7.01.12

En los altares - San Isidro

A las 12:04 AM, por Eleuterio
Categorías : General, En los altares
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San Isidro labrador

Isidro nace en pleno siglo XI, casi a final del mismo, en 1082. Viene al mundo en el seno de una familia muy humilde y en una casa donde hoy está la calle de las Aguas.

El nombre que le pusieron, derivación de Isidoro, le fue puesto recordando al gran San Isidoro de Sevilla, arzobispo de aquella ciudad andaluza.

Como hemos dicho apenas hace unas líneas, la familia de Isidro era muy pobre e Isidro se emplea, por ejemplo, de pocero al servicio de la familia Vera.

Eran aquellos tiempos de reciedumbre en la fe porque la invasión musulmana había llegado hasta la misma ciudad donde vivía Isidro (Madrid) y el Rey de Marruecos, un tal Alí, la atacó en 1110. Isidro, junto otros muy piadosos católicos, huyó de la muerte casi segura y se trasladó a Torrelaguna. Allí llevó una vida dedicada el trabajo y a la oración y conoció a una joven llamada María.

María había nacido en Uceda y dado que la dote que llevó al matrimonio fue una finca en aquella población, la pareja se trasladó a la misma para establecer allí su residencia.

Si Isidro se caracterizaba por ser piadoso, María no le iba a zaga y manifestaba grandes dotes para el trabajo y, también, para la oración. Por eso Dios le prestó su ayuda en muchas ocasiones como cuando salvó a su único hijo (de nombre Illán) que, al haberse caído en un pozo vio peligrar su vida o cuando obró el prodigio de que María pasara a pie el río Jarama para librarse de la acusación de infidelidad que recaía sobre su persona. Y es que aquella María fue, con el tiempo, Santa María de la Cabeza.

En 1119 vuelve Isidro a vivir a Madrid donde se emplea de jornalero en la finca de Juan de Vargas. Vivía junto a la iglesia de San Andrés donde oía la Santa Misa todos las mañanas para, posteriormente, atravesar el puente de Segovia sobre el río Manzanares y acudía a la tierra donde prestaba sus servicios para realizar duras jornadas de trabajo.

De lo que le entregaba el dueño de la tierra por su trabajo hacía Isidro tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él mismo, su esposa María y su hijo Illán). Es más, en una ocasión, lo invitaron a almorzar y él mismo se llevó a varios mendigos. Sin embargo, quien lo había invitado pretexto que sólo tenía almuerzo para Isidro y que no podía invitar a los pobres que con él había llevado. Isidro, ni corto ni perezoso repartió su almuerzo entre los pobres y aún sobró del mismo.

Y así era Isidro con los más necesitados. No extrañe, por lo tanto, que sobre su persona corriera por entre sus vecinos, una merecida fama de santidad.

De la vida piadosa de Isidro se tienen muchas referencias porque, por ejemplo, era conocido el sentido caritativo que daba a su vida y entregaba mucho de lo que tenía a los pobres (según se ha dicho arriba) e incluso daba las migas de pan que tenía que comer a las palomas.

Los esposos decidieron separarse para llevar una vida más santa.

Mientras que Isidro se quedó en Madrid, María quedó en Caraquiz cuidando de la ermita. Así duró la separación hasta que la esposa santa supo de la enfermedad, última, de Isidro y corrió al lado de su esposo porque le había avisado un ángel de la grave enfermedad por la que pasaba el que sería santo labrador. Ahí estuvo hasta que murió y subió a la Casa del Padre. Corría el año de Nuestro Señor de 1130.

Nos podemos dirigir a San Isidro con la siguiente oración.

“Bienaventurado Isidro, que habitas hoy la celestial morada en justo premio de tu singular piedad, caritativo celo y santidad de vida, sin que para practicar dichas virtudes fueran obstáculo las ocupaciones a que tenías que dedicarte para ganar el necesario sustento, tanto para ti, como para tu venerada esposa, María de la Cabeza: te suplicamos que seas nuestro intercesor para con el Altísimo, a fin de que este divino Señor se apiade de nuestras miserias, y, por un acto de su infinita bondad, nos conceda vivir en paz en esta vida, y que gocemos en la otra las eternas delicias de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

San Isidro labrador, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán