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Servicio diario - 24 de diciembre de 2011

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Especial Navidad

Al nacer en una familia, el Hijo de Dios la santificó de modo especial

La Navidad según san Agustín

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús?

Santa Sede

El papa ha descrito un nuevo modo de ser cristiano

Especial

Cuba liberará a casi tres mil presos en vísperas del Jubileo


Especial Navidad


Al nacer en una familia, el Hijo de Dios la santificó de modo especial
Carta pastoral del cardenal Rouco en preparación al encuentro europeo
MADRID, sábado 24 diciembre 2011 (ZENIT.org).- El cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco Varela recuerda en esta carta pastoral la próxima fiesta de la Familia en Madrid, que congregará a familias de toda Europa subrayando que el encuentro de este año “quiere girar precisamente en torno a la gratitud de los jóvenes hacia sus padres, que les dieron la vida y les trasmitieron la fe en Cristo”.

*****

+Antonio María Rouco Varela

Mis queridos diocesanos:

Un año más las fiestas de Navidad nos invitan a la alegría de la Salvación que nos trae Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María. Su nacimiento en el seno de una familia nos ayuda a valorar a esta institución establecida por Dios en el mismo acto de la creación del hombre y de la mujer, llamados a ser una sola carne ya colaborar con Dios en la procreación de nuevos seres humanos. Al nacer en una familia, el Hijo de Dios la santificó de modo especial y la convirtió en el lugar idóneo donde el hombre es amado por sí mismo y respetado como criatura de Dios e Hijo suyo. Por ello, como venimos haciendo en años anteriores, queremos dar gracias a Dios por el don de la familia y festejarlo en una solemne celebración eucarística, que tendrá lugar el mismo día de la Sagrada Familia, 30 de diciembre.

No podemos olvidar que este año, la fiesta de la Sagrada Familia se celebra después de la inolvidable experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, que trajo a Madrid alrededor de dos millones de jóvenes, que constituyen una realidad esperanzadora para la Iglesia y la sociedad. La mayoría de ellos serán llamados a fundar nuevas familias cristianas que llenarán de alegría a la Iglesia de Cristo. El encuentro de este año quiere girar precisamente en torno a la gratitud de los jóvenes hacia sus padres, que les dieron la vida y les trasmitieron la fe en Cristo, Redentor del hombre. Honrar al padre y a la madre es un mandamiento del Señor, que nos urge, no sólo al respeto y a la obediencia hacia los padres, sino más aún: a la inmensa gratitud por los dones que de ellos hemos recibido, y que los convierte en signos del amor creador y benevolente de Dios, nuestro Padre del cielo.

Vuestra presencia en esta celebración eucarística quiere ser un gesto profundamente eclesial en el que la familia de Dios, la Iglesia, sea para todos los hombres que desean vivir los valores de la familia cristiana, una referencia segura de la verdad sobre el amor humano, el matrimonio y la educación de las nuevas generaciones según el evangelio de Cristo. Os exhorto a participar en esta fiesta solemne de fe y de vida cristiana, y, de modo particular, exhorto a los jóvenes a dar testimonio de su fe y de la vida familiar, juntamente con los jóvenes de Europa que se unirán a nosotros en esta celebración.

Que la Sagrada Familia, Jesús, María y José, bendiga a todas las familias y os mantenga unidas en el mismo amor que hizo de ella el modelo perfecto de convivencia, trabajo y virtudes domésticas.

Os deseo a todos una fiestas de Navidad, llenas de gozo y de la paz de Cristo.

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La Navidad según san Agustín
Un belén teológico
ROMA, sábado 24 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Con los sermones agustinianos sobre el nacimiento del Señor es posible reconstruir un belén que recuerda las reflexiones del santo sobre el misterio de su aparición temporal. Es un belén teológico o cristológico donde la presencia de Dios ilumina todo al mismo tiempo que proyecta sombras profundas: Un mirador de grandes contrastes y paradojas.

«Mirad hecho hombre al Creador del hombre para que mamase leche el que gobierna el mundo sideral, para que tuviese hambre el pan, para que tuviera sed la fuente, y durmiese la luz, y el camino se fatigase en el viaje, y la Verdad fuese acusada por falsos testigos, y el juez de vivos y muertos fuera juzgado por juez mortal, y la justicia, condenada por los injustos. y la disciplina fuera azotada con látigos, y el racimo de uvas fuera coronado de espinas, y el cimiento, colgado en el madero; la virtud se enflaqueciera, la salud fuera herida, y muriese la misma vida» (Sermo 191,1: PL 38,1010).

En la dialéctica, san Agustín quiere que los cristianos suban de lo temporal a lo eterno, del mundo visible al mundo invisible: «Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza... Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad». (Sermo 190,4: PL 38,1009). 
 

Humildad de Cristo

De maravilla en maravilla, de paradoja en paradoja, san Agustín va a dar siempre en la humildad de Dios, de tanto escándalo para los paganos: «Es la misma humildad la que da en rostro a los paganos. Por eso nos insultan y dicen: ¿Qué Dios es ése que adoráis vosotros, un Dios que ha nacido? ¿Qué Dios adoráis vosotros, un Dios que ha sido crucificado? La humildad de Cristo desagrada a los soberbios; pero si a ti, cristiano, te agrada, imítala; si le imitas, no trabajarás, porque Él dijo: Venid a mí todos los que estáis cargados». (Enarrat. in ps. 93,15: PL 37,1204).

La doctrina de la humildad es la gran lección del misterio de Belén: «Considera, hombre, lo que Dios se hizo por ti; reconoce la doctrina de tan grande humildad aun en un niño que no habla» (Sermo 188, 3: PL 38,1004).
 

La Madre Virgen y la Iglesia jubilosa

Juntamente con el Hijo de Dios y su Madre siempre virgen, en el belén agustiniano está presente la Iglesia, o la humanidad entera que salta de júbilo.

A todos debe contagiar la alegría del nacimiento: «Salten de júbilo los hombres, salten de júbilo las mujeres; Cristo nació varón y nació de mujer, y ambos sexos son honrados en Él. Retozad de placer, niños santos, que elegisteis principalmente a Cristo para imitarle en el camino de la pureza; brincad de alegría, vírgenes santas; la Virgen ha dado a luz para vosotras para desposaros con Él sin corrupción. Dad muestras de júbilo, justos, porque es el natalicio del Justificador. Haced fiestas vosotros los débiles y enfermos, porque es el nacimiento del Salvador. Alegraos, cautivos; ha nacido vuestro redentor. Alborozaos, siervos, porque ha nacido el Señor. Alegraos, libres, porque es el nacimiento del Libertador. Alégrense los cristianos, porque ha nacido Cristo» (Sermo 184,2: PL 38,996).

La alegría, pues, tiene una expresi6n de desbordamiento incontenible en el belén de san Agustín para toda clase de personas. Toda la humanidad tiene parte en este gozo: «Todos los grados de los miembros fieles contribuyeron a ofrecer a la Cabeza lo que por su gracia pudieron llevarle» (Sermo 192,2: PL 38,1012).
 

Epifanía del Señor

Aunque el nombre de Epifanía se reserva hoy para la festividad de los Magos, en un principio comprendía las dos fiestas del nacimiento y de la adoración de los Magos, porque los «dos días pertenecen a la manifestación de Cristo» (Sermo 204,1: PL 38,1037). Primero se manifestó visiblemente en su carne a los judíos, y luego a los gentiles, representados por los Magos del Oriente. Desde entonces, el recién nacido comenzó a ser piedra angular de la profecía donde se juntaban las dos paredes, los judíos y los gentiles.

Las grandes paradojas de Belén continúan en este misterio: «¿Quién es este Rey tan pequeño y tan grande, que no ha abierto aún la boca en la tierra, y está ya proclamando edictos en el cielo?» (Sermo 199,2: PL 38,1027). El misterio del Niño Dios se enriquecía de nuevas luces: «Yacía en el pesebre, y atraía a los Magos del Oriente; se ocultaba en un establo, y era dado a conocer en el cielo, para que por medio de él fuera manifestado en el establo, y así este día se llamase Epifanía, que quiere decir manifestación; con lo que recomienda su grandeza y su humildad, para que quien era indicado con claras señales en el cielo abierto, fuese buscado y hallado en la angostura del establo, y el impotente de miembros infantiles, envuelto en pañales infantiles, fuera adorado por los Magos, temido por los malos» (Sermo 220,1: PL 38,1029).

De la página web de la Orden de Agustinos Recoletos: http://www.agustinosrecoletos.com/.

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¿Dónde estaban los abuelos de Jesús?
Joaquín y Ana, las figuras ausentes del Nacimiento
Por Nieves San Martín

ALMERÍA, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- De los abuelos de Jesús, sólo sabemos de dos, los maternos y aún así por tradición y un evangelio apócrifo. Los padres de José el carpintero, o habían muerto ya o el evangelista no los considera relevantes para su relato. En cambio, Joaquín y Ana lo son y mucho.

Una antigua tradición del siglo II atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de María. El culto aparece para santa Ana ya en el siglo VI y para san Joaquín después. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural del cariño y veneración a la Madre de Dios.

Según esta tradición, la madre de María nació en Belén. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada dice de ella. Todo lo que sabemos está en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los 24 años, talludita para la época --las mujeres se desposaban entonces muy pronto, casi adolescentes--, Ana se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de Nazaret. Ana, descendía de la familia real de David. Veamos el papel de las mujeres en toda esta historia.

Los abuelos de Jesús vivían en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales de esta manera: una parte para los gastos de la familia, otra para el templo y la tercera para los más necesitados.

Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo no llegaba, ausencia sin duda de la bendición divina, según sus contemporáneos. Ana tiene ya 44 años y le queda poco tiempo para un posible embarazo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre la esterilidad de la familia como algo que les hacía indignos de entrar en la casa de Dios. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para pedir a Dios un hijo. Ana intensifica sus ruegos. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, un gran profeta. Un paralelismo evidente en los nombres, y en el resultado de los ruegos.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los abuelos de Jesús fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.

Cuando se visita Tierra Santa, se puede ver la probable casa en la que vivió María su infancia. Fue una niña especial y como tal fue educada. Conocedora de las Escrituras, que enseñó a su hijo Jesús. ¿Y dónde estaban Joaquín y Ana, los abuelos, el día del Nacimiento?

Estaban en Nazaret, pues de allí era María. Se puede entrar hoy también en la casa –una casa de piedra de buena factura, de gente acomodada, como casi todas las de Nazaret, un pueblo próspero- en la que la joven desposada con José recibió el anuncio del enviado Gabriel, y aceptó una misión divina para la que había sido elegida, no sin cierto azaramiento --¿cómo puede ser esto?- en la confianza de la sabiduría del Padre y de la generatividad del Espíritu Santo.

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús? ¿Les dijo algo María de todo este tinglado en que la había metido Dios? Si no se lo dijo, pronto vieron los efectos de la palabra divina, siempre eficaz. Y pronto tejieron un círculo de amor en torno a aquella joven encinta e inexperta.

Podemos imaginar a Ana tejiendo ropitas para ese niño tan especial, el Emmanuel. El hijo de María. Seguramente José y María –que eran previsores- partieron para Belén con las alforjas de la mula bien llenas de pañales y ropitas forradas para que el Niño, si es que le daba por llegar en medio del viaje, no pasara frío. En aquella época, los viajes eran una aventura para la que sólo se llevaba billete de ida: salteadores en los caminos, una mula que podía fallar, buscar posada en días de censo y sin precios fijos, los trámites de la burocracia romana podrían tardar más de lo previsto. Lo dicho, una aventura. La vuelta quedaba en manos de la Providencia.

Lo del frío que pasó Jesús cuando nació no deja de ser una bonita consideración piadosa de la devoción de san Alfonso María de Ligorio, en su famoso villancico Tu scendi dalle stelle. Ligorio y otros autores hablan del frío y el hielo de aquella noche –en una traslación del clima europeo a la templada Tierra Santa, donde por mucho que nos empeñemos en poner nieve en los belenes no nieva--, pero se refieren más bien al frío espiritual de la indiferencia y del abandono de la ley del pueblo santo. A templar, o mejor incendiar, ese frío venía Jesús.

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús en la noche más santa del año? Estaban en las puntadas de las ropitas y provisiones confeccionadas por Ana. En la oración asidua por los nuevos esposos, para que el viaje fuera bien y la flamante familia regresara pronto a Nazaret. En el pensamiento de María y José al ver la cara de ese niño tan esperado. Esperado por siglos y naciones. Esa alegría tuvo que viajar sin palabras, a la velocidad de la luz, y más, hasta el corazón de Joaquín y Ana, que esperaban la buena noticia en Nazaret. Nadie quita que alguna caravana, contactada por José, les llevara el feliz anuncio del Nacimiento. Y si hubo un enviado de Dios a los pastores, un sueño que puso en marcha a los sabios de Oriente, un sueño que avisó a José varias veces, ¿no habría un mensaje divino para los felices abuelos? Seguro que sí.

Abuelos en la distancia de estos primeros días. Como tantos abuelos que ven a sus hijos emigrar a otra tierras más benéficas, otras tierras donde labrar un futuro para sus familias. Tantos abuelos que esperan el regreso de unos nietos que quién sabe si no dejaron los sueños enredados entre las olas que embestían a una patera cruzando el estrecho. Quién sabe si encontraron la paz, justicia y libertad que no tenían en su tierra. Quién sabe si por fin pudieron dirigirse a Dios, sin tener que mirar alrededor por si su oración ofendía a alguien. Quién sabe si encontraron una vida digna y un medio de ganarse la vida honestamente. Quién sabe...

Los abuelos siempre esperan. Su casa sigue abierta. Podemos imaginar a Joaquín y Ana esperando y luego conociendo, por fin, a su nieto a la vuelta del largo exilio no programado –con emigración a Egipto incluida para esquivar a Herodes y vuelta directa a Nazaret para eludir a Arquelao--. Les podemos imaginar llenándole de besos, cantándole canciones para dormir, haciéndole regalos y, seguro, enseñándole las oraciones y las palabras de Dios a su pueblo elegido.

Podemos imaginar a María, yendo a la compra y dejando al peque en casa de los abuelos por unas horas. Por vivir en el siglo I los abuelos de Jesús seguro que no se libraron ¡de hacer de canguros!

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Santa Sede


El papa ha descrito un nuevo modo de ser cristiano
El portavoz vaticano comenta el discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 24 diciembre 2011 (ZENIT.org).- “Cinco pasos para relanzar el anuncio del Evangelio en Europa”: es la propuesta delineada por Benedicto XVI, durante su discurso dirigido el jueves a la Curia Romana para el tradicional intercambio de saludos natalicios, que ha tenido una amplia resonancia en todo el mundo.

Para resolver el problema de la crisis de la Iglesia en el viejo continente, cuyo núcleo “es la crisis de la fe”, Benedicto XVI ha descrito “un nuevo modo, renovado, de ser cristiano”, trazando cinco caminos a seguir, cinco indicaciones “para entender qué cosa anunciar (y cómo), a un mundo que parece “cansado” y “aburrido” de ser cristiano, declara el padre Federico Lombardi, en el editorial de Octava Dies, semanal informativo del Centro Televisivo Vaticano.

También este año el papa, ante la proximidad de la Navidad, “nos ha dicho algo bello, importante y alentador”, afirma el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, “y lo ha hecho teniendo como escenario este tiempo de crisis que él cree que es, con razón, no solo económica, sino profundamente moral, cultural y espiritual”.

La reflexión del Pontífice, añade el padre Lombardi, se ha centrado también en una de las experiencias “que más le ha impresionado el año pasado: la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid”, que ha puesto en evidencia que el primer paso a seguir es, ante todo, “una nueva experiencia de la catolicidad, de la universalidad de la Iglesia”.

Comprender que todos somos hermanos y hermanas, y que “no es solo una idea, sino una experiencia”, nos debe llevar a la belleza de vivir para el otro: “el tiempo y la vida encuentran su sentido cuando ambos son donados, y no cuando son retenidos para uno mismo, afirma el padre Lombardi.

A partir de esta toma de conciencia, se debe continuar el camino señalado por Benedicto XVI, en el cual, paso a paso, redescubrimos la adoración: “acto de fe ante Cristo resucitado presente entre nosotros, por nosotros y con nosotros en la Eucaristía” y aún más, el perdón de Dios a través del sacramento de la Penitencia “para contrarrestar continuamente nuestro egoísmo, aliviarnos el peso y reabrirnos al amor”.

Por último: “la certeza de ser queridos, aceptados, acogidos, amados por Dios; junto al entregarse, creer, pedir perdón y fiarse del amor.

“Recorriendo estos cinco pasos la vida se abre a la alegría” concluye el director de Radio Vaticana, “si no, la duda de si esté bien existir no encuentra respuesta, se hace insuperable y la vida es presa de la tristeza”.

“De la duda sobre Dios sigue inevitablemente la duda sobre el mismo ser humano; pero Dios se ha hecho hombre justamente para ayudarnos a superar estas 'dudas'”, asegura el padre Lombardi, citando las palabras del papa. La mayor esperanza, por lo tanto, es vivir con la certeza de que es “bueno existir como seres humanos, aún en tiempos difíciles”, concluye.

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Especial


Cuba liberará a casi tres mil presos en vísperas del Jubileo
Coincide con el IV Centenario de la Virgen de la Caridad y la visita papal
LA HABANA, sábado 24 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Tres meses antes de la llegada del papa Benedicto XVI a Cuba y 15 días antes de iniciarse un Año Jubilar Mariano,  y a las puertas de la Navidad, el presidente Raúl Castro ha anunciado, que “el Consejo de Estado, en un gesto humanitario y soberano acordó indultar a más de 2.900 presos” que incluyen algunos condenados por delitos contra la Seguridad del Estado, además de mujeres, enfermos, personas con más de 60 años de edad y también jóvenes.

Antes de anunciar el indulto,  el viernes 23 de diciembre, el presidente Castro recordó la próxima visita apostólica “de Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica”, anunciada para finales de marzo.

Indicó que “nuestro pueblo y gobierno tendremos el honor de acoger a su Santidad con afecto y respeto” y recordó que “los cubanos no olvidamos los sentimientos de amistad y respeto que dejó en 1998 la presencia en nuestra tierra del Papa Juan Pablo II. A raíz de la visita de Juan Pablo II fueron liberados unos 300 presos.

El presidente afirmó que “el indulto se hará efectivo en los próximos días como una muestra más de la generosidad y fortaleza de la Revolución”. Indicó también haber recibido “múltiples solicitudes de familiares y de diversas instituciones religiosas, entre ellas el Consejo de Iglesias de Cuba y la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, por intermedio de su presidente”. El actual arzobispo de Santiago de Cuba Dionisio García Ibáñez preside la Conferencia episcopal.

No dio el nombre de este último pero a continuación, el canal nacional de televisión (Cubavisión) transmitió la imagen del Santuario de la Virgen del Cobre donde, desde el altar mayor y con sotana color grana y solideo, el arzobispo y presidente de la Conferencia de Obispos Católicos enviaba el Mensaje de Navidad y convocaba a los creyentes a la celebración de Año Jubilar Mariano por los cuatrocientos años del hallazgo de la imagen de la patrona de Cuba, Nuestra Señora de la Caridad. El arzobispo también leyó parte del mensaje de los obispos cubanos con motivo del Año Jubilar.

El indulto a los presos anunciado por Castro ha quedado enmarcado en la tradición judeocristiana de un jubileo, momento propicio para perdonar deudas y liberar a los encarcelados.

Así parece haberlo entendido el presidente Castro al indicar en su anuncio, que “se ha tenido en cuenta la anunciada visita a Cuba del Papa Benedicto XVI y la celebración del 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre”.

El discurso de Castro tuvo lugar al concluir el Octavo Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su Séptima Legislatura. Ante la Asamblea de unos seiscientos diputados, el presidente indicó la disposición del gobierno a excarcelar de manera anticipada a 86 ciudadanos extranjeros de 25 países, incluidas 13 mujeres, bajo la condición previa de que los gobiernos de sus naciones de origen acepten la repatriación. No queda claro si entre ellos estaría el norteamericano Alan Gross, cuya libertad ha sido vinculada a la pendiente liberación de los espías cubanos arrestados en Miami en 1996, cuatro de ellos aún cumplen largas condenas y uno está bajo libertad condicional en los Estados Unidos.

El discurso de Castro, divulgado por Cubadebate versó también sobre el Plan de Economía y el presupuesto para 2012 en el que se proyecta un crecimiento del Producto Interno Bruto del 3,4%. Todas las proyecciones, indicó se apoyan en los lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista.

Otro asunto tratado por el presidente Castro es la voluntad de cambios en la política migratoria. Pero no se ha dicho nada sobre la esperada noticia de un levantamiento de los requisitos de los costosos permisos de salida para los cubanos que viajan al extranjero, medida que cuenta con el apoyo de la Iglesia Católica en Cuba.

Por Araceli Cantero

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