14.12.11

La más famosa oveja perdida del Ottocento italiano

A las 4:18 PM, por Alberto Royo
Categorías : General

RACIONALISTA Y FRÍVOLA, ALESSANDRA DI RUDINI SE CONVIRTIÓ EN LOURDES

El abismo se abre ante mí, lo humano se derrumba, ya se ha derrumbado. El horror de este vacío atroz no se puede explicar con palabras humanas: ¿Por qué vivimos? Afortunado quien puede responder con seguridad a esta eterna pregunta.” Estas palabras, escritas por Alessandra di Rudini expresan la lucha de esta gran mujer entre la atracción de los placeres mundanos y la llamada del Dios del que ella procuraba huir con todas sus fuerzas.

Alessandra di Rudini es una de las figuras más fascinantes de la alta sociedad italiana del siglo XIX, famosa “oveja perdida” de aquella época racionalista que dejaba a Dios de lado pero que en el fondo no quería abandonarlo definitivamente, sino solamente vivir como si no hiciese falta hasta que de verdad hiciese falta para volver a El en situaciones desesperadas. Alessandra nace el 5 de octubre de 1876 en Roma, en el seno de una familia de la alta aristocracia siciliana, hija de Antonio Starabba, marqués de Rudini (1876-1931), que fue alcalde de Palermo a los veinticinco años tras el golpe de mano de Garibaldi sobre la Sicilia de los Borbones, y después fue Prefecto de Palermo, Prefecto de Napoles y llegó también a ser primer ministro del vo nuestado Italiano del 191 al 1892 y del 1896 al 1898. Fundó el Partido de la Joven Derecha con la que triunfo para ocupar el cargo en su primer mandato. Entre sus logros políticos esta el haber firmado, en 1896, el Tratado de Adís Adeba, que puso fin a las pretensiones italianas sobre Etiopía.

El marqués era de ideas racionalistas y políticamente revolucionarias, y compartía la hostilidad del rey Víctor Manuel II hacia la Iglesia. Su mujer, María de Barral, la madre de Alessandra, no compartía las ideas revolucionarias de su marido, si bien poco pudo influir en la educación de su hija, a causa de su débil salud. Alessandra tenía un hermano mayor, Carlo, que con el tiempo llegaría a ser marido de la hija del político británico Henry Labouchere y que también llegaría a ser conocido en la alta sociedad de aquel tiempo. La familia del marqués de Rudini llevaba en sí las contradicciones propias de la época en que sus personajes vivieron: El anticlericalismo propio del Risorgimento italiano, fuertemente influido por la masonería, y la idiosincrasia de aquel país que hace que hasta los más grandes enemigos de la Iglesia tengan amistades entre los eclesiásticos, incluso entre la alta jerarquía, y antes de o después se acuerden de Dios, por si acaso.

Por influjo de la madre, que por lo menos quería asegurarse un buen colegio religioso para su hija, a los diez años, ingresa en el internado del Sagrado Corazón de la Trinità dei Monti, en lo alto de la escalinata de la Piazza di Spagna, en Roma, sin duda una de las escuelas de mejor reputación en aquellos tiempos. Su madre tenía la esperanza de que las religiosas la ayudasen a corregir su carácter independiente, pero no solamente no lo consiguieron, sino que a causa de su mal comportamiento tuvieron que expulsarla al acabar el curso escolar, lo cual usó su padre como excusa para inscribirla en una escuela de espíritu liberal, muy diferente a la de las monjas, en la que Alessandra se encontrará más a gusto. Y de hecho, la joven disfrutó de aquel colegio en que la directora le dejaba cultivar su afición favorita, la lectura. Y por influjo de las ideas liberales del colegio, sin la cercanía de su madre, a los trece años ya estaba llena de dudas de fe, que la acompañarán durante muchos años.

A la edad de dieciséis años, de regreso a la residencia familiar al acabar los estudios, Alessandra descubre la ausencia de su madre, cuya enfermedad le ha obligado a retirarse a un asilo. Esta ausencia hace que la joven se tenga que encargar de muchas tareas de organización de la casa, que combinará con sus primeros contactos con la alta sociedad romana, en la que pronto tendrá éxito gracias a su buen carácter y a su firme resolución. Y sin embargo, ya por entonces se encuentra dividida por dentro, pues a su felicidad externa le acompañaba el vacío interior: “Era como si todo se hundiera a mi alrededor, y buscaba con pasión desesperada un firme punto de apoyo fuera de mí misma. Recuerdo algunas noches de ansiedad y de pena indecible. No existe peor dolor que el del alma que busca y no consigue alcanzar la verdad”. Aficionada a la lectura, como se ha dicho, la lectura de la Vida de Jesús de Ernest Renan (teólogo modernista que tras escribir ‘La Víe de Jésus’ recibió el epíteto de ‘blasfemo europeo’ por parte de Pío IX), obra que negaba lo sobrenatural, viendo en Jesús solamente un hombre extraordinario, fu fatal para la vacilante fe de Alessandra.

Con solo 18 años ya estaba volcada en la vida social, se codeaba con lo mejorcito de la época: Realizó un crucero en el yate personal del emperador de Alemania Guillermo II y entabló estrechas relaciones con la reina Margarita de Italia, y aquel mismo año sorprendió a todos casándose con Marcello Carlotti da Garda, marqués de Riparbella, diez años mayor que ella. Los recién casados se instalaron en la lujosa propiedad que los Carlotti poseían en el Lago de Garda. Pero poco duró esta felicidad familiar que podía haber aportado equilibrio personal a Alessadra, porque bien pronto, Marcello manifiesta síntomas de padecer tuberculosis. A partir de comienzos de 1900, se siente perdido y se esfuerza por afrontar la muerte como adepto de las teorías materialistas. La enfermedad del marido sirvió a Alessandra para volver tímidamente a la fe, acudiendo a un prelado de Verona, a Monseñor Serenelli, para que asistiese espiritualmente a su marido, pero hubo poco que hacer ya que el marqués Carlotti rehúsó todo auxilio religioso y murió el 29 de abril de 1900, sin haber manifestado ninguna señal de apertura hacia las realidades eternas. Alessandra se quedaba viuda a los 24 años, con dos hijos.

A partir de la muerte del marido, la vida de Alessandra se verá marcada por dos tendencias contradictorias: La de ser una buena madre y cuidar de sus hijos, y la de volver a la vida social que tanto la atraía. La amistad que hizo con Mons. Serenelli con motivo de la enfermedad del marido, será a partir una constante en su vida, si bien el buen prelado no pudo frenar algunas de las excentricidades de la viuda. Durante el invierno de 1900-1901, Alessandra deja el cuidado de sus hijos en manos de una institutriz y parte hacia un peligroso viaje de exploración por Marruecos, en el que le impresiona la religiosidad de los guias musulmanes. De regreso a Italia, se sumerge de nuevo en los círculos mundanos, si bien confiesa a algunas personas su desconcierto y búsqueda espiritual. Convencida de que puede leerlo todo sin discernimiento, Sandra se ve bamboleada por las inestables mareas de la duda. Monseñor Serenelli se percata de ello, recomendándole en una carta que sea más humilde en su búsqueda de la Verdad, y tras las exhortaciones de ese prelado, en febrero de 1902 se confiesa y comulga, pero perseverará por poco tiempo.

El 26 de mayo de 1903, en la Scala de Milán, Alessandra es presentada al escritor Grabriele d’Annunzio, amigo de su hermano. D’annunzio, famoso por sus costumbres libertinas, tenía por aquel entonces como amante a Eleonora Duse, la más famosa actriz de teatro italiana del siglo XIX, pero pronto se encaprichó de Alessandra, a la que -todo hay que decirlo-le costó conquistar, quizás porque la fama de mujeriego del escrito no le agradaba. Pero la persistencia de D’Annunzio venció la resistencia de la joven viuda, que acabó cayendo en sus brazos y conviviendo con el escritor por un año en su villa cerca de Pisa, para lo cual prácticamente dejó abandonados a sus hijos.

En la primavera de 1905, nuestra protagonista cae gravemente enferma y debe ser trasladada a una clínica, donde es intervenida quirúrgicamente en tres ocasiones. Al salir de la clínica su aspecto físico se ha resentido y ella nota que D’Annunzio ya no es tan cariñoso como antes. En realidad, el escritor había encontrado una nueva conquista durante la enfermedad de su amante. A finales de 1906, le da a entender que está de más en su villa y Alessandra tiene que volver a su residencia del Lago de Garda, dolida y humillada. Pero dicha humillación fue la ocasión para abrirse a la gracia de Dios. Se reconcilia, a finales de 1907, con Monseñor Serenelli, el buen prelado no rehúsa recibir a la hija pródiga, cuya confesión escucha inmediatamente., y cuando apunta la primavera de 1908, ésta realiza un retiro espiritual de san Ignacio.

Pero su conversión definitiva estaba todavía por llegar. Habiendo vuelto a sus obligaciones maternas, contrató a un sacerdote francés como preceptor de sus hijos, y a dicho eclesiástico expuso en alguna ocasión sus tormentos interiores y sus dudas de fe. El buen sacerdote le recomendó una peregrinación a Lourdes, donde quedaría sanada interiormente. Lo que no sabía él es hasta qué punto sus palabras se iban a hacer realidad: En su viaje, comenzado con bastante escepticismo a principios de agosto de 1910, ella se encontró providencialmente presente en el momento de una prodigio: Una señora francesa se cura improvisamente de su enfermedad y el doctor Boissaire, el médico encargado de verificar dichas curaciones, comprueba su carácter inexplicable para la ciencia. Alessandra vuelve a Italia totalmente transformada, tras haber hecho un profundo acto de fe en Lourdes: “Reflexioné mucho sobre el acto que realicé en Lourdes, y me alegra reconocer que no actué movida por un momento de emoción religiosa, sino que realicé un acto voluntario y reflexivo, preparado a lo largo de muchos años de estudio y meditación.”

A partir de entonces comienza un ascenso espiritual que se traduce en volver a una antigua idea de juventud, antes de ser bamboleada por las pasiones, la de la vida religiosa, hacia la cual se dirige bajo la guía de su nuevo confesor: En julio de 1911, la marquesa emprende el camino de Paray-le-Monial, localidad célebre a causa de las apariciones del Sagrado Corazón, eligiendo Francia porque en Italia era demasiado conocida. Antes de abandonar Garda, se dirige a la parroquia para pedir perdón por los escándalos dados.

Mucho le costó a Alessandra di Rudini la vida religiosa, especialmente dura en el Carmelo que ella misma había elegido al querer hacer penitencia por sus pecados de la vida pasada. A las durezas de la observancia, a las que poco a poco se acostumbra, se unirá la muerte de sus dos hijos, Andrea y Antonio, por tuberculosis en 1916, lo que la lleva a una profunda crisis de conciencia por pensar que había sido una mala madre y había abandonado a sus hijos. Pero todo lo supera con su gran fuerza de voluntad y su deseo de santidad, y al año siguiente llega a ser priora de su comunidad. Con el nombre en religión de María de Jesús, hará tres fundaciones: en 1924, la del Carmelo de Valenciennes; en 1928, la de Montmartre, a dos pasos de la basílica del Sagrado Corazón, en París, y púltimo, a partir de aquel mismo año de 1928, tiene lugar la rehabilitación de la antigua Cartuja del Reposoir, situada en una solitaria cumbre de Saboya.

En marzo de 1930 padece una afección del hígado y de los riñones y fallece santamente el 2 de enero de 193. Unos días antes había declarado, resumiendo una vida azarosa y, desde muchos puntos de vista fascinente: “He sentido algo que nunca había experimentado ante la proximidad de la muerte: la atracción de Dios, la sed de Dios; y he comprendido hasta qué punto era fácil y bueno ir hacia Él