1.01.12

Darwinismo, Diseño Inteligente y fe cristiana

A las 3:43 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios, Creación y Evolución
 

1. Introducción

Mi anterior post (“Creacionismo y Diseño Inteligente”) motivó una interesante contribución de Francisco José Soler Gil (”Darwinismo y ateísmo“), que ha sido publicada en InfoCatólica. Allí el Dr. Soler, a quien mucho agradezco su valioso aporte a la actual discusión, sostiene las siguientes dos tesis principales:

• El darwinismo no es una teoría esencialmente atea ni una teoría que resulte más fácil de conjugar con una cosmovisión atea que el Diseño Inteligente.
• El Diseño Inteligente no constituye una alternativa más favorable al teísmo que el darwinismo.

2. Puntos de acuerdo

Comenzaré mi réplica enumerando mis siete principales puntos de acuerdo con el Dr. Soler en esta materia (tal como yo los veo):

• Nuestra común fe cristiana exige creer que Dios es el inteligentísimo Diseñador y el omnipotente Creador del universo y de todos los seres que hay en él: vivos o inertes, racionales o irracionales.
• En principio no existen dificultades teológicas para que el cristiano acepte la noción general de evolución, es decir la idea de que las especies proceden unas de otras, a partir de un origen común.
• Más aún, aunque la fe cristiana (en sí misma, es decir independientemente del conocimiento científico) es tan compatible con el fijismo como con el evolucionismo, podría llegar a decirse que la teoría de la evolución (en el sentido amplio ya expuesto) manifiesta más claramente la infinita inteligencia del Creador que las concepciones fijistas del origen de las especies.
• Empero, la fe cristiana es obviamente incompatible con cualquier evolucionismo materialista o naturalista; y también con cualquier teoría de la evolución que niegue la realidad del diseño inteligente de los seres vivos por parte de Dios.
• La evidencia científica disponible apoya decididamente la hipótesis de la evolución en sentido amplio: las especies han surgido las unas de las otras a través de un proceso evolutivo de miles de millones de años, que comenzó probablemente con una sola especie unicelular.
• La teoría darwinista ortodoxa (o neodarwinismo), que pretende que las mutaciones genéticas aleatorias y la selección natural dan cuenta de la complejidad y diversidad de los seres vivos, presenta importantes dificultades o puntos débiles.
• Se debe dar crédito a los principales representantes del movimiento DI (Diseño Inteligente) por plantear vigorosamente dichas dificultades, reabriendo un debate científico que muchos pretenden dar por cerrado.

3. Darwinismo y cristianismo: la cuestión histórica

A partir de nuestra base común, analicemos ahora las principales áreas de desacuerdo. El Dr. Soler sostiene que, en el fondo, el conflicto entre el darwinismo y el teísmo no es un problema de principios (o sea, de oposición sustancial entre ambos), sino que es un accidente histórico, producto de un malentendido entre ambas partes. Soler parece incluso sugerir que la responsabilidad principal de ese malentendido fue de los cristianos, por su supuestamente errónea adhesión a la “teología física” de William Paley y otros autores. En cambio, yo sostengo que el problema de fondo no es histórico sino filosófico. La tendencia manifiestamente atea de la gran mayoría de los darwinistas no es un mero accidente histórico, ni el producto de un malentendido casual, fácilmente evitable.

En primer lugar consideraré esta cuestión desde el punto de vista histórico.

El famoso argumento de Paley no es otra cosa que una reformulación de la “quinta vía” de Santo Tomás de Aquino (llamada por Kant “prueba físico-teológica” de la existencia de Dios). La quinta vía, plenamente asumida por la filosofía y la teología católicas, prueba la existencia de Dios a partir del orden del mundo o a partir de la finalidad en la naturaleza. (1)

La tesis de la mayor culpabilidad cristiana en el supuesto malentendido entre darwinismo y cristianismo omite considerar muchos hechos fundamentales, entre ellos los siguientes.

