15.01.12

La caja negra de Darwin (9) – Diseño inteligente

A las 1:15 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios, Creación y Evolución, Libros
 

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

Tras haber demostrado la impotencia de la teoría darwinista para dar cuenta de la base molecular de la vida, el autor se pregunta lo siguiente: si los sistemas bioquímicos complejos contenidos en las plantas y animales no surgieron de un modo darwinista, ¿entonces cómo surgieron? En el Capítulo 9 (“Diseño inteligente”), Behe analiza tres posibles respuestas: la teoría de la simbiosis (propuesta por Lynn Margulis), la teoría de la complejidad (propuesta por Stuart Kauffman) y el diseño inteligente.

En lugar de la visión darwinista del progreso por medio de la competencia y la lucha, Margulis propuso el avance por medio de la cooperación y la simbiosis. Su teoría sobre el origen bacteriano de las mitocondrias de las células eucariotas, inicialmente ridiculizada, fue ganando aceptación a regañadientes y actualmente goza de amplia aceptación. Margulis y otros científicos han propuesto que también otros componentes de la célula son el resultado de simbiosis. Estas otras propuestas son más discutidas. No obstante, supongamos que la simbiosis hubiera ocurrido con frecuencia a través de la historia de la vida. Aun así, la simbiosis no podría explicar el origen de sistemas bioquímicos complejos, por una razón muy sencilla: la simbiosis es la unión de dos células o sistemas separados, tales que ambos estaban funcionando antes de esa unión. La simbiosis requiere la preexistencia de sistemas bioquímicos complejos funcionales.

La teoría de la complejidad afirma que los sistemas con un gran número de componentes interactivos se auto-organizan espontáneamente en patrones ordenados. Kauffman propuso que las sustancias químicas de la sopa prebiótica se auto-organizaron en caminos metabólicos complejos y que también el cambio entre distintos tipos de células es un resultado de la auto-organización. La teoría de la complejidad comenzó como un concepto matemático para describir el comportamiento de algunos programas de computadora. Sus proponentes aún no han logrado conectarla a la vida real. Kauffman sostiene que su teoría podría explicar no sólo el origen de la vida y el metabolismo, sino también las formas corporales, las relaciones ecológicas, la psicología, los patrones culturales y la economía. La vaguedad de la teoría de la complejidad ha comenzado a decepcionar a algunos de sus defensores. El número de Junio de 1995 de la revista Scientific American preguntó en su portada: “¿La complejidad es un engaño?” Adentro estaba un artículo titulado “De la complejidad a la perplejidad” que hacía la siguiente observación irónica: “La vida artificial, un sub-campo importante de los estudios de la complejidad, es una “ciencia libre de hechos”, de acuerdo con un crítico. Pero sobresale en la generación de gráficos de computadoras.” (p. 191).

Sin embargo, supongamos que la teoría de la complejidad fuera verdadera. Aun así, esa teoría no explicaría los sistemas bioquímicos complejos discutidos en este libro. Behe lo explica así: “La esencia de la vida celular es la regulación: la célula controla cuánto y qué tipos de sustancias químicas produce; cuando pierde el control, muere. Un ambiente celular controlado no permite las interacciones casuales entre sustancias químicas (nunca especificadas) que Kauffman necesita.” (p. 191). Behe concluye: “La teoría de la complejidad puede todavía hacer contribuciones a la matemática e incluso modestas contribuciones a la bioquímica. Pero no puede explicar el origen de las estructuras bioquímicas complejas que apuntalan la vida. Ni siquiera lo intenta.” (p. 192).

Para una persona que no se siente obligada a restringir su búsqueda a causas no inteligentes, la sencilla conclusión es que muchos sistemas bioquímicos fueron diseñados, es decir planificados. La conclusión del diseño inteligente fluye naturalmente de los datos mismos, no de libros sagrados ni de creencias religiosas, del mismo modo en que deducimos el diseño en la vida cotidiana.

El autor define el diseño como el ordenamiento de partes con un propósito. Con esta definición amplia, en principio todo podría haber sido diseñado. Behe sostiene que no podemos demostrar que algo no ha sido diseñado, lo cual me parece bastante discutible. Pero la cuestión fundamental aquí es esta otra: ¿Cómo podemos detectar el diseño? ¿Cuándo es razonable concluir que algo ha sido diseñado? Behe responde lo siguiente: “Para sistemas físicos discretos –si no hay una ruta gradual para su producción– el diseño es evidente cuando una cantidad de componentes separados e interactivos están ordenados de modo tal de lograr una función más allá de los componentes individuales. Cuanto mayor es la especificidad de los componentes interactivos requeridos para producir la función, mayor es nuestra confianza en la conclusión de diseño.” (p. 194). A continuación el autor presenta unos cuantos ejemplos (las efigies del Monte Rushmore, posters de Elvis Presley, ratoneras, mensajes en el juego de Scrabble, etc.) que muestran cómo aplicamos un criterio de este tipo para inferir con certeza el diseño en la vida cotidiana. Behe admite que este criterio de detección de diseño no es fácil de cuantificar, pero señala que los aportes del matemático William Dembski en esta materia son muy importantes y merecen ser profundizados por otros científicos.

Generalmente el diseño es aprehendido antes de que podamos plantearnos la pregunta acerca de la identidad del diseñador. La inferencia de diseño puede ser sostenida con toda la firmeza posible incluso sin saber nada acerca del diseñador.

El autor pasa luego a considerar la siguiente cuestión: ¿Los sistemas bioquímicos vivientes pueden ser inteligentemente diseñados? Su respuesta es “sí”. Los avances recientes de la bioquímica permiten a los científicos diseñar cambios en organismos vivos. El diseño inteligente de sistemas bioquímicos a través de la ingeniería genética es bastante común hoy en día. Todos los científicos, incluso Richard Dawkins, admiten el hecho de que los sistemas bioquímicos pueden ser diseñados por agentes inteligentes para sus propios propósitos y que este diseño puede ser detectado por otras personas. Por lo tanto, la cuestión de si un sistema bioquímico dado fue diseñado se reduce simplemente a aducir la evidencia que apoya el diseño. Aplicando el criterio antes expuesto, podemos inferir con certeza el diseño de algunos sistemas bioquímicos complejos.

Ninguna de las teorías basadas en causas no inteligentes (darwinismo, simbiosis, complejidad) puede explicar los sistemas bioquímicos fundamentales de los seres vivos. ¿Podría haber un proceso natural aún no descubierto que explicara la complejidad bioquímica? Si existe ese proceso, nadie tiene la menor idea sobre cómo funciona. Además, esto iría contra toda la experiencia humana, como postular que un proceso natural podría explicar la existencia de computadoras. No es lógico ignorar la masiva evidencia del diseño de los sistemas bioquímicos complejos en nombre de un proceso fantasmagórico. El diseño humano de los productos de la ingeniería genética es análogo al trabajo hecho para causar el primer cilio.

Behe no sostiene que podamos demostrar con certeza que todos los sistemas bioquímicos fueron diseñados. En cambio él afirma lo siguiente: “Dado que todo podría haber sido diseñado y que necesitamos aducir evidencia para mostrar el diseño, no es sorprendente que podamos tener más éxito en demostrar el diseño con un sistema bioquímico que con otro. Algunas características de la célula parecen ser el resultado de simples procesos naturales, otras probablemente lo sean. Sin embargo, otras características fueron casi seguramente diseñadas. Y con otras características, podemos estar tan seguros de que han sido diseñadas como que algunas cosas lo fueron.” (p. 208). (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: Las citas han sido traducidas por mí.