27.02.12

 

Llevaba tanto tiempo sin saber de él que ya me estaba preocupando. Me refiero al P. Juan Masiá, sj, a quien sus superiores en la Compañía de Jesús pidieron que no escribiera más artículos para la prensa española. Aunque cerró su blog en Religión Digital, de vez en cuando soltaba alguna de sus perlas en artículos que aparecían publicados acá y allá. Ahora bien, a este sacerdote jesuita -uno no entiende como sigue siendo ambas cosas- le ocurre lo que a muchos heterodoxos. Si no hacen públicas sus herejías -uso el término de forma coloquial, no según el derecho canónico-, no viven a gusto. Necesitan tener público que atienda a sus razones. En cierta manera son como el niño travieso que no se conforma con hacer estropicios sino que busca que se sepa que ha sido él quien los ha causado.

El problema es que cuando hablamos de la fe de la Iglesia, de sus enseñanzas, de lo que Dios nos ha revelado, las travesuras se convierten en verdaderos atentados contra la vida espiritual de los fieles. Especialmente la de aquellos que no están firmes en la fe, que son, como dice San Pablo, “niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error” (Efe 4,14).

El P. Masiá, sin embargo, pretende llamar fe adulta a aquella que niega lo que la Iglesia ha venido enseñando desde hace más de 20 siglos. Casi da igual cuál sea el tema. Lo maduro es negarlo, no creerlo. Su última obra de arte heterodoxa tiene como protagonista a Satanás. Dice así:

A la fe adulta le produce vergüenza ajena el espectáculo en you tube de un clérigo romano que pretender hacer creer en la posesión diabólica.

Satanás no forma parte del credo. Si la fe es abandono confiado incondicional en manos de Dios, una persona cristiana no podrá decir que cree en el diablo.

Y

Las tres tentaciones típicas, según el guión de los evangelistas, son símbolo de una única seduccción: convertir la religión en magia al servicio del poder, rendirse ante las ideologías para recibir a cambio migajas de dominio o deslumbrar con un milagro espectacular, de estilo deus ex machina helénico, para obligar a creer.

Vendrá bien, en Cuaresma, desenmascarar tentaciones y desmontar tinglados diabólicos de la religión infantilizada, supersticiosa e inmadura.

Es evidente que ese sacerdote jesuita no cree en la historicidad de los milagros, ni acepta que haya ángeles caídos y espíritus inmundos haciendo de las suyas por el mundo.

Como he dicho tantas veces, el problema no es que Juan Masiá crea o deje de creer en lo que la Iglesia enseña. No, el drama es que lleva así ni se sabe la de años sin que nadie le haya señalado el camino de la conversión hacia la fe católica o la puerta del abandono del sacerdocio y de una orden religiosa cuyo fundador se rasgaría las vestiduras si pudiera antes que contrar entre sus filas con un hereje.

Ni me voy a molestar en replicar los errores de ese artículo Masiá usando la Escritura y el Magisterio de la Iglesia. Cuando la herejía es tan evidente, puede ser una pérdida de tiempo explicar en qué consiste el error. Si acaso, baste señalar aquello que dijo Pablo VI: “Quien rehusa reconocer la existencia de Satanás se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica” (L’Osservatore Romano -Edición española- del 19-XI-72).

A otro nivel se sitúan personajes como Jairo del Agua. No son sacerdotes ni miembros de ninguna orden o congregación religiosa. Pero sí tienen un público entregado que se complace en jalearles cada vez que producen un escrito herético. En el caso del tal Jairo, se dan además ciertas circunstancias que apuntan al hecho del fenómeno sectario. Por ejemplo, su último post es un nuevo ataque frontal a la Cruz de Cristo y a la doctrina de la expiación, pero lo más me ha llamado la atención es que cuenta con el siguiente prólogo:

Imposible comprender la Redención si no partimos de que el Redentor fue un reformador que se rebeló pacíficamente -verdadera oveja negra- contra la ausencia de misericordia y la corrupción de la Religión, único poder civil de entonces.

Esa fue la “causa real y humana” de su muerte cruel. Solo nuestra pequeñez, la tradición judía de la expiación y las disparatadas interpretaciones míticas -aún de buena fe- pudieron imputar a Dios semejante crimen. Ahora podemos verlo. Y debemos pregonarlo al Pueblo creyente, arrepintiéndonos de los ignorantes disparates del pasado.

Si te cierras a la crecida luz de nuestro tiempo, estás rechazando la luz que brota del Redentor, que también nos redime de ignorancias y fantasías míticas. Precisamente porque Él nos encaminó hacia la plenitud humana. ¡Ojalá este cuento y mis próximas meditaciones te sirvan para profundizar, durante la Cuaresma, en tema tan esencial para los cristianos!

¿Notan ustedes la mano del típico líder sectario que lleva a sus lectores a la idea de que si rechazan la luz que emana de sus escritos entonces están rechazando ni más ni menos que la luz de Cristo?

Y no es moco de pavo la enseñanza de este gurú modelo de anticristo. Lean, lean:

Lo que me resulta extrañísimo es que, pasado el tiempo, algunos componentes del “nuevo rebaño” se inventaran el cuento de que la bondadosa “oveja negra” no murió por el odio de aquellos pastores indignos, sino porque su padre Dios la envió al patíbulo para pagar por los pecados de las otras ovejas.

O sea que los responsables de aquel tormento no fueron los injustos pastores criminales, sino el progenitor de la oveja que la envió expresamente a sacrificarse, según un plan previsto y aprobado desde la eternidad. Aquéllos solo fueron los ejecutores materiales de la voluntad de un “dios sádico", que desangró a la pobre “oveja negra", para pagarse a sí mismo el precio del perdón a todo el rebaño. La “oveja negra", tan buena y sanadora, solo fue el instrumento, la “víctima propiciatoria", para el perdón de los pecados de todo el rebaño. ¡Pero qué dislate tan retorcido! ¿A quién se le pudo ocurrir esta patraña?

Oveja sacrificada

Me resulta también extrañísimo que algunos “nuevos pastores” sigan contando que, obtenido el perdón de esa sangrienta manera, la famosa oveja consiguió “la salvación” automática para todos sus congéneres. ¡Ahora ya están perdonados, salvados y redimidos! ¡Ahora todo ha cambiado!

Como dijo San Pablo “…ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que son enemigos de la cruz de Cristo” (Fil 3,18). El mismo apóstol nos enseña el verdadero carácter redentor de la Cruz:

Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con él, perdonando todas nuestras faltas. Él canceló el acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la cruz. En cuanto a los Principados y a las Potestades, los despojó y los expuso públicamente a la burla, incorporándolos a su cortejo triunfal.
Col 2,13-15

Y

En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia.
Ef 1,7

Por no hablar de lo que se nos dice en el libro de Hebreos:

Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies. Y así, mediante una sola oblación, él ha perfeccionado para siempre a los que santifica.
Heb 10,12-14

También San Pedro nos enseñó el valor del sacrificio sangriento de Cristo:

Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes.
1ª Ped 1,18-20

¿Hace falta que cite a los padres de la Iglesia, a los concilios, a los Papas para reafirmar lo que tan claramente aparece en la Escritura sobre esta doctrina? No, no hace falta. Y sin embargo, ahí vemos a ese sujeto de aires y formas literarias beatíficas llamando aberración a lo que es parte del corazón central del cristianismo. El mismísimo Satanás, que como hemos visto en una de las citas fue derrotado por Cristo en la cruz, tendría realmente difícil mejorar lo que Jairo del Agua ha escrito contra la Pasión de nuestro Redentor.

Es por ello curioso que mientras que un sacerdote jesuita hereje se dedica a negar la existencia de Satanás, un seglar hereje “iluminado", prototipo de líder sectario, se encarga de demostrar no solo que existe, sino que está muy activo engañando a incautos y convirtiéndoles en siervos suyos para atacar la cruz de Cristo, para sembrar el error allá donde la Iglesia da testimonio de la verdad.

Uno niega que existe. El otro, niega a Aquél que le derrotó en la Cruz. Ambos le sirven por igual.


Luis Fernando Pérez Bustamante