1.02.12

 

Hoy es uno de esos días donde ser católico es motivo de orgullo. En el país más “poderoso” del mundo, ese que es pintado por muchos como el paraíso de la democracia y la panacea de las libertades, existe un gobierno empeñado en obligar a todo el mundo a aceptar la cultura de la muerte, que tiene en el aborto su rostro más siniestro. Y dentro de todo el mundo entramos, como no podía ser de otra manera, los católicos. Obama quiere forzar a todos los empresarios o personas particulares que contratan empleados a pagar unos seguros médicos que incluyan entre sus servicios la anticoncepción, la esterilización y los fármacos abortivos.

La secretaria del departamento de Salud y Servicios Humanos de la administración Obama ha dado un plazo de un año a las instituciones religiosas para acatar la norma. Pues bien, los obispos de EE.UU están diciendo que no piensan acatarla. Y que si es menester, sufrirán las consecuencias legales. La contundencia y la firmeza de algunos prelados a la hora de pronunciarse es sencillamente digna de elogio. Y yo añadiría que brilla con luz propia si se la compara con la actitud de otras iglesias locales en otros lugares del mundo. Por ejemplo, ahora que parece que en España nos vamos a librar de la EpC, cabe preguntarse qué colegio católico, religioso o diocesano, decidió objetar ante una asignatura con elementos claramente contrarios a la cosmovisión católica del hombre y la sociedad. La respuesta es ninguno. Se ve que aquí no cuenta mucho eso de que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres“.

Si alguien duda de que los obispos de EE.UU pueden pasar de las palabras a los hechos, ahí está el ejemplo de la diócesis de Belleville, en el sur de Illinois. Una agencia de adopción ha dejado de ser católica ante la obligatoriedad de entregar niños a parejas homosexuales. Mons. Edward Braxton decidió que no puede ser católica una institución donde, por ley, se pisotea la doctrina y la moral católica.

Y es que ser fieles a Dios tiene consecuencias no siempre agradables. La última gran persecución que recibieron los cristianos por parte del imperio romano vino precisamente de la obligación legal de hacer sacrificios paganos en favor del César. Muchos sufrieron el martirio antes que obedecer a una ley humana contraria a la ley divina. Como he dicho en más de una ocasión, el dar al César lo que es del César solo es aplicable si el César no pretende situarse en el lugar de Dios. Lo contrario es idolatría. Y tan idolátrica es la ley que obligaba a hacer sacrificios para el César como lo es la ley que quiere obligar a los católicos a pagar el sacrificio de niños inocentes. Obama no solo pretende que los católicos de EEUU acepten que otros maten a sus hijos antes de nacer. Quiere que paguen con su dinero esos asesinatos.

Como dijo San Pablo “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim 3,12). Esa persecución puede tener diversas caras. No siempre se llega al martirio de sangre, pero si somos cristianos como Dios nos llama y nos concede serlo, es imposible que no suframos contratiempos. Sea en nuestra familia, entre nuestras amistades o en el trabajo, sea como pueblo de Dios en medio de un mundo que ha dado la espalda al creador. Habrá quien me acuse de fundamentalista, de no reflejar el evangelio de Cristo o de atribuirme una autoridad de la que carezco. Pero desde mi condición de miembro de un pueblo real y sacerdotal, afirmo que no caben las tibiezas, no caben las cobardías, no caben los apaños, no caben las apostasías disfrazadas de prudencia pastoral. O con Cristo o contra Él. O nos arrodillamos ante Dios o nos arrodillamos ante el César, sea que éste se llame Obama, Zapatero, Castro, Diocleciano o Pepito Pérez. Las urnas no dan legitimidad alguna a los dirigentes para forzar a los católicos a dejar de ser fieles a Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante