15.01.12

 

Todos los asistentes a la Misa de hoy han escuchado las palabras de San Pablo a los fieles cristianos. Palabras que, como bien confesará cualquiera que se precie de ser católico, son inspiradas por el Espíritu Santo. Por tanto, no son la mera opinión particular de un apóstol, aunque ello ya debería de ser lo suficientemente valorado como para tenerlas en cuenta. No, ese párrafo leído hoy lleva la autoridad del mismísimo Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y que junto con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.

Sin embargo, a algunos que pretenden hacerse pasar por cristianos, les ha molestado que un obispo, concretamente el de Córdoba, haya usado en su carta de esta semana el texto de 1ª de Corintios (1Co 6,13-15.17-20), en el que San Pablo es tajante al pedir a los cristianos que huyan de la fornicación. Ni que decir tiene que se refiere a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluso las que no implican adulterio.

Que a alguien le extrañe que un obispo use la Escritura para enseñar la doctrina católica sobre una cuestión es tan estúpido como extrañarse de que un profesor de matemáticas use las tablas de multiplicar para enseñar a niños de primaria. Pero es sabido que en materia religiosa, buena parte de los medios de comunicación generalistas, sobre todo los de izquierda, se muestran carentes de sentido común, de conocimiento y en no pocas veces de decencia a la hora de informar sobre los temas de nuestra Iglesia.

El problema es cuando los que hace exactamente lo mismo son, al menos deberían ser, periodistas que sí saben, sí conocen y sí pueden opinar sin hacer el ridículo o quedar en evidencia. Y sin embargo, hemos tenido que leer acusaciones contra el obispo de ser un mojigato y un reprimido por, insisto, repetir lo que decía San Pablo. De hecho, hay quien ha criticado al mismísimo apóstol al sugerir que lo que él afirma en esa epístola es algo que jamás hizo Jesucristo. Ojo, hablamos del mismo Jesucristo que endureció considerablemente la moral sexual cristiana respecto a la ley mosaica, al señalar que era pecado no sólo el contacto carnal ilícito, sino el mero deseo de mantenerlo.

Cuando se falsea a Cristo, cuando se le intenta usar como argumento para atacar la enseñanza de la Biblia y la de un obispo, en realidad se está ocupando exactamente el mismo lugar de Satanás, que también usó la Escritura tentar al mismísimo Señor y para intentar alterar la misión del Salvador. De hecho, es una grave ofensa al Espíritu Santo que inspiró a San Pablo oponer sus enseñanzas a la de Cristo. Eso no lo puede hacer jamás alguien que merezca el nombre de cristiano.

Luis Fernando Pérez Bustamante