19.01.12

 

Hay cosas que no pueden dejar de ser como son. Si a dos le sumas dos, da siempre cuatro. Si a una manzana le rompes el rabillo que la une al árbol, cae al suelo. Y si a una sociedad cristiana le quitas a Cristo y el evangelio, se va derechita hacia el abismo.

Es lo que le ocurre a España. Desde que los españoles decidieron mayoritariamente olvidarse de la fe en la que fueron bautizados y vivir sin tener en cuenta a Cristo, su evangelio y lo que enseña la Iglesia, la descomposición social es imparable. Y si no lo remedia la nueva evangelización de la que tanto se habla -veremos lo que se hace-, el resultado final será catastrófico a todos los niveles.

Porque catastrófico es que una nación se convierta en un país de ancianos, sin niños por las calles, sin jóvenes en edad de trabajar, sin familias estables y sin valores suficientes para revertir la situación. En breve publicaré una reseña del libro “El suicidio demográfico en España” de Alejandro Macarrón, editado por Homo Legens, pero ya adelanto que el mismo pone los pelos de punta a cualquiera. Lo que nos vamos a encontrar de aquí a la vuelta de la esquina si las cosas no cambian es algo que dudo que tenga parangón en la historia de este país. Baste decir que hoy nacen menos niños en España que durante el peor año de la Guerra Civil. Y que a mediados del siglo XIX, las españolas tenían más hijos cada año que los que tienen hoy, a principios del siglo XXI. Si alguien cree que eso es normal y deseable, que se lo haga mirar.

Además, no solo se da el hecho de que las españolas y las extranjeras residentes en España, tienen menos hijos. Es que una de cada tres no están casadas. Es curioso que justo cuando la izquierda mediática, política y eclesial se ha burlado y ha atacado al obispo de Córdoba por haber repetido lo que San Pablo pide a los cristianos sobre la fornicación, se ponen delante de nuestros ojos una de las consecuencias de dicho pecado. Los niños nacen fuera de un ámbito familiar sano, con su padre y su madre unidos en un proyecto de vida. La otra consecuencia es aún peor y consiste en que no se permite nacer a los hijos de la fornicación.

Y sin embargo, lo que se propone desde los medios de comunicación generalistas más importantes, desde la izquierda anticlerical y desde la derecha pagana, es más de lo mismo. Más y peor, porque incluso llegan al ámbito de la educación de nuestros hijos y nuestros nietos. El actual régimen político y social que tenemos en España es como el mal amigo de un alcohólico, que en vez de ayudar al enfermo a dejar la bebida, le compra una botella de whisky de garrafa cada día. Es cuestión de tiempo que la cirrosis acabe con el paciente.

En medio de este marasmo mortal, solo la Iglesia tiene la capacidad, que Dios le da, de dar una solución que revierta la realidad y vuelva a situar a este país en la senda de la vida y de un futuro de esperanza. Pero ojo, existe la tentación para muchos de dejarse llevar por la corriente de suicidio moral que impera en la sociedad. El principal enemigo de la Iglesia lo tiene dentro, no fuera. Me refiero a los agentes de secularización que no han sido expulsados de la comunión eclesial. Son los que, a pesar del desplome de la natalidad, tienen todavía el valor de pedir que se cambie la doctrina sobre los anticonceptivos e incluso sobre el aborto. Son los que quieren que el sacramento de la confesión sea una parodia, de manera que pierda su potencial regenerador del alma de aquellos que están llamados a ser levadura santa de una masa enferma. Son los que piden que la Iglesia sea más mundana -que no cercana, como pretenden- en vez de ser sal de la tierra y luz del mundo.

Mientras la Iglesia en este país no se libre de esos agentes secularizadores, mientras no se agarre como una lapa a su fe, a su doctrina, a su liturgia, a su tradición, estará total o parcialmente impedida para llevar a cabo la misión a la que ha sido llamada. Y si no realiza esa misión, ¿para qué servirá? Para nada. Desaparecerá por el sumidero de la historia con el resto de la nación.

Es pues tiempo de que tengamos muchos Demetrios al frente de nuestras diócesis y de que los fieles ocupemos el lugar que nos corresponde. El futuro es nuestro si somos fieles a Dios y su Iglesia en el presente. Y si no lo somos, mejor no hubiéramos nacido.

No quiero acabar el artículo sin una luz de esperanza. El Señor ama a España. El Señor quiere reinar en España. El Señor va a reinar en España si nosotros somos realmente templos de su Espíritu. Además, esta es tierra de María. A su intercesión nos acogemos para que el anuncio de la verdad arraige de nuevo en los corazones de los españoles.

Luis Fernando Pérez Bustamante