17.02.12

 

Cristina Cifuentes, delegada del gobierno en Madrid, es una mujer la mar de liberal, en el sentido político y religioso del término. Pasó de ser tertuliana en una cadena de televisión que dice representar a la derecha social de este país a ocupar un cargo “complicado", debido al desespere de la izquierda política y sindical madrileña, que lleva muy mal el hecho de que Esperanza Aguirre les plante cara y obtenga una mayoría absoluta tras otra. Sospecho que los próximos cuatro años van a ser moviditos en la capital de España, y es necesario que la policía estén bien dirigida para evitar que esa izquierda incapaz de ganar en las urnas se piense que la calle es suya en plan batasunero o en plan mafia de Chicago de los años 20.

Doña Cristina está a favor del matrimonio homosexual y ha pedido que el Partido Popular sea coherente con sus planteamientos en política social, quitando de su definición institucional el término “cristiano”. Si digo lo de coherente es porque yo mismo soy coherente con lo que vengo diciendo de ese partido desde hace años. No niego que en el PP haya cristianos, pero es evidente que su ideario político-social no es cristiano. Y si no lo es, ¿para qué mentir? También hay católicos en el PSOE y a nadie se le ocurre pedir que el partido apele a unas raíces cristianas en las que no solo no cree sino que las combate.

Puede que muchos populares quieran mantener lo de “cristiano” por una mera cuestión de estética. No deja de ser una palabra que no estorba allá donde está, aunque luego no se la haga ni repajolero caso. No hay nada en la política pepera, pasada, presente y futura, que esté fundamentado en los principios evangélicos. Y mucho menos en los principios no negociables planteados por Benedicto XVI. Si algo en dicha política coincide con la que emana de dichos principios es porque parte de los mismos están presentes en esa ideología gasesosa de centro-derecha pagana que domina el PP. Por ejemplo, las razones para defender parcialmente el derecho a la vida -o sea, para no defenderlo- por parte de los populares tienen poco que ver con el hecho de que el ser humano tenga una identidad intrínseca que proviene de ser creado a imagen y semejanza de Dios. En ese partido no existe conciencia alguna de la existencia de una ley natural y una serie de principios predemocráticos que no pueden estar sujetos a la voluntad de las urnas.

Volviendo a doña Cristina, ayer se quejaba de haber sufrido un linchamiento por pedir que su partido deje de llamarse lo que no es. La verdad, no sé quién la habrá linchado, pero no es cosa buena confundir la crítica a una propuesta personal con el ser linchado. Todo aquel que desempeña un cargo institucional que hace declaraciones públicas debe admitir el ser refutado públicamente.

Pero lo que más me interesa de las declaraciones de Cristina a Es.Radio es su idea de que las cuestiones que afectan a las creencias deben quedar en el ámbito de lo personal. Como ese es un discurso en el que la izquierda y el liberalismo se funden en un abrazo apasionado, conviene volver a señalar lo obvio. Es comprensible que quien no tiene fe, o la tiene en un nivel de subdesarrollo que es como si no la tuviera, no entienda lo que la fe implica en la vida de las personas. Pero el que no lo entiendan no es óbice para que intenten imponernos su visión.

Mire, doña Cristina, el cristiano, si lo es de verdad, no puede dejar sus creencias aparcadas en el ámbito personal. Un católico verdadero es antes católico que cualquier otra cosa. Como dijo San Paciano de Barcelona, “mi nombre es cristiano y católico mi apellido“. Y antes que ser de derechas o de izquierdas, antes que ser españoles, argentinos o eslovacos, antes que ser padres, madres, hijos, nietos, hermanos, sobrinos, etc, somos hijos de Dios y miembros de un pueblo real y sacerdotal. Por tanto, si en verdad amamos a Dios por encima de todas las cosas, y si no lo hacemos vamos derechos a la condenación, todo lo que hagamos en nuestra vida está bajo el influjo de nuestra naturaleza cristiana. Y eso incluye, faltaría más, la acción política.

Por tanto, doña Cristina, pedir a los católicos que dejen su fe a un lado cuando están en el mundo de la política, que es en el que usted se mueve, es pedirles que traicionen a Cristo. Y eso, señora mía, aunque ya lo hayan hecho muchos, no se lo vamos a consentir ni a usted ni a su partido aquellos que no tenemos intención de arrodillarnos ante el ídolo de la tibieza, ante el Baal de lo políticamente correcto y ante el altar inmundo del mal menor. Eso sí, no se preocupe. Electoralmente somos casi insignicantes los que encajamos en esa descripción.

Aun así, le agradezco su claridad de ideas. Las mismas no son minoritarias dentro del PP. Otra cosa es que su partido quiera seguir por el camino de la demagogia y la mentira pretendiendo ser lo que no es.

Luis Fernando Pérez Bustamante