20.02.12

 

Supongo que no es políticamente correcto comenzar este artículo diciendo que tengo el convencimiento de que no estamos ante el fin de Eta y que antes o después la banda terrorista volverá a hacer lo único que sabe hacer. Es más, creo que para que no ocurriera tal cosa debería de darse una circunstancia realmente penosa, como es el que los etarras estén seguros de obtener aquello por lo que llevan matando durante varias décadas: la independencia de las vascongadas. A la vez afirmo que no hay nada en este mundo en lo que me gustaría tanto estar equivocado.

El papel de la Iglesia en el País Vasco en relación con el terrorismo ha estado lejos de ser ejemplar. No necesito recordar todos los detalles, pero a día de hoy siguen siendo sacerdotes personajes que han justificado en mayor o menor medida la existencia de Eta. Es por ello que cuando oigo hablar de las diferentes sensibilidades en el seno de la “iglesia vasca", no puedo por menos que estar de acuerdo. Efectivamente, hay diferencias entre unos y otros. Hay quienes han estado y están con las víctimas del terrorismo al cien por cien, hay quienes han estado y están con los terroristas y hay quienes juegan a una especie de equidistancia que tiene bastante más que ver con las inclinaciones políticas que con los valores que emanan del evangelio.

A Dios gracias, los recientes nombramientos de obispos para las dos diócesis vascas más pobladas han mejorado enormemente las espectativas respecto al papel que la Iglesia puede jugar en el presente y el futuro de esa tierra. El obispo de Vitoria sigue siendo Mons. Asurmendi, pero de él cabe esperar que haga lo que ha venido haciendo desde hace años: dejarse llevar. Sin embargo, tanto Bilbao como San Sebastián cuentan con dos pastores nuevos que suponen un cambio respecto a lo que había antes.

Aun así, es evidente que Mons. Iceta no es Mons. Munilla ni viceversa. De hecho, las dos diócesis tienen un historial reciente muy diferente en cuanto a su manera de funcionar. Mientras que en la diócesis de San Sebastián, los dos anteriores pontificados, sobre todo el de Setién, eran de “ordeno y mando”, lo cual le facilita bastante las cosas a Mons. Munilla para hacer algo parecido, en Bilbao se impusieron tesis de gobierno eclesial que rozan la heterodoxia, porque el obispo parecía más el notario que firma lo acordado por la mayoría del clero, que un verdadero pastor que marca las líneas a seguir por su rebaño. Como quiera que Mons. Blázquez no quiso o no pudo hacer nada por cambiar eso, Mons. Iceta necesita tiempo para ir aplicando los cambios necesarios de forma prudente a la vez que firme. No le pidamos que de la vuelta al calcetín en un segundo. Como me dijo el obispo de otra diócesis española que se encontró con un clero asilvestrado… “con estos bueyes hay que arar".

Es probable que esa forma diferente de funcionar en las diócesis vascas vecinas esté detrás de algún desajuste cercano que ha provocado cierto revuelto mediático. Nada que no se pueda solucionar con una buena dosis de prudencia y de contención “informativa” hacia el exterior y un mayor contacto directo entre prelados.

Lo peor que le podría pasar a la Iglesia que peregrina por tierras vascas es que se dé una imagen de desunión en relación al posible fin de Eta. El mensaje debe ser claro y unívoco. No puede ir San Sebastián por un lado y Bilbao por otro, quedándose Vitoria en tierra de nadie. E independientemente de que las diócesis funcionen de forma diferente, es evidente que la doctrina y la moral de la Iglesia en relación al terrorismo es lo suficientemente clara como para que no haya necesidad de pactar equidistancias cómplices, como ha ocurrido en tiempos demasiado cercanos.

