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ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 26 de febrero de 2012

Santa Sede

Benedicto XVI: la tentación se vence con la verdadera humildad
Palabras del papa en el Ángelus del I Domingo de Cuaresma

En la Iglesia, vivimos la dinámica evangélica de la disponibilidad
El cardenal Antonio Maria Vegliò cuenta su vocación y su experiencia pastoral

La misión de la Santa Sede en la ONU, reafirmar la dignidad humana
Entrevista a monseñor Travaglino, observador ante el FIDA, FAO y PAM

Inicio de los Ejercicios Espirituales en el Vaticano con asistencia del papa
Predica el cardenal Laurent Monsengwo

Mundo

Los obispos vascos piden a ETA que se disuelva
Homilía conjunta de los obispos Asurmendi, Iceta y Munilla

Cuaresma

Benedicto XVI y la Cuaresma
Un tiempo litúrgico con un sentido profundo

Donde Dios llora

Los católicos de lengua hebrea integrados en la sociedad judía
Entrevista con David Neuhaus que se convirtió al cristianismo

Documentación

Los obispos vascos piden a ETA que se arrepienta y a las víctimas que perdonen
Homilía conjunta de los obispos Asurmendi, Iceta y Munilla

El Señor quiso sufrir la tentación para enseñarnos con su ejemplo
Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus del I Domingo de Cuaresma


Santa Sede


Benedicto XVI: la tentación se vence con la verdadera humildad
Palabras del papa en el Ángelus del I Domingo de Cuaresma
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- A las doce de hoy, I Domingo de Cuaresma, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos llegados a la plaza de San Pedro.

En sus palabras introductorias del Ángelus de este I Domingo de Cuaresma, el papa comentó el evangelio del día que relata la tentación de Jesús en el desierto.
 

“El desierto del que se habla tiene diversos significados –explicó el papa--. Puede indicar el estado de abandono y de soledad, el 'lugar' de la debilidad del hombre, donde no existe apoyo ni seguridad, donde la tentación se hace más fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y amparo, como lo fue para el pueblo de Israel, escapado de la esclavitud egipcia, donde se puede experimentar de una manera especial la presencia de Dios”.

Benedicto XVI se preguntó qué puede enseñarnos este episodio y citó la Imitación de Cristo: "El hombre nunca está totalmente libre de la tentación, mientras viva... pero con la paciencia y con la verdadera humildad nos haremos más fuertes que cualquier enemigo".

El papa añadió queJesús proclama que el tiempo se ha cumplido y anuncia que en él sucede algo nuevo: “Dios habla al hombre de una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y traer a la persona al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado de la obligación de corresponder por un regalo así de grande”.

“El tiempo de Cuaresma –subrayó el papa- es el momento preciso para renovar y mejorar nuestra relación con Dios mediante la oración diaria, los actos de penitencia, las obras de caridad fraterna”.
Para leer las palabras completas del papa, enlazar en: http://www.zenit.org/article-41576?l=spanish.

El papa saludó a los diversos grupos lingüísticos haciendo un breve resumen de sus palabras anteriores.

Los llegados de lengua hispana, les dijo: “Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la Hermandad de La Virgen de la Victoria, de Huelva. En el Evangelio de este primer domingo de Cuaresma, Jesús es conducido por el Espíritu al desierto 'para ser tentado por el diablo'. Él supera la tentación y proclama con vigor el preludio de la gran sinfonía de la redención, invitando a la conversión y la fe. Al comenzar este santo tiempo, animo a todos a que, guiados por la fuerza de Dios, intensifiquen la oración, la penitencia y la práctica de la caridad, para así llegar victoriosos y purificados a las celebraciones pascuales. Confiemos a la Virgen María estas intenciones”.
 

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En la Iglesia, vivimos la dinámica evangélica de la disponibilidad
El cardenal Antonio Maria Vegliò cuenta su vocación y su experiencia pastoral
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 26 de febrero 2012 (ZENIT.org) - La llamada se produjo en una familia provinciana, sencilla y llena de devoción. Una larga experiencia en la curia vaticana, que culminó con su nombramiento como presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. La experiencia pastoral del neocardenal Antonio María Vegliò es muy profunda y significativa. El cardenal Vegliò, en este diálogo con ZENIT, comparte muchas ideas interesantes acerca de la naturaleza de la Iglesia y de la Nueva Evangelización.

Eminencia, usted tiene una tarea muy importante en la curia vaticana. ¿Cuánto cambia recibir el capelo cardenalicio en el ejercicio de su episcopado y de su misión?
 

--Card. Vegliò: Cuando el 6 de enero el santo padre anunció el Consistorio, dejó claro que "los cardenales tienen la tarea de ayudar al sucesor de Pedro en el cumplimiento de su ministerio de confirmar a sus hermanos en la fe, y de ser principio y fundamento de la unidad y de la comunión de la Iglesia". Y esto implica una dedicación aún mayor que añade una connotación diferente a lo que estaba haciendo hasta ahora. Leo, pues, en este gesto del papa, una señal de reconocimiento a la misión de este Pontificio Consejo, y veo su preocupación por los hombres y mujeres involucrados en la movilidad humana, que afecta en gran medida en la vida del mundo moderno y sobre la vida de la Iglesia . Por lo tanto, en esta área pastoral en la que el santo padre me ha pedido que sea uno de sus colaboradores, debo ser cada vez más fiel y generoso.
 

¿Vive este nombramiento más como un honor o como una carga?
 

--Card. Vegliò: En la Iglesia vivimos la dinámica evangélica de la disponibilidad. La homilía del papa en el consistorio de 2010 fue muy clara. Para Dios, el criterio de la grandeza está en el servicio. Quien quiera ser cristiano debe vivir como Cristo, debe hacer suyo el estilo de vida de Cristo, que "no vino para ser servido sino para servir". Y si esto se aplica a todos los cristianos, más aún para aquellos que tienen la tarea de guiar al pueblo de Dios. Afirmaba el papa que "no es la lógica de la dominación, del poder de acuerdo a los estándares humanos, sino la lógica de arrodillarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la Cruz, que es el fundamento de todo ejercicio de la autoridad." Sólo así podremos revelar el verdadero rostro de Dios.
 

¿Podría contarnos cómo surgió su vocación sacerdotal?
 

--Card. Vegliò: Mi vocación nace en un ambiente muy sereno, en la familia y en la parroquia. Cuando era niño me gustaba mucho el padre Achille Sanchioni, un sacerdote de Fano (centroeste de Italia), amigo de la familia, un hombre santo. También asistía asiduamente a la parroquia de San Francisco de Asís, en Pesaro, llevada por los frailes capuchinos y estaba entre los monaguillos más cumplidos, al cual todos querían mucho. Un buen día me decidí a entrar en el seminario diocesano de Pesaro. No fueron fáciles los primeros tiempos, lejos de la familia a la que yo estaba muy unido, por lo que en algún momento --fue en el mes de abril--, quise volver a casa. Pero mi madre, quien también sufría por mi ausencia, me pidió que esperara unos meses para terminar el año académico y los exámenes. Superados estos, me dijo que podría ir a casa. Le dije, todavía recuerdo: "No, mamá, ¡quiero ser sacerdote!". No sé decir lo que sucedió en ese corto período de tiempo, pero sin duda que siempre he estado muy contento con mi elección. Recuerdo con agrado los años en que fui capellán de los jóvenes, intentando combinar la amistad y las bromas con el deber, siempre dispuesto a escuchar para comprender y, si era posible, para ayudar. Y eso es precisamente lo que pide el papa Benedicto XVI cuando dice: ‘la autoridad para el cristiano es servicio y amor’. La joven vocación, nacida en un ambiente profundamente católico, se fue forjando con los años, fiel al compromiso contraído en la consagración al Señor, y bien expresado en el versículo 4 del salmo 26: "Una cosa pido a Yahvé, es lo que ando buscando: morar en la Casa de Yahvé todos los días de mi vida". Este concepto hermoso lo imprimí en la estampa de mi ordenación sacerdotal, el 18 de marzo de 1962, y también en la de mi consagración episcopal, el 6 de octubre de 1985, y ahora en memoria de mi elección a la dignidad cardenalicia, el 18 de febrero de 2012.
 

En la Iglesia de hoy, un principio considerado por algunos un poco obsoleto es la obediencia al santo padre. ¿Cómo debe vivirse en el siglo XXI esta condición imprescindible para un sucesor de los apóstoles?
 

--Card. Vegliò: Si antes hemos hecho referencia al sentido de la autoridad en la Iglesia, en la misma línea debemos entender también la obediencia. Creo que es importante hacer hincapié en que la obediencia no es un fin en sí mismo, sino un medio. Debemos, ante todo, ser obedientes a la voluntad de Dios Padre, y por eso debemos preguntarnos todos los días, a nivel personal y comunitario, cómo hacer para que se realice aquello que pedimos en la oración dominical: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". La autoridad del santo padre está justamente al servicio de esta búsqueda de la voluntad de Dios, de tal modo que esto suceda en la unidad y en la verdad.
 

Ciertamente que son iluminadoras las palabras que el papa Benedicto XVI dijo en su homilía del inicio de su ministerio, cuando dijo: "Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia".
 

Es esencial para la Iglesia reconocer y valorar el ministerio petrino, principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, que fue explicado de modo feliz por el papa en una de sus catequesis, cuando dijo: "Pedro, para todos los tiempos, debe ser el custodio de la comunión con Cristo; debe guiar a la comunión con Cristo; debe cuidar de que la red no se rompa, a fin de que así perdure la comunión universal. Sólo juntos podemos estar con Cristo, que es el Señor de todos". (Audiencia general, 7 de junio de 2006).
 

Usted ha definido a los migrantes como "portadores de esperanza". ¿En qué medida pueden serlo?
 

--Card. Vegliò: Depende de cada uno de ellos y las posibilidades que se les ofrezcan. Como el Concilio Vaticano II declaraba: "todos los pueblos forman una comunidad," y por tanto, "una sola familia humana", en palabras de Benedicto XVI. Las migraciones, que caracterizan a nuestro mundo globalizado, pueden hacernos aguardar la realización de esta familia mundial "de hermanos y hermanas, en sociedades que se vuelven cada vez más multiétnicas e interculturales". Esto supone, sin embargo, dar los pasos para hacer un camino a seguir hacia la apertura frente al otro.
 

Es necesario, por ejemplo, un compromiso por la integración de los recién llegados, tanto de parte del migrante como de la sociedad que lo acoge. Esto requiere de ambos el respeto mutuo por los valores, las costumbres y las tradiciones de cada uno; presupone, entonces, acogida fraterna y solidaridad de parte de la población local y de parte del migrante a respetar las leyes y costumbres del país de llegada, con un esfuerzo de aprender el idioma local, etcétera. Hasta el amarnos unos a otros como una familia.
 

Los inmigrantes católicos, a los que me he referido, pueden ser "portadores de esperanza" en los lugares donde la fe parece no tener más sentido en la vida de la gente y ha perdido su valor para la sociedad. En estas situaciones, de hecho, falta aquella alegría de vivir y aquel optimismo en la vida que proviene de la certeza de que el destino de la persona humana no es terminar en esta tierra, en un valle de lágrimas, sino de cruzar la frontera de la muerte hacia una vida que no tiene fin. He aquí que el migrante católico, si está formado adecuadamente y acompañado, puede ser una luz en la oscuridad de la falta de sentido, a través del testimonio de una vida de felicidad a pesar de las dificultades.
 

La presencia de muchos extranjeros no cristianos, cuya integración con nuestra cultura es a menudo difícil, representa un desafío para la evangelización. ¿Cómo puede un católico afrontar este desafío?
 

--Card. Vegliò: Para los no cristianos, no se trata de una nueva evangelización, sino más bien de un primer anuncio del mensaje cristiano, de una primera evangelización. Se necesita, sin embargo, por parte nuestra la disposición a escuchar. Se necesita comenzar con el diálogo, tratando de encontrar lo que nos une, identificando las cosas que tenemos en común, en vez de enfatizar lo que nos divide. La regla de oro está presente en prácticamente todas las religiones y pienso que podría ser compartida aún por aquellos que no tienen una creencia religiosa: "No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti" o, la versión positiva: "Todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos" (Mt. 7,12) escrito en el evangelio. Nuestro libro sagrado contiene la Palabra de Dios, pero en otras religiones están las que llamamos "semillas del Verbo". Son estas las que debemos buscar para encontrar un punto de encuentro, para que nos podamos entender y vivir juntos en armonía y paz. Si escuchamos a nuestros hermanos no cristianos con el corazón y tratamos de ver con sus ojos, podremos comprenderles más profundamente. Por lo tanto, estarán dispuestos a escuchar lo que tenemos en la mente y ese es el mensaje del Evangelio, que se ofrece como un regalo.
 

Por Luca Marcolivio
 

Traducción del italiano por José Antonio Varela V.

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La misión de la Santa Sede en la ONU, reafirmar la dignidad humana
Entrevista a monseñor Travaglino, observador ante el FIDA, FAO y PAM
ROMA, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- La 35 cumbre del Fondo Internacional de Desarrollo agrícola –FIDA– que reunió en Roma el 22 y 23 de febrero a su consejo de gobernadores, reiteró el empeño de lucha a la pobreza apoyando a los pequeños agricultores, a las comunidades rurales y a las mujeres. Un congreso en el que participó Bill Gates, y tuvo entre sus conferencistas al primer ministro italiano, Mario Monti; y a su ministro Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio.

Aunque no estaba bajo la luz de los reflectores, allí se encontraba monseñor Luigi Travaglino, obispo y nuncio, actualmente observador permanente de la Santa Sede ante el Fondo Internacional de la Agricultura (FIDA), el Fondo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa de Alimentación Mundial (PAM), órganos de las Naciones Unidas con sede en Roma que se ocupan de agricultura y la lucha al hambre y la pobreza.

Monseñor Travaglino explicó a ZENIT el motivo de su presencia, y recordó que la línea de la Santa Sede en las organizaciones internacionales tiene en cuenta la necesidad de traducir en el plano concreto las exigencias de solidaridad de personas y pueblos, sin dejar espacio a un pragmatismo que, basándose solamente en elementos técnicos o sobre las exigencias estrechas del momento se olvide de un sólido fundamento ético.

¿Por qué la Santa Sede tiene un observador permanente en el FIDA?

–Mons. Travaglino: Para entender la importancia basta recordar que el FIDA nació de la Conferencia Mundial de la Alimentación que se realizó en Roma en 1974. En aquella ocasión el papa Pablo VI puso a disposición de la naciente organización una contribución inicial de cien mil dólares, reconociendo así la importancia del objetivo que tiene operar para el desarrollo agrícola y la producción alimentaria, financiando directamente a los pequeños agricultores y a las comunidades rurales.

La Santa Sede tiene un observador permanente en estas organización que se une a otras instituciones de las Naciones Unidas con sede en Roma: la FAO y el PAM, que trabajan en el sector de la agricultura y la alimentación.

¿A qué título la Santa Sede sigue las actividades de los entes de las Naciones Unidas?

–Mons. Travaglino: En 1948, solamente tres años después de la institución de la FAO, la Santa Sede obtuvo el estatuto de observador permanente; en 1963 fue con el PAM; y en 1978 lo obtuvo con el FIDA.

¿El punto central es la lucha a la pobreza o hay otras temáticas?

–Mons. Travaglino: Las prioridades de nuestra presencia nos llevan a reafirmar la dignidad humana, que donde nace el derecho de toda persona a la seguridad alimentaria y por lo tanto a una condición que consienta a los más pobres –y para el FIDA lo son quienes viven con menos de 1,25 dólares al día– modificar en positivo sus condiciones de vida.

O sea no solamente observar sino también apoyar el esfuerzo del FIDA

–Mons. Travaglino: Se trata sustancialmente de dar voz y consistencia, también a las acciones eficaces del Fondo, y a aquellos valores fundamentales que se expresan a través del compartir, de la solidaridad, y la pacífica convivencia entre pueblos y países.

En el caso del FIDA, además, el desafío es más exigente pues los beneficiarios finales de su acción son “los más pobres entre los pobres” como indica el Estatuto.

¿Cuál es el interés de la Santa Sede por el trabajo de los organismos internacionales?

–Mons. Travaglino: Me parece un deber recordar el pensamiento del santo padre Benedicto XVI, que dirigiéndose directamente a la asamblea general de las Naciones Unidas, el 18 de abril de 2008, y en la cumbre de sobre Seguridad Alimentaria de la FAO, el 16 de noviembre de 2009, indicó la línea directiva de la presencia de la Santa Sede en las organizaciones internacionales: la necesidad de traducir en concreto las exigencias de solidaridad de personas y pueblos.

Exigencias que muchas veces se olvidan para dejar lugar a un pragmatismo que, basándose sólo en elementos técnicos o en las estrechas exigencias del momento descuidan un sólido fundamento ético.


Se apoya por lo tanto a actividades a nivel multilateral?
–Mons. Travaglino: Se parte de los datos puestos a disposición por las organizaciones que nos permiten leer la realidad y por lo tanto proponer evaluaciones y orientaciones de orden ético, aspecto que es propio a la naturaleza y misión de la Santa Sede.
¿A qué se conecta la pobreza, solamente a la escasez de dinero?

–Mons. Luigi Travaglino: Las necesidades aparentemente sólo materiales de gran parte de la población mundial que vive bajo la línea de pobreza, muchas veces están conectadas a la falta de fundamentos auténticamente humanos de las decisiones políticas y a las opciones económicas. Más aún, a menudo son el resultado de actitudes de cierre hacia el otro y de intereses puramente egoístas o nacionales.

¿En el caso concreto del FIDA y de la cumbre que acaba de concluir?

–Mons. Travaglino: La reunión puso justamente el luz que, al lado de la gravísima cuestión del hambre y de la malnutrición que afecta a más de mil millones de personas, hay que considerar al realidad específica de las poblaciones rurales cuyo desarrollo puede ser determinante no solamente para proveer sus necesidades pero también a contribuir a resolver gradualmente el problema de la nutrición en el mundo.

¿Y en estos días, en concreto?

–Mons. Travaglino: Fue invocada la necesidad de lograr cada vez más colaboración entre las agencias con sede en Roma y los diversos socios que trabajan en la cooperación internacional, de manera que se pueda realizar un esfuerzo de solidaridad que garantice la nutrición a todos o al menos reducir gradualmente los sufrimientos de los desnutridos y hambrientos.

¿El aumento de los fondos obtenidos por el FIDA confirmaría esto?

--Mons. Travaglino: De hecho los estados miembros dieron la prueba al establecer de manera definitiva la reconstitución de los recursos –la novena desde la institución del Fondo– que permitirá un empeño positivo del FIDA en los próximos años. Y esto no obstante los límites que la crisis económica o la voluntad de los Estados parecen poner aveces a la acción intergubernamental.

¿Existen por lo tanto objetivos comunes?

–Mons. Travaglino: Los objetivos delineados y tomados como propios por los estados miembros están en el centro de las preocupaciones de la Santa Sede, expresados también en la llamada reciente del santo padre por la crisis en el Cuerno de África y la que afecta la región del Sahel.

La Santa Sede por lo tanto seguirá apoyando y animando al FIDA, consciente que la acción de esta organización sirve para integrar la concordia entre los pueblos, la seguridad internacional, el bien común universal, mismo si en el inmediato responde a la exigencia de favorecer condiciones de lucha contra el hambre.

Por H. Sergio Mora

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Inicio de los Ejercicios Espirituales en el Vaticano con asistencia del papa
Predica el cardenal Laurent Monsengwo
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- A las 18 horas de hoy, I Domingo de Cuaresma, en la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico Vaticano, comenzaron los Ejercicios Espirituales, en los que participa el santo padre Benedicto XVI.

Las meditaciones sobre el tema “La comunión del cristiano con Dios”-”Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo”(I Jn 1,3), estarán a cargo del cardenal Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, República Democrática del Congo.

Los Ejercicios, que concluirán en la mañana del sábado 3 de marzo, tendrán el siguiente desarrollo:

--Domingo 26 de febrero, a las 18 horas: Exposición Eucarística, Celebración de Vísperas, Meditación introductoria, Adoración y Bendición Eucarística.

--En los días sucesivos, a las 9 horas: Celebración de Laudes. Meditación. A las 10,15 horas: Celebración de la Hora Tercia, Meditación. A las 17 horas: Meditación. A las 17,45 horas: celebración de Vísperas, Adoración y Bendición Eucarística.

--Sábado 3 marzo, a las 9 horas: Celebración de Laudes y Meditación conclusiva.

En la semana de los Ejercicios Espirituales, se suspenden todas las audiencias, incluida la Audiencia General del miércoles 29 de febrero.

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Mundo


Los obispos vascos piden a ETA que se disuelva
Homilía conjunta de los obispos Asurmendi, Iceta y Munilla
MADRID, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- Los tres obispos vascos han firmado una homilía conjunta sobre el final del terrorismo, en la que han pedido a los etarras que busquen un “arrepentimiento verdadero” que les lleve a una “petición sincera” de perdón y, al mismo tiempo, han llamado a las víctimas de ETA a que ofrezcan ese “perdón sanador” a sus verdugos. Cada uno de los tres prelados ha dado lectura en su respectiva diócesis al documento titulado “Busca la paz y corre tras ella”.

En su homilía, los obispos vascos –Mario Iceta, de Bilbao; José Ignacio Munilla, de San Sebastián; Miguel Asurmendi, de Vitoria- citan las bienaventuranzas y a san Pablo para afirmar que “el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo”.

Los obispos recuerdan que Jesús “inaugura y posibilita un nuevo modo de relación humana” “es consciente de que para amar de este modo nuevo, es necesaria la renovación profunda de la humanidad”.

Afirman que “el misterio Pascual del Señor torna la herida en curación, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida”. “Sus heridas asumieron las nuestras y de ellas, en Cristo, renace una nueva vida llena de vigor y de esperanza”.

Receurdan la aparición de Cristo resucitado a los discípulos a los que muestra sus heridas, capaces de curar. “Con Cristo –afirman- es posible que el leño viejo y seco pueda reverdecer. Se nos ofrece la posibilidad de que el odio, la violencia y la división sean vencidos por el amor, el perdón y la reconciliación”. “Cristo es la Víctima pascual, y en Él, las víctimas son abrazadas por el amor de Jesús y asociadas para siempre a su propia entrega, haciendo que su sangre no sea inútil. Su memoria, así como el acompañamiento a sus familias, constituyen una exigencia de la justicia, así como un testimonio perenne de gratitud y reconocimiento y un elemento ineludible para la reconciliación social”.

“La muerte, en Jesús, se transforma en vida. Es la esperanza cierta que puede llenar de paz y serenidad a quienes han padecido en carne propia la herida profundamente injusta del terror y de la violencia. En Cristo encontramos nuestra paz y también el sufrimiento y la muerte encuentran un motivo para esperar y ser curados, restituyéndonos a la vida nueva de Dios”.

“Con Él podemos volver la mirada sobre el relato de nuestra historia, y unidos a Él podremos reconocer el daño causado, valorar críticamente nuestras acciones y omisiones, restablecer la justicia y abrirnos al perdón y a la reconciliación”.

