25.01.12

 

Cada vez es más evidente que cuando desde la Iglesia alguien osa hacer unas declaraciones públicas en las que se explica su doctrina y su moral, cuando se opina sobre determinadas leyes, cuando se critica aquello que se considera criticable desde la cosmovisión católica, aparece el verdadero rostro totalitario de la izquierda de este país. Una izquierda empeñada en imponer su propia moral, su propia cosmovisión, su propio modelo de sociedad.

Si la Iglesia dice que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son pecado, se la acusa de imponer su moral. Cuando la Iglesia enseña que las relaciones homosexuales son pecado, se la acusa de imponer su moral. Cuando la Iglesia denuncia que el aborto es el asesinato de inocentes, se le acusa de imponer su moral. Y así, ad infinitum.

Son los que pretenden legislar contra natura sobre la institución familiar. Son los que llaman derecho al asesinato de un ser humano en el seno materno. Son los que quieren quebrar el sacrosanto derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus valores morales y religiosos. Son los herederos ideológicos de aquellos que llenaron de mártires esta nación el siglo pasado. Y el que dude de lo que digo, que mire la foto que he puesto para acompañar a la noticia de la petición de IU para que se derogue el concordato de España con la Santa Sede. El señor de la foto es el que ayer pidió tal cosa en el Congreso. Está al lado del símbolo de la ideología más sanguinaria en la historia de la humanidad. Ni siquiera el nazismo -básicamente porque no le dio tiempo- provocó tantos muertos como la hoz y el martillo en el siglo pasado. ¿Qué lecciones de democracia nos van a dar esos sujetos?

Los obispos españoles mantienen diferentes actitudes ante esta situación. Los hay que no tiene el mayor problema en predicar lo que la Iglesia enseña aunque le pongan una cámara de televisión delante, y los hay que prefieren no decir nada que sea polémico para que no se les eche encima la jauría rabiosa político-mediático del progresismo patrio. Los hay que se mantienen firmes aun a pesar de haber sido criticados en los medios y los hay que parecen querer pedir perdón por pensar lo que piensan y decir lo que dicen. Y los hay que reaccionan inmediatamente cuando se manipulan sus palabras, mientras que otros hacen como si la cosa no fuera con ellos cuanto tal hecho ocurre.

En ese sentido, creo urgente que en futuras reuniones los obispos hablen sobre la manera más conveniente de abordar sus relaciones con los medios de comunicación y su política informativa ante la sociedad. La Iglesia no puede quedarse muda ante la deriva moral de la sociedad. La Iglesia no puede acobardarse ante los ataques de unos políticos de mentalidad totalitaria. Pero la Iglesia, sobre todo sus obispos, tiene también que ser prudente a la hora de elegir con quién hablar y por quién dejarse entrevistar. Cuando uno se mete en la guarida del lobo, es normal salir hecho trizas.

Debemos saber a quién nos enfrentamos. El hecho de que ahora no anden quemando iglesias es positivo, pero para el alma católica es más peligroso la tibieza que busca vivir en paz en medio de un mundo paganizado, que la firmeza que provoca el inevitable choque entre la luz y las tinieblas y que nos lleva a todo tipo de martirios -no sólo de sangre-. No olvidemos las palabras de Cristo. Si a Él le persiguieron, si manipularon sus palabras, si le pusieron trampas -p.e, la moneda del César- y si finalmente le crucificaron, tanto más nos harán a nosotros. Y recordemos las palabras de San Pedro y los apóstoles ante el Sanedrín: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Eso vale también para las leyes y los hombres que presumen de legitimidad democrática. Daremos al César lo que es del César, pero es el César quien tiene que doblar sus rodillas ante el Creador, no al revés. Y nosotros somos pueblo real y sacerdotal. Somos hijos de Dios, no del César.

Luis Fernando Pérez Bustamante