Ante todo conviene recordar la postura religiosa del propio Charles Darwin: “Los años de estudio en Cambridge fueron también el comienzo de serias y profundas dudas religiosas… Pasada la madurez acabaría siendo un completo agnóstico, incapaz ya de creer en la existencia de Dios… Cuando en octubre de 1836 regresó Darwin de su periplo a casa…, para él habían perdido toda su vigencia tanto el dogma científico-natural (constancia de las especies) como el teológico (creación). Alrededor de los cuarenta años se describía personalmente como un agnóstico… Por su hijo Francis sabemos que en la familia de Darwin jamás se habló una sola palabra sobre religión… En noviembre de 1859 (es decir, el mismo mes de la aparición de la obra de Darwin) escribía Engels a Marx: “Por lo demás, Darwin, a quien precisamente estoy leyendo, es un hombre muy famoso… La teleología (finalidad) todavía no estaba destruida. Y eso es lo que ha ocurrido ahora”.” (Adolf Haas, Darwin, en: Karl-Heinz Weger, La crítica religiosa en los tres últimos siglos. Diccionario de autores y escuelas, Editorial Herder, Barcelona 1986, pp. 78-80).

Los principales divulgadores tempranos de la obra de Darwin fueron pensadores ateos, agnósticos, deístas o panteístas caracterizados por su militancia contra el dogma cristiano, es decir contra el cristianismo ortodoxo. Piénsese por ejemplo en Thomas Huxley, “el bulldog de Darwin”, en los nueve miembros del X Club que él fundó, o en Ernst Haeckel, “el bulldog de Darwin en el Continente”.

En los siglos XX y XXI los principales representantes o divulgadores del darwinismo han sido ateos, y a menudo ateos militantes. Piénsese por ejemplo en Julian Huxley, Jacques Monod, Stephen Gould, Richard Dawkins, Daniel Dennett, etc. Las implicaciones anti-teístas de la teoría de Darwin son muy probablemente la razón principal por la que estos y otros autores (como los antes nombrados) apreciaron y respaldaron esa teoría con tanto ardor.

El neodarwinismo “metafísicamente modesto” (compatible con el teísmo) es prácticamente inexistente. De hecho casi ninguna de las versiones existentes del neodarwinismo satisface esa condición. El neodarwinismo real (el que se afirma o se sugiere en la inmensa mayoría de los libros de texto o de divulgación sobre la evolución) no tiene nada de metafísicamente modesto. Un neodarwinismo metafísicamente modesto sería una teoría tan diferente del neodarwinismo existente, que no tendría derecho a llevar el mismo nombre que él.

En el mundo real, la perspectiva darwinista es la de una evolución ciega, no planificada ni guiada por inteligencia alguna. Esta perspectiva, predominante hoy en los medios científicos más influyentes, sobre todo en América del Norte, excluye terminantemente la idea de un diseño inteligente, tanto de la vida como del universo en general.

Más aún, la perspectiva darwinista se ha convertido en una completa cosmovisión, obviamente anticristiana, por medio de una doble extrapolación, “hacia arriba” y “hacia abajo”, por así decir.

Mediante la extrapolación hacia abajo, la evolución darwinista se extiende también a la evolución prebiológica (origen de la vida por medio de reacciones químicas aleatorias en la “sopa primordial”) e incluso a la evolución cósmica (múltiples o infinitos universos que evolucionan en una especie de lucha darwinista por la supervivencia del más apto).

Y mediante la extrapolación hacia arriba, la evolución darwinista se convierte en darwinismo social: el ser humano toma el control de su propia evolución, utilizando la eugenesia para eliminar a los hombres menos aptos y obtener un mejoramiento de la especie humana, al modo de los criadores de perros o caballos. La conexión entre el darwinismo y el darwinismo social no es accidental. Charles Darwin expresó ideas racistas y eugenésicas en su libro “La descendencia del hombre”. La Sociedad Eugenésica británica se inspiró en las ideas de Darwin. Un primo y amigo de Darwin (Francis Galton) fue el fundador y el primer presidente de esa Sociedad; y su segundo presidente fue Leonard Darwin, hijo de Charles Darwin.

 

4. Darwinismo y cristianismo: la cuestión filosófica

Según el neodarwinismo, de los dos factores determinantes de la evolución biológica (2), sólo uno de ellos (las mutaciones genéticas aleatorias) tiene un rol activo, creativo o positivo, mientras que el otro (la selección natural) tiene un rol meramente pasivo, destructivo o negativo. Es decir que todas las variantes biológicas son generadas mediante mutaciones genéticas aleatorias. La selección natural no hace avanzar la evolución; no crea ninguna variante biológica, sino que sólo elimina las menos aptas, dejando en pie las más aptas. Esto significa que el azar es el único motor de la evolución, siendo la selección natural solamente su freno o su timón (según la metáfora que adoptemos). (3)

Consideremos ahora la cuestión de la compatibilidad o incompatibilidad entre esta teoría y el monoteísmo cristiano. Uno podría imaginar un darwinismo “metafísicamente modesto” que admitiera la noción de un Dios que es el Diseñador y Creador de todo lo que existe, pero que produce la evolución biológica a través del “mecanismo darwinista”: mutaciones genéticas aleatorias más selección natural. En el lenguaje de la filosofía clásica, Dios sería la Causa Primera y el azar y la selección natural serían las causas segundas de la evolución. Pero, como ya vimos, según el neodarwinismo en el fondo el único motor de la evolución es el azar, por lo cual éste sería en verdad la única causa segunda de la evolución.

Ahora bien, el azar no es una explicación, sino una ausencia de explicación. Decir que el azar es la causa de la evolución equivale a decir que la evolución no tiene ninguna causa, lo cual, además de ser absurdo, conduce a la gran mayoría de los darwinistas a concebir la evolución como un proceso sin un propósito o causa final, no planificado ni guiado por inteligencia alguna.

En rigor lógico, la noción de “neodarwinismo metafísicamente modesto” es auto-contradictoria. El verdadero neodarwinismo no sólo prescinde metodológicamente de la existencia de la finalidad en la naturaleza, sino que la niega desde el mismo punto de partida. El materialismo o el naturalismo constituyen sus premisas. No es extraño que, partiendo de esas premisas, sea imposible reconciliar sus resultados con la fe cristiana. Éstos se encuentran en una oposición radical e in-eliminable con la fe cristiana.

Un neodarwinismo “metafísicamente modesto” debería mantenerse abierto a la posibilidad de que Dios guíe la evolución biológica a través de las causas segundas. Pero el rol explicativo asignado al azar en el neodarwinismo es absoluto por definición. Esta entronización neodarwinista del azar como una explicación última (a la manera de un ídolo o falsa deidad) excluye totalmente la noción de una evolución planificada y guiada por Dios. Siendo esto así, entonces el “neodarwinismo metafísicamente modesto” puede ser sostenido sólo verbalmente, no lógicamente.

La mente humana rechaza toda contradicción. Por lo tanto, si, por un lado, por medio de vías filosóficas (como por ejemplo las clásicas “cinco vías” tomistas) uno llega a demostrar con certeza la existencia de Dios, y, por otro lado, se encuentra con un neodarwinismo que, al negar la existencia de toda finalidad en el universo, niega explícita o implícitamente la existencia de Dios, uno se ve obligado a rechazar ese neodarwinismo. No hay una “doble verdad” en el sentido averroísta. Una misma proposición no puede ser verdadera según la ciencia y falsa según la filosofía y la teología.

Ni los partidarios del DI ni yo negamos la existencia del “mecanismo darwinista” ni de su capacidad de producir micro-evolución (evolución dentro de las fronteras de la especie). Negamos que ese mecanismo sea capaz de producir macro-evolución, es decir la evolución de las especies mismas, dando cuenta de la complejidad y diversidad de la vida. Admitimos que el azar juega un rol dentro de la evolución, pero pensamos que ese rol ha de ser muy modesto.

El azar (como el desorden) es un concepto relativo. Así como el desorden supone un orden subyacente (como demuestra la moderna “teoría del caos”), el azar supone un diseño subyacente. Ahora bien, nótese que, si concebimos rectamente la evolución como el despliegue gradual en el tiempo de un plan magníficamente concebido por la inteligencia infinita y eterna de Dios, necesariamente debemos admitir que el rol (mayor o menor) del azar dentro de ese plan debe ser en el fondo modesto. O, en otras palabras, que ese azar (ausencia de designio o de propósito) no puede ser más que un azar aparente. Esto contradice rotundamente el núcleo del pensamiento darwinista; porque ese pensamiento es mucho más ideológico que científico, y su ideología es materialista o naturalista. El azar darwinista es un azar absoluto, un sustituto de Dios.

La evidencia científica disponible apoya la teoría de la evolución, pero no apoya la teoría darwinista de la evolución. La fuerza de esta última tiene otras raíces. Parte de la premisa de que Dios no existe o no tiene ninguna influencia real en este mundo. Habiendo eliminado así la principal alternativa (el diseño inteligente), el darwinismo es la explicación más lógica de la evolución que queda en pie, o quizás la única.

Según Soler, la auténtica cuestión en torno al darwinismo es estrictamente científica y no tiene relevancia alguna para la teología. Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta aquí, se comprenderá que esto es muy difícil de aceptar. Pero además, debemos tomar en cuenta que el darwinismo tiende fortísimamente a afirmar el origen del hombre a partir de un primate por la mera evolución biológica. El hombre sería sólo un animal, aunque más evolucionado e inteligente que otros. Entre el hombre y los animales no habría más que una diferencia de grado, no sustancial. Todo esto es evidentemente incompatible con la fe cristiana.

5. Críticas al Diseño Inteligente

Las críticas de Soler al Diseño Inteligente (DI) parecen confundir el debate entre darwinismo y DI con el debate entre evolucionismo y fijismo. Citaré tres ejemplos de esto.

Primer ejemplo. Escribe Soler: “Sin embargo, a estas alturas, me parece obvio que deberíamos estar en condiciones de reconocer que una cosa es postular una inteligencia fundante de la naturaleza, y que le imprime a la misma un orden racional y tendente a unos fines (entre otros, la generación de criaturas racionales) −lo que implica que la naturaleza posee un diseño global−, y otra muy distinta es postular un Dios relojero que diseña y crea las especies una a una, a mano, por decirlo de algún modo. Lo primero es necesario para el teísmo cristiano, mientras que lo segundo no… Por lo que a la teología respecta, el marco darwinista es perfectamente asumible, y hasta preferible a algunas versiones populares del DI que circulan por ahí, y que siguen presentando a Dios como una especie de demiurgo que continuamente tiene que estar interviniendo para que de la materia se pueda sacar algo interesante. Una imagen muy pobre de la inteligencia de Dios, según creo.”

Según la fe cristiana, Dios es el Diseñador y el Creador de todo lo que existe, incluso de cada especie viviente. Esto no implica que Dios haya creado cada especie “directamente” mediante un milagro o una intervención especial. La fe cristiana no implica el fijismo, pero sí el diseño inteligente del mundo, de la vida y del hombre. Toda teoría de la evolución que niegue el diseño inteligente es anticristiana. Pero tampoco el movimiento DI propone una teoría de la evolución que requiere continuos milagros o intervenciones especiales de Dios. Me parece que afirmar lo contrario supone una completa tergiversación de las tesis fundamentales del DI.

Segundo ejemplo. Soler escribe: “De manera que el enfoque darwinista resulta, como mínimo, tan atractivo para el teísmo como puedan serlo las alternativas que proponen los autores del llamado (y quizás mal llamado) “diseño inteligente”… Si Leibniz levantara de nuevo la cabeza, diría sin lugar a dudas que el mundo que proponen los valedores del Intelligent Design es la obra de un mal relojero.”

¿Por qué “mal llamado”? El movimiento DI no propone ningún modelo común acerca del mecanismo detallado mediante el cual se ha desplegado en el tiempo la evolución inteligentemente diseñada por Dios. Se limita a inferir el diseño inteligente de los seres vivos a partir de los datos de la ciencia. Por otra parte, el diseño inteligente, como la creación, no es un componente opcional de la fe cristiana, sino algo exigido por ella.

Tercer ejemplo. Soler cita aprobatoriamente una comparación del profesor Juan Arana. Una empresa fabrica dos modelos de paracaídas, uno para listos y otro para tontos. El modelo para listos requiere que el paracaidista, durante su caída, realice con precisión una serie de complicados ajustes. El modelo para tontos se ajusta solo durante la caída. El argumento de Arana es que el diseño del paracaídas para tontos (la selección natural, que opera sola) requiere más inteligencia que el diseño del paracaídas para listos (el DI, que requeriría continuas intervenciones de Dios).

En la comparación de Arana una misma empresa diseña y fabrica los dos modelos de paracaídas. Esta comparación podría servir en el debate entre fijismo y evolucionismo, pero es sumamente inadecuada en el debate entre darwinismo y DI. El símil de la evolución darwinista no es un paracaídas para tontos fabricado por la misma empresa que puede fabricar un paracaídas para listos, sino un paracaídas para tontos que no necesita fabricante, puesto que surge del espontáneo y azaroso movimiento de las fuerzas y los elementos naturales. Parafraseando a Fred Hoyle, podríamos decir que se trata de un modelo de paracaídas que es ensamblado aleatoriamente por un tornado que pasa sobre un depósito de materiales y es perfeccionado luego por sucesivos tornados. Sólo la costumbre y el prestigio del interlocutor evitan la espontánea reacción de incredulidad (o incluso hilaridad) que naturalmente suscitan hipótesis como ésta, cuando son expuestas claramente y sin tapujos.

6. El valor científico del darwinismo

Soler parece pensar que el darwinismo es una teoría científica muy buena e incluso admirable, que a lo sumo podría tener que ser un poco modificada o completada. En cambio yo pienso que el darwinismo es una pseudo-ciencia, producto de la ideología naturalista del ambiente científico de la Inglaterra victoriana. Sostengo que la cuestión sobre el sustento empírico de la teoría darwinista de la evolución puede ser resumida correctamente así: en lo referente a la macro-evolución (que es lo que entendemos por “evolución” cuando discutimos sobre la “teoría de la evolución”) la teoría darwinista de la evolución no sólo no tiene ningún sustento empírico válido, sino que es refutada de un modo abrumador por la evidencia matemática, paleontológica, molecular, etc. El único apoyo de esa teoría es una extrapolación completamente infundada desde la micro-evolución (evolución dentro de las fronteras de la especie) hasta la macro-evolución (evolución de las especies mismas).

Me atrevo a afirmar que el próximo paradigma de la evolución biológica (que yo veo ya en génesis en la corriente del DI) reducirá drásticamente el rol de las mutaciones genéticas aleatorias en la macro-evolución, considerando a aquellas a lo sumo como meras ocasiones (no causas) para la manifestación de transformaciones biológicas pre-programadas en la información genética.

Daniel Iglesias Grèzes

Notas

(1) El argumento principal de Paley, lejos de haber perdido validez, se agiganta con el paso del tiempo, a medida que la ciencia contemporánea descubre cada vez más y comprende cada vez mejor la intricada complejidad y la exquisita armonía de cada especie viviente, de cada órgano y de cada célula. No nos engañamos cuando, al ver un reloj, llegamos de un modo inmediato e intuitivo a la completa certeza de que es el producto de un diseño inteligente y debe existir un relojero. Ni nos engañamos cuando, al ver un libro, no tenemos ninguna duda de que ha sido escrito por un agente inteligente (aunque a veces no tanto) :-)). Con mayor razón aún deberíamos admitir el diseño inteligente de la información genética de los seres vivos, de los maravillosos sistemas bioquímicos que conforman cada célula, etc. Esas realidades proclaman a gritos que han sido diseñadas. Sólo quien se ha hecho sordo a esos gritos a fuerza de prejuicios materialistas puede dejar de escucharlos.

(2) Si bien a menudo los darwinistas admiten que en la evolución biológica puede haber otros factores determinantes, además de las mutaciones genéticas aleatorias y la selección natural, en la práctica ellos tienen una fortísima tendencia a asumir que esos dos factores bastan para explicar la complejidad y diversidad de la vida, de tal modo que los otros factores, si es que existen, tienen relativamente poca importancia.

(3) Algunos autores sostienen que también la selección natural está regida por el azar, dado que los cambios de las condiciones ambientales que determinan dicha selección no tienen una correlación discernible con las características de las especies antes de su adaptación a esos cambios. Más aún, actualmente se da un debate científico entre los “seleccionistas” (los darwinistas más estrictos) y los “neutralistas”, o sea los partidarios de la teoría de Kimura sobre la selección neutral. Según Kimura, la selección natural no favorece a las variantes más aptas (como propuso Darwin), sino a variantes cualesquiera, “elegidas” al azar. Si finalmente los neutralistas prevalecieran en este debate, el resultado sería que también el factor pasivo de la evolución darwinista está regido por el azar. Pero a los efectos de mi argumento se puede prescindir de todo esto. Basta tener en cuenta que el único factor activo de la evolución darwinista está regido por el azar.

(4) Recomiendo la lectura del siguiente artículo, donde se hace una buena crítica filosófica al neodarwinismo, en tanto y en cuanto éste niega la existencia de una finalidad en la naturaleza: Cardenal Christoph Schönborn, The Designs of Science, publicado originalmente en la excelente First Things Magazine (January 2006). El Cardenal Schönborn es Arzobispo de Viena y fue el editor general del Catecismo de la Iglesia Católica. Véase: http://www.unav.es/cryf/designsscience.html