21.12.11

 

Confieso que ayer di un bote sobre la silla delante de mi ordenador cuando ayer escuché las primeras palabras del diputado navarro Carlos Salvador. Tras un debate de investidura en el que la única referencia a las leyes de ingeniería social la había ofrecido el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, que defendió la ley del aborto y la del matrimonio homosexual, yo daba por hecho que ningún representante de la soberanía popular iba a denunciar la situación esperpéntica que vive nuestra nación en relación al derecho a la vida y a la institución familiar. Me equivoqué. Pocas veces me he alegrado tanto de estar equivocado.

El diputado de UPN no se anduvo por las ramas y describió como está este país: “Una situación que no puede dejar una radiografía moral, social, política y económica de nuestro país más inquietante: más de 113.000 abortos al año; la natalidad estancada; la institución familiar desprestigiada; un 30% de fracaso escolar…". Luego habló de la crisis económica, del paro y de la unidad de España, pero puso en primer lugar lo que cualquier cristiano que se precie de serlo pondría en dicho lugar.

En su réplica, Mariano Rajoy le agradeció a Salvador que hablara de valores: “Me gusta que usted haya hablado de valores. Creo que los valores son el fundamento de una sociedad y son fundamentales en la convivencia de un país. Y he escuchado con agrado lo que usted ha dicho sobre la vida, familia, la libertad y la responsabilidad".

A mí me agrada que al nuevo presidente le guste que se defienda todo eso. Pero me gustaría mucho más que hiciera algo para que dicha defensa pasara de ser un bonito discurso a una realidad. Mariano Rajoy tiene la mayoría parlamentaria suficiente para pasar de las palabas a los hechos. Si quiere que la vida sea defendida, que derogue la actual ley del aborto. Si quiere que la familia pase a ser una institución protegida, que derogue la ley del divorcio express, que eleva el repudio a categoría de derecho legal. Y que derogue igualmente la ley que convierte la unión entre homosexuales en algo que por ley natural no puede ser. Y si no piensa hacer eso, que nos diga en qué quedan sus buenos deseos.

Muchos me dirán que pedir eso es como pedir peras al olmo. No soy tan ingenuo como para pensar que el nuevo gobierno del PP va a mover ficha en esas materias en los próximos años. Si lo hiciera, me llevaría una agradable sorpresa. De hecho, aunque creo que todos debemos estar agradecidos a Carlos Salvador por lo que dijo ayer, no pocos echamos de menos que además de dar una descripción adecuada de la situación, hubiera lanzado ya una serie de propuestas encaminadas a cambiar las cosas. Es decir, no basta con decir que el paciente está grave. Hay que proponer el tratamiento para curarle.

Precisamente Navarra, de donde procede Salvador, está recorriendo ahora el mismo camino de la cultura de la muerte por el que ha andado ya el resto de España. Ya está en marcha una clínica abortista sin que parezca que UPN quiera o pueda evitarlo. Por no hablar del pago con dinero público de los abortos de navarras fuera de la Comunidad Foral. Si, como dice don Carlos, su partido tiene los valores que él defendió ayer en el Parlamento como una de las razones de su existencia, falta por ver qué piensan hacer desde su responsabilidad gobernante para defenderlos.

En todo caso, sería necio criticar a quien ha tenido el valor de defender los principios no negociables por primera vez en la historia de las sesiones de investidura en la democracia española. Es un primer paso. Esperemos que no sea el último en la legislatura que acaba de empezar. Sé que si dependiera de Carlos Salvador, esto sería solo el principio. Al fin y al cabo, él ya se significó en los años anteriores por su oposición a las leyes nefastas que el PSOE aprobó para arrancar lo poco o mucho de alma católica que le queda a esta gran nación llamada España.

Luis Fernando Pérez Bustamante