5.01.12

Creer y obedecer

A las 11:11 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

No se equivocan quienes identifican el creer con un acto intelectual. Lo es. Se trata de un asentimiento. Pero el asentimiento no excluye, sino que incluye, una disposición moral por parte del sujeto.

Para creer, para creer como católicos, hace falta la obediencia, la gracia y el amor. El acto de creer es sintético, simultáneamente intelectual y moral. Esta síntesis se pone de relieve al considerar la fe como obediencia. La escucha de la conciencia, decía el Beato Newman, tiene la naturaleza de la fe.

El hombre, si es dócil a lo que su conciencia le indica, llegará a reconocer a Dios como Legislador y Juez. Y no será, entonces, el propio juicio la instancia suprema, sino una autoridad superior y exterior al propio yo. Aunque esa otra voz se perciba en la interioridad.

El gran obstáculo para la fe es un espíritu orgulloso y autosuficiente. No solo la escucha de la conciencia exige esta actitud de apertura. También la revelación pide obediencia. La revelación es mensaje y mandato, enseñanza y ley.

Creer es obedecer. Creer es confiar en la revelación divina y someterse a ella. Abraham, Moisés y David creyeron y obedecieron. Refiriéndose a estos personajes comentaba Newman: “Entiendo por fe una confianza absoluta, sin reserva, en los mandatos y las promesas de Dios, y el celo por su honor, la sumisión y entrega a Él de sí mismos y de todo lo que tenían”.

La fe como sumisión y entrega (“a Surrender and Devotion”). El gran obstáculo para creer es siempre el mismo: la obstinación, la confianza en el propio juicio. La revelación nos sitúa ante una gran alternativa: la fe o la obstinación en la voluntad propia.

Para Newman, en la época apostólica “la peculiaridad de la fe consistía en el sometimiento a una autoridad viva: esta era su nota distintiva, esto la convertía realmente en un acto de sumisión que destruía el juicio privado en las cuestiones de religión”.

Aferrarse al juicio privado a la hora de interpretar un texto bíblico supone un ejemplo de obstinación. Si lo que prima es el juicio privado entonces es el sujeto el que, en última instancia, decide qué es lo que ha de creer o lo que no. Pero la revelación es, ante todo, anuncio de una Verdad personal.

No se obedece a un texto, sino a una autoridad viva, a una Persona: a Dios mismo o a los mensajeros de Dios, a los Apóstoles y a Iglesia, que, en la etapa actual de la salvación, es voz de Dios, “oráculo que procede de Él”, en palabras de Newman.

Obediencia y conocimiento no se contraponen. La obediencia abre el acceso al conocimiento de la Verdad. Para un católico erigirse, por encima del Magisterio de la Iglesia, en intérprete autorizado de la verdad objetiva de la revelación es un camino peligroso. Un camino de desobediencia, de falta de sumisión, de escaso espíritu de fe.

Guillermo Juan Morado.