17.01.12

 

Mañana empieza la semana de oración por la unidad de los cristianos. Por si alguno no lo sabía, diremos que según la web del Vaticano, en el hemisferio norte la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de San Pedro y la de San Pablo, que tienen un significado simbólico. En el hemisferio sur donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, las Iglesias frecuentemente adoptan otra fecha para celebrar la semana de oración, por ejemplo en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926) que representa también otra fecha simbólica para la unidad de la Iglesia.

Alguno se preguntará quién fue el tal Paul Watson. Pues bien, fue un pastor episcopaliano que a los nueves meses -curiosa cifra- de lanzar la Church Unity Octave (Octava por la Unidad de la Iglesia) recibió la gracia de convertirse a la fe católica. Por tanto, no me negarán ustedes que la cosa no empezó mal.

Mucho ha llovido desde 1908, así que toca analizar cuáles son las circunstancias actuales en relación a este tema, que forma parte, conviene recordarlo, de la voluntad expresa de Cristo, que pidió al Padre precisamente por la unidad entre todos los cristianos. Si el Señor lo quiso, nosotros debemos quererlo. Otra cosa es el cómo, cuándo y bajo qué condiciones debe darse esa unidad.

Es evidente que una unidad que deje a un lado la verdad solo puede llevar al caos. Si la Biblia dice que la Iglesia es columna y baluarte de la verdad, la unidad de todos los cristianos ha de realizarse al amparo de la Iglesia. Como se decía en la era patrística, no puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre. Y la doctrina “extra ecclesiam nulla salus” sigue tan vigente hoy como hace siglos, por mucho que se quiera dar una interpretación generosísima a la excepción de la ignorancia invencible. Quiera Dios que dicha interpretación sea la norma el día en que juzgue a todos. De lo contrario, me temo que habrá mucho llanto y crujir de dientes entre los que han rechazado formar parte de la Iglesia de Cristo.

¿Y quién es la Iglesia de Cristo? Según el Concilio Vaticano II, “esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste [subsistit in] en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él” (Lumen gentium, 8). No voy a entrar ahora en el debate planteado en las últimas décadas sobre lo que significa “subsiste” y sobre si habría sido más adecuado decir “es". Por el momento me basta y me sobra con lo que afirma la Dominus Iesus, verdadera obra magisterial para hacer una buena hermenéutica sobre esa cuestión.

Siendo que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, parece claro que la unidad de los cristianos ha de tender hacia la comunión plena en el seno del catolicismo. Por tanto, orar por la unidad de los cristianos no puede dejar de lado la petición al Señor de que todos los hermanos separados vuelvan -o se unan- al rebaño que Cristo encomendó a Pedro, cuyo sucesor está en Roma. Podemos decir que ese es el máximo al que debemos aspirar, pero ¿acaso el padrenuestro no es una oración de máximos? ¿no pedimos que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo? Pues si es voluntad divina que los cristianos estemos unidos, y eso sólo puede realizarse de forma plena en el seno de aquella que es Una, Santa, Católica y Apostólica, la cosa está clara.

Quiero señalar un aspecto muy a tener en cuenta en esta semana de oración. San Pablo enseña que estamos llamados a tener “un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4,5). Que en la Iglesia Católica todos tenemos el mismo Señor y el mismo bautismo no admite dudas. Ahora bien, ¿profesamos la misma fe? Llevo años señalando la evidencia del cisma interno que sufre la Iglesia Católica, debido sobre todo a la acción secularizadora de los heterodoxos que han tomado el Concilio Vaticano II como excusa para romper con veinte siglos de tradición previa. Debido a una pastoral cuanto menos discutible, dicho cisma ha encontrado escasísimo eco en la situación canónica de gran parte de esos heterodoxos. Es bastante probable que estemos en la época de la historia de la Iglesia con mayor número de verdaderos herejes en su seno. Puede que en otro tiempo -p.e, crisis arriana- hubiera más herejes, pero estaban fuera de la comunión eclesial “visible". Pero quien no cree lo que la Iglesia enseña no está en una situación espiritual mucho mejor que aquellos que no pretenden ser católicos. Ahora que se habla tanto del regreso a la Iglesia Católica de muchos anglicanos, sería bueno que se fomentara el regreso a la fe católica de los que sin haber dejado públicamente la Iglesia, han dejado de profesar dicha fe. Oremos por ello.

Por último, en relación a la unidad de los cristianos es necesario que seamos realistas. Con los ortodoxos son muchas las cosas que nos unen y se ha avanzado bastante en las últimas décadas, pero el camino será largo y tortuoso. Sólo Dios sabe si en el tercer milenio veremos a un Patriarca de Constantinopla diciendo lo que el Patriarca Anatolio I dijo de San León Magno, Papa, tras el concilio ecuménico de Calcedonia: “Porque el trono de Constantinopla tiene a tu trono Apostólico como su Padre, habiendo estado especialmente ligado a ti” (epist 132).

Distinta es y será la cuestión de la unidad con los protestantes. Como he advertido en varias ocasiones, parece que la mayoría de los protestantes interesados en la cuestión ecuménica están infectados del liberalismo teológico. Cuando finalizó el Concilio Vaticano II los anglicanos no ordenaban mujeres ni se planteaban ordenar homosexuales. Y los luteranos no se dedicaban a casar a parejas del mismo sexo. Se dirá que se han producido avances en el diálogo ecuménico con ellos. Pero igual se puede decir que ambas confesiones cristianas han roto prácticamente todo lazo que les podía unir a católicos y ortodoxos, por no decir al cristianismo.

Respecto a los protestantes evangélicos, teológicamente conservadores y fieles a los principios de la Reforma, creo que en España estamos asistiendo a una muestra de por dónde van sus querencias ecuménicas. Cada vez que la FEREDE y la AEE abren la boca para pedir algo, se meten con la Iglesia Católica. Eso es un hecho constante, fácilmente constatable. Pero si a alguien le quedaba alguna duda, solo tiene que leer la serie de artículos que el protestante evangélico con más repercusión mediática de este país está escribiendo sobre España y el catolicismo. Efectivamente, César Vidal está mostrando a los católicos españoles cuál es la visión de una parte importantísima del protestantismo evangélico sobre el catolicismo. Por supuesto, tal y como está demostrando magistralmente Bruno Moreno, se trata de una visión falsa, mentirosa, rastrera, insana, espiritualmente perversa, llena de resentimiento, ridícula y que, así lo creo, hace que en el rostro del Príncipe de este mundo se dibuje una sonrisa complaciente. Llevado al extremo, ese odio a la fe católica -y de paso a España-, que es parte del ADN espiritual de un número ingente de hijos de la Reforma y que no tiene nada que envidiar -tiene el mismo padre espiritual- al de los anticlericales de izquierda, ha provocado mártires en un pasado no muy lejano. Y eso conviene tenerlo muy en cuenta a la hora de orar por la unidad con esos hermanos separados. La misma solo es posible mediante su conversión. O dejan de ser lo que son, o jamás estarán en plena comunión eclesial con nosotros. Y quien diga lo contrario, falta a la verdad.

Luis Fernando Pérez Bustamante