“Los cristianos de nuestras diócesis, acompañados por sus pastores, han realizado un largo recorrido en el servicio de la reconciliación, mediante múltiples y variadas iniciativas, con la conciencia de estar ejerciendo un ministerio fruto de la voluntad y el envío por parte de Dios, que al mismo tiempo responde a una necesidad de nuestra sociedad”.

“La Iglesia tiene por cometido primordial anunciar esta gracia que exhorta a la conversión profunda y a acoger y ofrecer el perdón en el camino de la reconciliación”.

“En esta nueva etapa –afirman los obispos--, la Iglesia quiere renovar su misión y compromiso de ser servidora de reconciliación”.

“El anuncio por parte de ETA del final definitivo de toda actividad violenta ha sido acogido por nosotros y por la sociedad con satisfacción y esperanza --señalan--, pero continuamos deseando y demandando su definitiva desaparición. Tras el cese de todo lo que amenaza la integridad física o moral de las personas, los senderos de la verdad y de la justicia constituyen el itinerario para una reconstrucción moral y social, que garantice una convivencia en paz, digna y respetuosa”. “Particularmente –subrayan- el arrepentimiento y el perdón son necesarios allí donde las agresiones del terrorismo y de toda clase de violencia o injusticia han abierto heridas profundas. Pedimos a Dios que quienes han dañado y ofendido al prójimo sientan su llamada al arrepentimiento verdadero y a la petición sincera de perdón”.

“Cristo nos enseña a perdonar y por el don del Espíritu se nos ofrece la capacidad de practicarlo. El perdón pedido y otorgado libera el corazón humano y nos hace semejantes a nuestro Padre misericordioso. Por eso, también rogamos a Dios que, a quienes han experimentado la agresión y todo tipo de violencia física o moral les conceda la gracia de poder ofrecer este perdón sanador y liberador que, sin anular las exigencias de la justicia, la supera”.

“El Señor nos convoca a todos, instituciones y particulares, a colaborar en el afianzamiento de una cultura de la reconciliación y de la paz promoviendo e impulsando el encuentro, el diálogo y la reflexión, actuando con sabiduría. Aprendamos a vivir en el respeto y aprecio mutuos, más allá de nuestros condicionamientos ideológicos, sociales o políticos para encontrarnos respetuosamente con quienes piensan o viven de distinta manera que nosotros, en una sociedad que es plural y compleja pero que quiere vivir en paz y prosperidad, mirando al futuro con esperanza”.

Y concluyen con una exhortación a sentirse “nuevamente enviados por el Señor a ser ministros de reconciliación, constructores de paz”.

Se puede leer la homilía completa en este enlace: http://www.zenit.org/article-41579?l=spanish.   

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Cuaresma


Benedicto XVI y la Cuaresma
Un tiempo litúrgico con un sentido profundo
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores un artículo del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel sobre Benedicto XVI y la Cuaresma.

*****

+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Estamos empezando la Cuaresma. Para algunos, nada significa; su vida sigue igual. Para otros, es ocasión de carnavales previos, donde predominan excesos, inmoralidades, negocios, turismo, pero nada de revisar costumbres y actitudes, para resucitar con Cristo a una nueva forma de ser y de actuar.

Unas personas recuerdan tiempos idos, cuando los papás exigían a los hijos hacer algún sacrificio, como no comer golosinas, o ponerse una piedrita en el zapato. Se puede reducir este tiempo sólo a actividades exteriores, como tomar la ceniza, no comer carne los viernes, ayunar en miércoles de ceniza y viernes santo, dejar de comer pan o tortillas, no fumar o beber, abstenerse de alguna telenovela, etc. Esto vale y no es despreciable, pues Jesús pasó cuarenta días en el desierto en plan de austeridad, y estos sacrificios corporales son una forma de unirnos a la pasión redentora de Jesús y de aprender a dominar nuestro cuerpo, para vencer las tentaciones. Sin embargo, el tiempo de Cuaresma tiene un sentido más profundo.

CRITERIOS

El papa Benedicto XVI nos envió un mensaje, del que comparto algunos pasajes: “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24).

El verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón.

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. Interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. Nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras. Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua”.

PROPUESTAS

Tu Cuaresma, para que sea auténtica, te ha de impulsar a transfigurarte en Cristo. El se retira a la soledad del desierto, para comunicarse con su Padre. Apoyado en la Palabra de Dios, vence las tentaciones e inicia su servicio a los que sufren.

Haz el esfuerzo de privarte del ruido y de las distracciones que te enajenan; entra en ti y reflexiona en tu vida a la luz de la Biblia; sacrifica tu comer y beber; dedica tiempo a la oración, en tu casa o ante el Sagrario. Sobre todo, vence tus cadenas de pecado y haz algo o mucho por los demás, por tus familiares que sufren y por tantos pobres que esperan una mano cercana y un corazón generoso. Así, resucitarás y serás una persona transformada.

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Donde Dios llora


Los católicos de lengua hebrea integrados en la sociedad judía
Entrevista con David Neuhaus que se convirtió al cristianismo
ROMA, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- El padre David Neuhaus nació en una familia judía y, sin embargo a una edad temprana se convirtió al cristianismo. Mark Riedemann para “Dios llora en la tierra”, en colaboración con la fundación pontificia internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada, entrevista al padre David Neuhaus, vicario patriarcal de la vicaría católica de lengua hebrea en Israel.

Padre, usted se crió en una familia judía. ¿Tuvo una fuerte educación religiosa?
--D. Neuhaus: Yo tenía lo que podríamos llamar una educación judía tradicional. Me enviaron a una escuela judía, una escuela maravillosa. Si tuviera hijos, los enviaría allí incluso ahora. Y fuimos educados en la tradición judía en casa. Mis padres fueron muy abiertos aunque no muy practicantes.

¿Cómo percibían el cristianismo en ese momento?

--D. Neuhaus: Fue un tema muy complejo. Mis padres son refugiados de la Alemania nazi y crecimos con una conciencia muy fuerte de la historia y, por supuesto, la historia es un lugar donde judios y cristianos se encontraron en una interacción más bien traumática. Pero a la vez mis padres son muy abiertos y son personas cariñosas y por eso ese mensaje de los traumas de la historia se equilibró con una apertura hacia nuestros vecinos.
 

Se convirtió al cristianismo a una edad temprana. ¿Qué fue lo que lo llevó a considerar la conversión al cristianismo?

--D. Neuhaus: Fue a la edad de 15 años, después la primera visita a Israel, en que conocí a una de las grandes figuras espirituales en ese momento en Jerusalén, una monja ortodoxa rusa que era la madre abadesa de un convento. Su nombre era la madre Bárbara.
 

¿Creo que ella era incluso de la nobleza rusa?

--D. Neuhaus: Era una condesa, un miembro de la aristocracia rusa y a través de ella conocí a Jesucristo. Era una mujer que en el momento en que la conocí tenía ya 89 años de edad, paralizada, incapaz de moverse de su cama, pero brillando con la alegría de Cristo y eso es que me llamó la atención. No fui a verla porque estuviera interesado en el cristianismo, sino más bien porque estaba interesado en la historia rusa y conocerla fue un verdadero encuentro con Jesucristo. Yo no creía mucho en ese momento y la religión no me interesaba en lo más mínimo, pero lo que atrajo mi atención fue la gran alegría con la que hablaba de cualquier cosa y era una alegría que me llevó a preguntarle: “¿Por qué está tan alegre? Tiene 89 años de edad, no puede caminar, no se puede mover, vive en una pequeña habitación poco iluminada. ¿Qué le hace tan feliz?" Y fue motivo para que diera testimonio de su fe. Eso simplemente me atrapó, me capturó. El paso intermedio, por supuesto, fue volver a casa y decirles a mis padres que había conocido a la madre Bárbara y que a través de ella había conocido a su Jesús.
 

¿Cuál fue su reacción?

--D. Neuhaus: Mis padres sufrieron un choque. Me habían enviado a Israel. Ellos no esperaban que su hijo judío, enviado a una escuela judía en Israel, volviera hablando de Jesús y en el curso de la conversación les hice la promesa de que esperaría diez años. Yo sólo tenía quince años. Les dije: “Voy a esperar hasta que tenga veinticinco años. Si esto sigue siendo cierto, cuando tenga 25 años lo aceptarán", e inmediatamente estuvieron de acuerdo. Creo que ellos pensaron: “Crecerá y saldrá de esto". Y, efectivamente, ellos aceptaron y tengo una relación muy, muy cercana con mis padres. Entre tanto, se trataba de llegar cada vez más a las condiciones de lo que esto implicaba; creer en Jesús y luego poco a poco pero seguro, buscar integrarse en su cuerpo que es la Iglesia.
 

¿Qué implica esto?

--D. Neuhaus: En primer lugar, como judío esto implicaba tratar de hacer frente de alguna manera a los temas más duros y difíciles de las relaciones judeocristianas de la historia; siendo atraído por la Iglesia católica a causa del intento de la Iglesia de afrontar esa historia, un camino de petición de perdón y un camino de búsqueda de la reconciliación. La Iglesia ortodoxa, en particular la tradición bizantina, es algo que me atrae enormemente; estéticamente me gusta la liturgia, los cantos, es hermoso, pero lo que encontré en la Iglesia católica romana era un intento real de asumir nuestra responsabilidad como cuerpo histórico en la historia del mundo. La persona que abrió la puerta fue el papa Juan XXIII. La voluntad del papa Juan XXIII de convocar al Concilio y hacer frente a estos temas muy, muy difíciles de lo que es nuestra responsabilidad en la historia del mundo, me hizo pensar que yo podría ser católico y ser judío y que podía ir donde mi familia y decirles que no estoy traicionando al pueblo al que pertenezco. Como dije, el diálogo con mis padres duró diez años, pero en el momento en que fui bautizado a los 26 años, se reconciliaron con el hijo que era una verdadera "oveja negra", y como digo, la relación con ellos es muy fuerte.
 

¿En qué punto de este proceso siente el indicio de su vocación?

--D. Neuhaus: Llegué a ser honesto casi de inmediato; a los 15 años, tres meses después de conocer a la madre Bárbara, a los niños de mi escuela se nos pidió escribir lo que seríamos cuando tuviéramos treinta años, en otras palabras, quince años después de ese momento en que estábamos juntos. Escribí que iba a ser un monje en un monasterio. En ese momento yo aún pensaba en términos de la Iglesia ortodoxa, pero creo que era que ya una clara sensación de que mi vida cristiana se viviría en este tipo de consagración al pueblo de Dios y el intento de vivir una vida dedicada a la reconciliación.
 

¿Cuál es el sacramento con el que tiene la mayor afinidad?

--D. Neuhaus: Fue muy claro, desde el primer momento de mi vida cristiana, que yo me sentía muy atraído por la Eucaristía; estar en contacto con el cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Y por diez años asistí a la Eucaristía sin ser regularmente capaz de participar de ella.
 

Esta entrevista fue realizada por Mark Riedemann para "Dios llora en la tierra", un programa semanal de televisión y radio producido por Catholic Radio and Television Network, junto a la fundación internacional pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Traducido del inglés por José Antonio Varela V.

Para saber más: http://www.acn-intl.org.  

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Documentación


Los obispos vascos piden a ETA que se arrepienta y a las víctimas que perdonen
Homilía conjunta de los obispos Asurmendi, Iceta y Munilla
MADRID, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- Los tres obispos vascos han firmado una homilía conjunta sobre el final del terrorismo, en la que han pedido a los etarras que busquen un “arrepentimiento verdadero” que les lleve a una “petición sincera” de perdón y, al mismo tiempo, han llamado a las víctimas de ETA a que ofrezcan ese “perdón sanador” a sus verdugos. Cada uno de los tres prelados ha dado lectura en su respectiva diócesis al documento titulado “Busca la paz y corre tras ella”. Ofrecemos el texto completo de la homilía de los obispos vascos.

*****

1. Las bienaventuranzas nos muestran el testimonio de vida de quienes han sido renovados en Cristo. Entre ellas, se encuentra la que hace referencia a quienes construyen la paz: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Con la proclamación de las bienaventuranzas, la antigua ley ha sido culminada por la ley nueva del amor. 

Como afirma San Pablo, “el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (2 Co 5, 17). Jesús inaugura y posibilita un nuevo modo de relación humana: el “ama al prójimo como a ti mismo” ha sido superado por el mandamiento nuevo: “amaos unos a otros como Yo os he amado”. Es más, el Señor nos dice que la nueva condición de hijos e hijas de Dios conlleva el amar a los enemigos y rezar por los que nos persiguen (cfr. Mt 5, 44).

 2. Jesús es consciente de que para amar de este modo nuevo, es necesaria la renovación profunda de la humanidad. Y así Él se humilló y se rebajó hasta la muerte, y una muerte de cruz. Cristo quiere descender a la profundidad del dolor y sufrimiento humano para, desde ahí, renovar radicalmente nuestra humanidad, haciendo brotar la vida desde el abismo del dolor y de la muerte: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores” (Is 53, 4). Esta impresionante descripción que el profeta Isaías refiere al Siervo de Yahveh nos muestra el modo en que el Hijo de Dios, asumiendo nuestra carne, acoge en sí mismo todo mal y toda injusticia. Él no es ajeno a las oscuridades y dolores de la humanidad, sino que se hace solidario, hasta el extremo, de todo padecimiento e incluso de la misma muerte.

3. Isaías prosigue clamando con admiración: “Sus heridas nos han curado” (Is 53, 5). El misterio Pascual del Señor torna la herida en curación, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida. De la herida abierta de Jesús muerto en la cruz brotan el agua y la sangre, la fuente de la vida, el surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna. De la profundidad del sepulcro surge el anuncio luminoso de la resurrección y se realiza el inicio de la nueva creación. Sus heridas asumieron las nuestras y de ellas, en Cristo, renace una nueva vida llena de vigor y de esperanza.

4. El primer día de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas, porque tenían miedo, se presentó Jesús, y les mostró las heridas, las manos y el costado. Queridos hermanos y hermanas. También hoy, aquí y ahora, el Señor quiere mostrarnos sus heridas para que nos llenemos de paz y esperanza. ¡Tus heridas nos han curado! Con Cristo es posible que el leño viejo y seco pueda reverdecer. Se nos ofrece la posibilidad de que el odio, la violencia y la división sean vencidos por el amor, el perdón y la reconciliación. Necesitamos ver esas manos y ese costado para emprender con decisión el camino de la reconciliación. En esas llagas de Jesús vemos, de modo particular, a quienes han sufrido brutalmente las heridas y la muerte causadas por el terrorismo y toda clase de violencia injusta. Cristo es la Víctima pascual, y en Él, las víctimas son abrazadas por el amor de Jesús y asociadas para siempre a su propia entrega, haciendo que su sangre no sea inútil. Su memoria, así como el acompañamiento a sus familias, constituyen una exigencia de la justicia, así como un testimonio perenne de gratitud y reconocimiento y un elemento ineludible para la reconciliación social.

5. Y les dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27). La paz que Dios nos ofrece, es acogida por aquellos que reconocen sus faltas y sus pecados, por aquellos que abren su corazón a la gracia de la conversión. La paz, como don de Dios, secundada por la tarea humana, nace de un corazón nuevo, transformado por el Espíritu. “Sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados” (Jn 20, 22). Es el Espíritu Santo quien opera el cambio del corazón y el que posibilita la construcción de la paz. La paz procede originariamente de Dios, pero precisa de nuestra colaboración para que fructifique. Jesús nos invita a contemplar: “Ya ves, estaba muerto, pero ahora vivo” (Ap 1, 18). La muerte, en Jesús, se transforma en vida. Es la esperanza cierta que puede llenar de paz y serenidad a quienes han padecido en carne propia la herida profundamente injusta del terror y de la violencia. En Cristoencontramos nuestra paz y también el sufrimiento y la muerte encuentran un motivo para esperar y ser curados, restituyéndonos a la vida nueva de Dios.

6. Sólo el Cordero degollado es capaz de recibir el libro, abrir sus sellos y ver su contenido (cfr. Ap 5, 7). Cristo, el Cordero degollado, aparece vivo y de pie. Ello significa la verdad con capacidad de juzgar verazmente, pues conoce hasta la profundidad del corazón humano y de la historia. Él es la Verdad, una Verdad personal e imperecedera. Él arroja luz sobre nuestra historia y sólo desde Él podemos conocer la verdad de las cosas, superando visiones parciales y fragmentadas de una realidad tan dolorosa como la que hemos vivido. Con Él podemos volver la mirada sobre el relato de nuestra historia, y unidos a Él podremos reconocer el daño causado, valorar críticamente nuestras acciones y omisiones, restablecer la justicia y abrirnos al perdón y a la reconciliación.

7. “Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5, 18). En efecto, el ministerio de la reconciliación está en el corazón mismo de la misión de la Iglesia. Es un encargo que el Señor otorga a quienes ha reconciliado consigo por el Misterio pascual. Los cristianos de nuestras diócesis, acompañados por sus pastores, han realizado un largo recorrido en el servicio de la reconciliación, mediante múltiples y variadas iniciativas, con la conciencia de estar ejerciendo un ministerio fruto de la voluntad y el envío por parte de Dios, que al mismo tiempo responde a una necesidad de nuestra sociedad. “Nosotros actuamos como enviados de Cristo y en su nombre os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5, 20). El anuncio del perdón y de la misericordia de Dios, así como la exhortación a la conversión y el arrepentimiento, es esencial y permanente en la predicación de Jesús. La Iglesia tiene por cometido primordial anunciar esta gracia que exhorta a la conversión profunda y a acoger y ofrecer el perdón en el camino de la reconciliación.

8. En esta nueva etapa, la Iglesia quiere renovar su misión y compromiso de ser servidora de reconciliación. El anuncio por parte de ETA del final definitivo de toda actividad violenta ha sido acogido por nosotros y por la sociedad con satisfacción y esperanza, pero continuamos deseando y demandando su definitiva desaparición. Tras el cese de todo lo que amenaza la integridad física o moral de las personas, los senderos de la verdad y de la justicia constituyen el itinerario para una reconstrucción moral y social, que garantice una convivencia en paz, digna y respetuosa. Particularmente el arrepentimiento y el perdón son necesarios allí donde las agresiones del terrorismo y de toda clase de violencia o injusticia han abierto heridas profundas. Pedimos a Dios que quienes han dañado y ofendido al prójimo sientan su llamada al arrepentimiento verdadero y a la petición sincera de perdón.

9. Queridos hermanos y hermanas. Cristo nos enseña a perdonar y por el don del Espíritu se nos ofrece la capacidad de practicarlo. El perdón pedido y otorgado libera el corazón humano y nos hace semejantes a nuestro Padre misericordioso. Por eso, también rogamos a Dios que, a quienes han experimentado la agresión y todo tipo de violencia física o moral les conceda la gracia de poder ofrecer este perdón sanador y liberador que, sin anular las exigencias de la justicia, la supera.

10. El salmo 33 que hemos recitado nos anima a buscar la paz y correr tras ella. Gracias a Dios, en esta búsqueda hemos tenido y tenemos tantos compañeros de camino: instituciones, asociaciones, movimientos, iniciativas de diverso tipo, y tantos hermanos y hermanas, que se han empeñado con esfuerzo y constancia en lograr el fin de toda violencia y nos han invitado reiteradamente a recorrer el camino de la reconciliación. El Señor nos convoca a todos, instituciones y particulares, a colaborar en el afianzamiento de una cultura de la reconciliación y de la paz promoviendo e impulsando el encuentro, el diálogo y la reflexión, actuando con sabiduría. Aprendamos a vivir en el respeto y aprecio mutuos, más allá de nuestros condicionamientos ideológicos, sociales o políticos para encontrarnos respetuosamente con quienes piensan o viven de distinta manera que nosotros, en una sociedad que es plural y compleja pero que quiere vivir en paz y prosperidad, mirando al futuro con esperanza.

11. Sintámonos nuevamente enviados por el Señor a ser ministros de reconciliación, constructores de paz. El Espíritu Santo sigue derramando sus dones para que germine entre nosotros la paz como don de Dios, que requiere a su vez nuestro esfuerzo y colaboración. Que el Señor nos fortalezca y María nuestra Madre nos acompañe en esta hermosa y necesaria tarea. Como nos anunció el Señor resucitado: ¡Que la paz esté siempre con nosotros! AMEN.

+ Mario, obispo de Bilbao

+ Jose Ignacio, obispo de San Sebastián

+ Miguel, obispo de Vitoria

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El Señor quiso sufrir la tentación para enseñarnos con su ejemplo
Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus del I Domingo de Cuaresma
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- A las doce de hoy, I Domingo de Cuaresma, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos llegados a la plaza de San Pedro. Ofrecemos las palabras del papa al introducir la oración mariana.

*****

¡Queridos hermanos y hermanas!
En este primer domingo de Cuaresma, encontramos a Jesús que, después de haber recibido el bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista (cf. Mc. 1,9), es tentado en el desierto (cf. Mc. 1,12-13). La narración de san Marcos es concisa, desprovista de detalles que leemos en los otros dos evangelios de Mateo y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos significados. Puede indicar el estado de abandono y de soledad, el "lugar" de la debilidad del hombre, donde no existe apoyo ni seguridad, donde la tentación se hace más fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y amparo, como lo fue para el pueblo de Israel, escapado de la esclavitud egipcia, donde se puede experimentar de una manera especial la presencia de Dios. Jesús "permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás." (Mc. 1,13). San León Magno comenta que "el Señor ha querido sufrir el ataque del tentador para defendernos con su ayuda y enseñarnos con su ejemplo" (Tractatus XXXIX, 3 De ieiunio quadragesimae: CCL 138 / A Turnholti, 1973, 214-215) .
 

¿Qué puede enseñarnos este episodio? Como leemos en el libro de la Imitación de Cristo, "el hombre nunca está totalmente libre de la tentación, mientras viva... pero con la paciencia y con la verdadera humildad nos haremos más fuertes que cualquier enemigo." (Liber I, c. XIII , Ciudad del Vaticano 1982, 37); la paciencia y la humildad para seguir todos los días al Señor, aprendiendo a construir nuestra vida no fuera de él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente de la vida verdadera. La tentación de quitar a Dios, de poner orden solos en sí mismos y en el mundo, contando solo con las propias capacidades, ha estado siempre presente en la historia del hombre.
 

Jesús proclama que "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca"(Mc. 1,15), anuncia que en él sucede algo nuevo: Dios habla al hombre de una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y traer a la persona al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado de la obligación de corresponder por un regalo así de grande. De hecho, Jesús añade: "Conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc. 1,15); es una invitación a tener fe en Dios y a adecuar cada día de nuestras vidas a su voluntad, dirigiendo todas nuestras acciones y pensamientos hacia el bien. El tiempo de Cuaresma es el momento preciso para renovar y mejorar nuestra relación con Dios mediante la oración diaria, los actos de penitencia, las obras de caridad fraterna.
 

Roguemos fervientemente a la Santísima Virgen María, que acompañe nuestro camino cuaresmal con su protección y nos ayude a inculcar en nuestros corazones y en nuestra vida las palabras de Jesucristo, para convertirnos a Él. Encomiendo también a vuestras oraciones, la semana de ejercicios espirituales que esta tarde empezaré con mis colaboradores de la Curia Romana.
 

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

©Librería Editorial Vaticana
 

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