11.02.12

En los altares - S. José de Cupertino

A las 1:57 AM, por Eleuterio
Categorías : General, En los altares
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Sanjosé de Cupertino

Corría el año 1603 cuando, en el pueblo italiano de Cupertino, nació un niño al que pusieron de nombre José. Sus padres eran pobres y tal fue así que nació en un cobertizo que estaba pegado a la casa porque, en el colmo de la desdicha, el padre de José no había podido pagar la cuota que pagaba por la casa donde vivían y se la habían embargado.

La infancia de José no fue nada agradable. Las circunstancias familiares de pobreza le hacían candidato a pasar hambre y a crecer con un desarrollo físico francamente mejorable.

Sin embargo, si bien en lo físico José era poca cosa, en lo espiritual abundaba en oración y en prácticas piadosas que no iban a pasar desapercibidas para Dios.

Las intenciones religiosas profundas de José pudieron apreciarse desde muy joven porque a los 17 años solicitó la admisión en los franciscanos. No fue admitido. Aunque lo fue en los capuchinos fue expulsado porque era algo distraído y, al parecer, pensaba en algo más que en las labores diarias que tenía que llevar a cabo.

José pensó que ir a vivir con un tío suyo que era rico podía ser la solución que andaba buscando pues, al parecer, la vida religiosa tampoco iba a ser el destino definitivo para su malsana existencia.

Pero tampoco iba a ser tal pensamiento lo que le tenía reservado la Providencia de Dios. Su tío, creyendo que José no sabía hacer nada, lo echó de su casa sin más ni más.

La madre de José tampoco vio con buenos ojos que volviera a su casa aquel joven al que tenían por un inútil. Rogó a un familiar suyo que admitieran a su hijo en el convento de los franciscanos aunque fuera como mandadero.

Sin embargo, algo pasó en José que empezó a cambiar y lo que antes era torpe actuación se convirtió en un hacer de acuerdo a lo que se mandaba. Además, daba muestra de ser virtuoso en materia de humildad y amabilidad. Eso, junto a su espíritu de penitencia y bien probado amor a la oración, le granjeó tales simpatías de sus compañeros de convento que ellos mismos, tras la correspondiente votación, admitieron a José como religioso franciscano.

Como un cristiano no puede creer en las casualidades sino en la Providencia de Dios fue agraciado José con la misma en varias ocasiones pues, como hemos dicho arriba, el Creador sólo podía tener buenos ojos aquel hijo que tenía.

Así, en una ocasión, como se ponía muy nervioso cuando iba a examinarse de sus asignaturas para ser sacerdocio y como se le trataba la lengua y sólo era capaz de explicar, sin que se le tratara, la expresión “Bendito el fruto de tu vientre Jesús”, estando para hacer uno de sus últimos exámenes, el examinador escogió, precisamente, el tema “Bendito el fruto de tu vientre Jesús” que era el que podía explicar José con toda seguridad.

Fue ordenado sacerdote en 1628. Su labor sacerdotal la llevaba a cabo aplicando a la misma grandes dosis de penitencia y de oración porque era consciente de que la predicación no era el camino para el que lo había preparado Dios.

Dicho está arriba que Dios tenía que tener muy en cuenta el ser de José. Así, desde que fue ordenado sacerdote no cesó de entrar en episodios de éxtasis de los cuales, en los 17 años que estuvo en el convento, sus compañeros presenciaron hasta 70. Además, procuró la curación de muchas personas y de ser sujeto de sucesos sobrenaturales en un nivel muy elevado.

Sin embargo, no todo lo que era sobrenatural era bien comprendido y sus superiores, quizá para evitar altercados públicos con la presencia de muchas personas, le prohibieron celebrar misa en público y, en general, que apareciera donde pudiera haber más personas. También son conocidas sus levitaciones que, como a otros santos, le son concedidas por Dios por su fervor y su fe. Así, por ejemplo, un mes antes de su subida a la Casa del Padre, mientras celebraba la que fue su última misa, se elevó como si estuviera con Dios a la vista de muchas personas que contemplaron atónitas tal gracia del Creador.

Era el día 18 de septiembre del año de Nuestro Señor de 1663 cuando, a la edad de 60 años, fue llamado por Dios a su Casa.

Nos podemos dirigir a San José de Cupertino con la siguiente oración:

Querido Santo, purifica mi corazón, transfórmalo y hazlo semejante al tuyo, infunde en mí tu fervor, tu sabiduría y tu fe. Muestra tu bondad ayudándome y yo me esforzaré en imitar tus virtudes. Gloria…
Amable protector mío, el estudio frecuentemente me resulta difícil, duro y aburrido. Tú puedes hacérmelo fácil y agradable. Esperas solamente mi llamada. Yo te prometo un mayor esfuerzo en mis estudios y una vida más digna de tu santidad. Gloria…
Oh Dios, que dispusiste atraerlo todo a tu unigénito Hijo, elevado sobre la tierra en la Cruz, concédenos qué, por los méritos y ejemplos de tu Seráfico Confesor José, sobreponiéndonos a todas las terrenas concupiscencias, merezcamos llegar a El, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

San José de Cupertino, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán