordemos de Él en la Navidad. La suerte de contemplarte en este Santuario de Torreciudad, es que te tengo todo el año, siempre que vengo a pedirte por los míos, me encuentro con Jesús Niño. ¡Gracias María! No me lo escondas nunca y déjame besarlo siempre.

Vivir alegres

Enséñame a vivir alegre ante las contrariedades de la vida. No te imagino triste, a pesar de ver nacer a Jesús en unas condiciones ambientales, que tal vez no las habrías pensado nunca. Como eres muy buena, viste en esta pobreza dada, que Dios quería demostrar a la humanidad, que la alegría arraiga mejor en el campo cuajado de cruces. No hay flores sin espinas, y las que se nos puedan clavar al arrancar las rosas, nos las quitas Tú dándonos mil besos por cada herida.
El nacimiento de Jesús fue un parto sin dolor, porque Dios Padre te quiso preparar para que al recibir a Cristo sobre tu regazo en el descendimiento de la Cruz, en esta segunda gestación, sin duda muy dolorosa para ti, te acordases que debías mantenerte serena, alegre, porque Cristo renacía de nuevo en tus manos, y en ningún momento perdía su condición de verdadero Dios y verdadero Hombre.
Haz que descubramos la virtud de la alegría en la elección de seguir los pasos de Dios. El diablo quiere engañarnos con satisfacciones pasajeras del cuerpo y del espíritu, pero que una vez terminada su “fugacidad” dejan paso a una tristeza perenne. ¡No! Tienes que conseguir abrirnos los ojos a todos los hombres para que nuestra alegría no se base en placeres, -que aunque sean lícitos muchos de ellos, pasan sin pena ni gloria-, sino en el cumplimiento en cada momento de nuestro deber, que nos prepara a ganar la última batalla y ser felices para toda la eternidad.
Consigue que mi alegría interior la manifieste exteriormente. Los demás esperan ver mi cara alegre. Viendo la tuya, Madre nuestra, nos arrastra a ganar las trampas que nos tiende el enemigo, que quiere que veamos sólo que esta vida es un valle de lágrimas. Te pedimos, que después de este destierro –como rezamos en la Salve-, nos muestres a Jesús.Vivimos alegres, porque a pesar de los dolores, penas, contrariedades, angustias y sinsabores de esta vida, tenemos la certeza como dijiste a Bernardette, que nos prometes hacernos felices en la otra vida. ¿Qué son todos los sufrimientos de esta vida respecto a la felicidad eterna? ¡Qué todos alcancemos la meta del Cielo!

La Coronación (7º día)

Dios Padre Creador

Contigo Dios Padre se lució. ¡Qué criatura más bonita y guapa le ha salido!. Ante el piropo de “viva la madre que te trajo al mundo”, Jesús quiso dejar claro que tu grandeza fue escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica, pero su respuesta no quitaba nada a la belleza que tenías por naturaleza.
Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, ninguna persona de la Santísima Trinidad ha querido perderse nada tuyo. Me imagino la Trinidad del Cielo desde que deciden el proyecto de la humanidad, recreándose en tus perfecciones y virtudes. Todos colaboraron para que en un designio trino, fuese Dios Padre quien moldease la última pincelada de tu ser.
Dios ha creado a sus hijos a imagen y semejanza suya, pero con la mujer ha querido darle esa mayor colaboración en su poder creador, y os hace al género femenino partícipes durante nueve meses de ese alimento humano al hijo que va a nacer. Que buenas sois las madres poniendo todas vuestras potencias a disposición de esas criaturitas que crecen, con el pasar de las semanas, en vuestra naturaleza materna, siendo otros seres que podrán dar gloria a Dios perpetuando la cadena de la humanidad hasta el final de los tiempos.
Os estamos muy agradecidos los hijos a todas las madres del mundo, y de un modo espiritual, pero más intenso, a nuestro Padre Dios, que ha pensado en cada uno de nosotros desde la eternidad. Nos ha querido darte a Ti como Madre espiritual de todos sus hijos, siendo el Primogénito Cristo, aunque en el tiempo -en cuanto verdadero hombre-, naciese después de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y de todos los seres vivientes, pueblo, reyes y profetas del Antiguo Testamento.
Nos gustaría, madre mía, que cuando tengamos la dicha de llegar al Cielo, nos dejases que todos tus hijos te pongamos la corona de Reina de los Cielos, y que las infinitas estrellas de esa corona seamos cada uno de los millones y millones de hijos que has tenido en la Tierra.

