31.12.11

Santa María, Madre de Dios

A las 1:35 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para la solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Un pasaje del libro de los Números (6,22-27) recoge una fórmula con la que los sacerdotes del pueblo judío trasmitían la bendición divina: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. El nombre del Señor se pronuncia sobre las personas para establecer una relación personal entre Dios y ellas.

El Señor nos bendice para que vivamos alejados de los peligros, especialmente del pecado; nos sonríe con benevolencia para que podamos reconocer su amor y su generosidad. Nos otorga el don de la paz, que más que la ausencia de conflictos equivale, en la mentalidad bíblica, a la abundancia de bienes.

Pero, como señala el papa Benedicto XVI, la paz no es solo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir: “Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos” (Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz).

Cristo es nuestra paz. Él ha sido enviado por el Padre para nacer de una mujer (Ga 4,4) a fin de que nosotros recibiéramos la condición de hijos de Dios por la gracia. De la Santísima Virgen María, Madre de Dios, hemos recibido a Jesucristo, el autor de la vida. Por su intercesión materna pedimos a Dios que nos conceda llenarnos de gozo al celebrar el comienzo de nuestra salvación y asimismo poder alegrarnos un día de alcanzar su plenitud.

María concibió a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es ‘el Señor que da la vida’, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya”, enseña el Catecismo (485). Es, de modo semejante, el Espíritu Santo quien nos hace hijos de Dios en Cristo. La Virgen nos invita a ser dóciles a la acción del Espíritu de Dios en nuestras almas.

Si queremos encontrar a Jesús, lo hallaremos, como los pastores, junto a María y a José (cf Lc 2,16-21). La grandeza de Dios se manifiesta en un Niño “acostado en el pesebre”. Al igual que la Virgen cada uno de nosotros está llamado a conservar en el corazón y a meditar las maravillas que el amor de Dios hace para nuestra salvación. La salvación es concreta y tiene un nombre y un rostro, el de Jesús. Acudamos a Él. Él nos aguarda. Él no cambia; es el mismo ayer y hoy y por los siglos.

Para vivir plenamente nuestra vocación de hijos de Dios necesitamos estar unidos a Jesús. María nos muestra el camino que conduce que conduce a Él y la vía más auténtica del seguimiento.

Guillermo Juan Morado.