8.02.12

Una colaboración de un lector: Había estado XI

A las 9:29 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

“Había estado” (XI). Escrito por Norberto

Miryām observaba desde el balcón sito en la puerta de la casa, que daba al rellano en el que Shimon hablaba, su cuerpo estaba inclinado, en actitud reverencial, había detectado la presencia del Ruaj Ha Kodesh (Espíritu Santo), recordaba aquel instante cuando dijo “hágase”; simultáneamente escuchaba las voces procedentes de quienes hablaban unos metros más abajo.

Todo volvía a ser luz, fuego, Šekina (Presencia), una vez más se cumplía una promesa y un anuncio que su hijo Ioshua había confiado; ellos, bajo su amoroso cuidado y su continua exhortación, lo habían invocado y allí estaba, podía ver las lenguas de fuego que se posaban sobre los seguidores de Ioshua y sobre ella misma.

Ana, acompañada de su guardián - y primo - Eliecer, su hijo Eulogio y su primo jerosolimitano y hospedero Mohsé llegaron al lugar de los hechos a tiempo de escuchar las palabras de Shimón “… bautizaos y recibiréis el Ruaj Ha Kodesh…”; sin premeditación, como si una mano oculta les empujara se encontraron en la fila de quienes esperaban recibir el agua del bautismo, sin embargo Ana, sintió el temor de que se transgredieran los mandatos de YHWH.

Mohsé giró la cabeza y vio el gesto de ambigüedad de Ana, la expectación en la expresión de la tez del joven Eulogio y el gesto vigilante de Eliecer a punto de preguntar a sus congéneres “¿qué hacemos aquí?”.

Shimon Bar Ionah apenas podía atender el rito del Bautismo, pese a contar con la asistencia de sus compañeros, los asistentes, conmovidos por su discurso, preferían recibirlo de sus manos; cuando llegaron a su altura los viajeros con Mohsé, que conocía a Shimon les encontró dubitativos, apesadumbrados, a diferencia de los anteriores candidatos no solicitaban el bautismo, solo Mohsé parecía decidido y así lo hizo. Con los ojos llenos de lágrimas de felicidad se dirigió a sus parientes y les dijo “Venid”.

Miryām contempló la escena desde el mirador y observando que se retiraban de allí con el resultado descrito llevó las palmas de las manos a las comisuras de los labios situándolas enfrentadas, a modo de altavoz, y con toda la fuerza de sus cuerdas vocales grito “Mohsé”; el aludido giró el cuello en la dirección de donde procedía la voz que había pronunciado su nombre, estaba viviendo un momento indescriptible, sabía que esto “iba a ocurrir”, pese a las apariencias, si perseveraba en esa idea mucho le debía a quien había gritado su nombre, sin embargo sus parientes, tras el viaje realizado tan afanosamente estaban como petrificados, su expresión era estupefacta su porte como de impotencia.

Mohsé estaba disfrutando de una sensación como de “alimentos enjundiosos, vinos generosos”, pero la voz le sacó de su absorción y dirigió la mirada a la autora de la llamada que se deslizaba terraplén abajo en su busca, entendió que debía apurar su gozo y atender a quien le requería ora Miryām ora los peregrinos, sus parientes.

“Venid conmigo, venid, acompañadme, es ella, es la Madre”.

Melitón, desde el altozano, escrutaba los movimientos de todos, las lenguas de fuego, como antorchas, iluminaban cada rincón, se frotó los ojos asegurándose que no estaba soñando; no podía sospechar que estaba siendo testigo de algo inaudito, que le marcaría, hondamente en su devenir. Una vez en la Torre Antonia tranquilizó a Rómulo respecto lo sucedido.

Norberto.