Dios Hijo Redentor

Con tu hijo Jesús se te caerá la baba, porque te das cuenta que Él es el único que es sangre de tu sangre y carne de tu carne. Por eso puedes decir con toda la fuerza de corazón que eres Corredentora con quien ha derramado la sangre que tú le diste. Esa misma sangre ha lavado los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. Santo Tomás de Aquino ha plasmado en esos versos tan preciosos del “Adoro Te devote”, que basta sólo una gota para salvar al Mundo entero, ¡pues que será haber derramado hasta la última gota de su cuerpo!.
¡Qué “llevadero” se le tuvo que hacer a Jesús tenerte a su lado en el momento de la muerte! Sabía que eras la única criatura que no le había ofendido nunca ni siquiera con el más mínimo pecado venial. En ti no sabía el diablo por donde vencerte. Con Jesús lo intentó tentándole después del ayuno de cuarenta días en el desierto, pero contigo sabía que no tenía nada que hacer desde un principio.
Y no obstante no haber tenido ninguna culpa en la desgracia en la que caímos los hombres después del pecado original, quisiste aceptar ese dolor tan grande de vernos “morir” a todos tus hijos en el momento de la Pasión y muerte de Jesús en el Calvario.
Pero la alegría de Cristo resucitado te llenó de un gozo inmenso. Fuiste Tú la primera que miraste a Cristo al nacer y la última a quien dirigió su mirada antes de entregar su Espíritu a su Padre. ¿Cómo no ibas a ser la primera –después de Dios Padre y Dios Espíritu Santo- a quien Cristo mirase después de resucitar? Si te quiso al pié de la Cruz ¿cómo no te iba a querer en el momento de la Resurrección? Tu no necesitaste ir al Sepulcro y pensar quien movería la piedra, porque ya tu maternidad la había removido, y “juntos” Cristo y Tú, glorificasteis a la Trinidad Beatísima porque se había cumplido la obra de la Redención, anhelada durante siglos por toda la Creación.
Me imagino la alegría tan grande de San José, viendo resucitar a su hijo, y siendo el primero en el Cielo en felicitar a la Trinidad. Seguro que le devolvió al Señor el beso que Cristo depositó en sus mejillas cuando en la tierra le ayudó a cerrar sus ojos. Dios quiso evitar a San José el dolor de ver morir a Cristo en la Cruz, pero no le “ahorró” el premio de ser “el hijo del carpintero”. A diferencia de ti, Madre mía, que eres verdaderamente la Madre de Dios, San José ha sido la mejor madera en la que la Trinidad forjó la figura de padre putativo. San José, haz que toda la humanidad te tengamos como padre de nuestra santidad, porque queremos identificarnos con tu hijo Jesús, y no te queda más remedio que ser nuestro padre adoptivo aunque seamos muy brutos, ¡ja, ja! ¡Muchas gracias!

Dios Espíritu Santo Santificador

¡Que intimidad has tenido con Dios Espíritu Santo! No le ha costado nada moverte a hacer el bien, porque estabas tan identificada con la voluntad divina, que disfrutaba viendo tu correspondencia. Es tu esposo. Qué suerte tener todo el cariño en plenitud de tu amor. El sabía que no eras una esposa normal porque el nacimiento de Jesús fue no por obra de la carne, y así te lo aclaró cuando quisiste afirmarte en que no conocías varón. Seguro que se reiría y diría ¡ya lo sé! Porque eres toda mía, toda nuestra, de la Trinidad.
Madre mía, danos a todos tus hijos los siete Dones de tu Esposo, Dios Espíritu Santo. Si te parece los meditamos juntos para que no se me olviden:
Danos el don de Sabiduría, para que descubramos en todas nuestras acciones esos segundos de eternidad que nos lleve a la meta del Cielo.
Danos el don de Entendimiento, para que crezcamos en las tres virtudes de la Fe, la Esperanza y la Caridad.
Danos el don de Consejo, para que prediquemos con el buen ejemplo a todos quienes nos rodean y vean en nosotros a Cristo.Danos el don de Fortaleza, para que descubramos que las virtudes son actitudes firmes, disposiciones estables y perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad.
Danos el don de Ciencia, para que vivamos la vida de infancia espiritual y nos hagamos cada día más niños que estén siempre viendo la cara de Dios.
Danos el don de Piedad, para que sepamos conjugar la ternura de niños con la doctrina de hombres doctos.
Danos el don de Temor de Dios, para que descubriendo la fealdad del pecado y los sufrimientos de las llagas de Cristo, nos aleje del ofender a la Trinidad del Cielo.