La voz de la Iglesia en el País Vasco ha de ser clara y rotunda. Eta es un cáncer para la sociedad vasca. Una plaga que se ha extendido y lo ha inundado casi todo. Un veneno mortal que no tiene razon de existir, que no puede ser justificado de ninguna de las maneras. El que la banda terrorista deje de matar es una buena noticia. El que siga existiendo, quedando commo virus mortal aletargado que no actúa mientras el cuerpo donde habita se comporte bajo ciertos parámetros, no es nada tranquilizador. Si sigue viva la idea de que está justificado matar mientras no se consigan determinados logros políticos, en este caso la independencia, Eta seguirá siendo una amenaza para la paz de Euskadi y del resto de España. En ese sentido, la labor de la Iglesia no puede ser otra que la de lanzar el mensaje de que sin conversión no habrá paz verdadera y duradera. De poco vale que los terroristas dejen de matar si la base social que les ha apoyado sigue considerando como un enemigo a aniquilar a aquellos que no quieren que el País Vasco sea independiente. La violencia tiene más caras además de la bomba-lapa y el tiro en la nuca. Y o los que han odidado y matado dejan de odiar, o los odiados no dejarán de ser víctimas del odio. Lo que vemos en ello no es arrepentimiento sino soberbia perversa y ofensiva hacia sus víctimas.

Otra cosa que debe de quedar clara como al agua es que no se puede meter en el mismo saco a víctimas y terroristas. Es una ofensa el plantear siquiera que están en un nivel parecido los familiares de los que han sido asesinados o heridos que los familiares de los presos que han cometido crímenes. No niego que para una madre sea doloroso ver a su hijo en la cárcel. Pero, ¿en nombre de cuál pasaje de los evangelios, de qué documento del magisterio de la Iglesia o del mismísimo sentido común, se puede poner ese dolor al lado del que sufre una madre que ha visto como a su hijo se le ha volado la tapa de los sesos o se le ha hecho pedazos mediante una bomba? ¿cómo va a recibir un trato pastoral similar la madre del asesinado que la madre del asesino? Los presos están en la cárcel por lo que han hecho. Los muertos están en la tumba por lo que hicieron los presos. Y aunque la Iglesia aboga por el perdón y la misericordia, no puede llamar víctima a quien cumple la pena que en justicia debe cumplir. Y no debemos olvidar que la penitencia es doctrina católica. El perdón no lleva necesariamente a renunciar a la reparación por el daño causado.

No hace falta decir que la Iglesia debería ser la primera en desear que los terroristas se resinserten en la sociedad tras haber abandonado la violencia. Pero eso solo puede llevarse a cabo mediante la conversión del corazón. Quienes no se arrepienten de sus asesinatos y no piden perdón por los mismos, no han dejado de ser asesinos.

La Iglesia, por tanto, debe plantear como opción irrenunciable el arrepentimiento verdadero de los terroristas para conseguir la paz verdadera. Es cierto que a las víctimas se les puede pedir que perdonen. Si son católicas sabrán que en el padrenuestro pedimos a Dios que nos perdone así como perdonamos. El perdón no solo libera al que lo recibe sino al que lo da. Ahora bien, no seamos tan necios como para pensar que la concesión del perdón tiene el mismo grado de exigencia moral que la petición del mismo. Perdonar a quien ha matado a tus seres queridos es un acto de misericordia que se concede graciosamente y no sin mucho dolor. Pedir perdón a los familiares de quienes has matado es un acto de justicia reparadora.

Queda por último la cuestión de la configuración política del País Vasco. Estamos ante una situación parecida a la de Cataluña. Hay muchos vascos y catalanes que quieren la independencia de sus pueblos, regiones, comunidades autónomas, “nacionalidades” o como quieran ustedes llamarales. Pero esa es una materia en la que la Iglesia debería conscientemente quedarse en un lugar secundario. Para mí fue, es y será un error el que los obispos catalanes llamen nación a Cataluña. No porque no lo sea. Yo creo que históricamente no lo es pero eso es algo sobre lo que se puede discutir. Los obispos pueden creer personalmente que lo es, pero saben muy bien que muchos fieles de sus diócesis no están de acuerdo. Decir que Cataluña es una nación es un pronunciamiento político no una opción pastoral conforme a la doctrina de la Iglesia. Por no decir que los obispos catalanes saben también que cuando el Papa visitó Barcelona habló de autoridades nacionales, autonómicas y locales. No hace falta que les diga a qué se refería por nacionales. Lo mismo diré de los obispos vascos. Ellos no están para entrar en polémicas políticas entre nacionalistas y no nacionalistas. No es ese el papel que corresponde a la Iglesia.

Pidamos al Señor que ilumine los pasos de quienes han de guiar a su Iglesia en las vascongadas por sendas de caridad, de misericordia, de justicia y de verdad.

Luis Fernando Pérez Bustamante