5.01.12

 

Cuando era pequeñajo mi padre me llevaba prácticamente todos los fines de semana a ver a mis abuelos y mi tía, su única hermana que hoy vive con nosotros. Mi abuela me solía contar las batallitas familiares de tiempos de la postguerra, que como se pueden imaginar ustedes no eran siempre agradables. Cuando el hambre dejó de acosarles, se hicieron con una gata que fue el mejor juguete que tuvieron mi padre y mi tía en su infancia. El animalillo vivió durante más de 20 años y cuando se murió la familia entera lo pasó realmente mal.

Sin embargo, lo que más me impresionó de la historia es lo que mi abuelo hizo en cierta ocasión. Cuando la gata se quedaba preñada, cosa que ocurría cuando lograba escaparse en época de celo, era obvio que no podían quedarse con la camada. Dado que por entonces no había sociedad protectora de animales donde entregar los cachorros, mi abuelo tuvo que deshacerse de ellos en la mayor parte de las ocasiones. La primera vez que lo hizo, tiró a los animalillos recién nacidos por la taza del water, pero se quedó tan impresionado, que se prometió a sí mismo no volver a hacer eso en su vida, de tal manera que el resto de las veces optó por dejar que la gata les alimentara hasta que se podían valer por sí mismos. Entonces cogía el tranvía y los llevaba lejos de casa para soltarles en la calle, en zonas cercanas a mercados, donde podrían buscarse la vida entre basuras y otros gatos.

Por eso, cuando acabamos de saber que en Argentina una pareja de miserables, cuyo destino esperemos que sea la cárcel, ha arrojado por la taza del water al hijo que concibieron, me he acordado de mi abuelo. Si él, que había participado activamente en una guerra civil, vio como su conciencia se revolvía por acabar con la vida de unos gatitos, ¿qué tipo de conciencia es esa capaz de hacer lo mismo con un ser humano que además es el hijo propio?

Ahora bien, no pensemos que los asesinos de Argentina son muy diferentes de las asesinos que practican abortos en clínicas abortistas. Esa madre argentira que ha tirado de la cadena para deshacerse de su hijo no es distinta de las madres que en España pagan para que un profesional de la muerte le quite la vida a sus hijos. Y no creamos que el destino de los fetos y embriones humanos es distinto. Todos acaban en el vertedero o como desecho orgánico que va a parar a nuestros ríos y mares. Y a eso le quieren llamar “derecho a decidir". Incluso hay una monja española que equipara el derecho a la vida con el derecho de la madre a hacer lo que esa argentina ha hecho. Sin que todavía haya nadie en la Iglesia con la voluntad, la capacidad y/o la decencia de ponerla en la puñetera calle.

De hecho, es bastante probable que los proabortistas aprovechen la ocasión para plantear la necesidad de que una ley despenalizadora sea aprobada para evitar esos casos tan “sangrantes". Todavía dirán que la mujer que tiró de la cadena puede estar en peligro por no recibir atenció médica. Y que si lo hubiera hecho en un hospital, eso no pasaría. Esa gentuza indigna, que no merece ser llamada civilizada, no piensa en el ser humano que se va por la taza del water. Piensa en la manera de ayudar a sus asesinos. Y mientras tanto, buena parte de la sociedad aplaude o mira para otro lado. Que no se extrañen si algunos decimos que una sociedad así no merece sobrevivir. La historia, en la que Dios tiene siempre algo que decir, acabará tirando de su propia cadena del water.

Luis Fernando Pérez Bustamante