28.02.12

 

Sí, lo sé. Para muchos soy un pesado que parece vivir obsesionado con dogmas, doctrinas, herejías, cánones, bulas de excomunión, etc. Numerosos son igualmente los que me recuerdan que no tengo autoridad alguna para decir que tal o cual sacerdote, religioso, teólogo o bloguero viven apartados de la fe de la Iglesia. Y luego están quienes piensan que es bueno que ocupe parte de mi tiempo a estos menesteres pero debería de moderar mi tono, mis expresiones, etc.

No es necesario explicar que cuando un católico se pone a rezar a Dios, no se dedica a pensar en las implicaciones del término homousios en la doctrina trinitaria. Cuando va camino de comulgar, no suele meditar sobre el significado de la palabra “transubstanciación”. Y cuando dirige sus ojos a la Madre del Señor, no tiende a reflexionar sobre el alcance de las expresiones marianas de San Ireneo y San Justino Mártir en el siglo II.

De hecho, cuando se nos juzgue al final de nuestros días, no se nos va a poner delante de los ojos un examen de teología. “Al atardecer de la vida, te examinarán del amor“, dijo San Juan de la Cruz. Y San Pablo dice que la caridad pesa más que la fe, cosa que suelen ignorar los solafideístas.

Ahora bien, ¿habrá quien crea que nuestro comportamiento es independiente de aquello en lo que creemos y aquello que confesamos? Voy a poner un ejemplo que creo que sirve para que se entienda lo que quiero decir. Los protestantes creen que María concibió siendo virgen. Y prácticamente no creen una sola doctrina más que tenga que ver con la Madre del Señor. ¿En qué se traduce tal hecho? En que es casi imposible encontrar a un solo protestante en cuya vida devocional y espiritual haya un lugar para la Virgen. Los que hemos recibido la gracia de reconocerla como Madre sabemos bien lo que se pierden con ello. Les pasa algo parecido al no aceptar la doctrina de la comunión de los santos

Pues de igual manera, aquellos bautizados que viven su vida alejados en mayor o menor medida de las enseñanzas de aquella que es Madre y Maestra, de quien es columna y baluarte de la verdad, sufren las consecuencias en sus almas. Quien no acepta la doctrina católica sobre la Cruz, difícilmente podrá creer en el mismo Cristo que cree la Iglesia. Quien se rebela contra la doctrina católica sobre la confesión, se pone en peligro de muerte eterna al negarse a sí mismo el medio ordinario para recibir el perdón de Dios. Quien no acepta la doctrina católica sobre el episcopado y el papado, difícilmente podrá librarse del capricho nefasto del “libre examen", germen de todo error.

Es por ello que los apóstoles señalaron la necesidad de ser obedientes a la fe, a la sana doctrina, a aquello que la Iglesia enseña. San Pablo lo explica de muchas maneras. Hoy quiero señalar esta:

Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados
Rom 6,17

Quien no obedece de corazón a la buena doctrina sigue siendo esclavo del pecado. Da igual lo mucho que se adorne la desobediencia. El libro de Proverbios nos dice que “el camino del necio es derecho en su opinión” (Prov 12,15). Hay soberbia malsana e incompatible con la salvación en quien pretende erigirse como maestro de la Iglesia. Hay rebeldía perversa en quienes siguen el camino de Coré, negando la autoridad eclesial establecida por Dios para edificación de su pueblo. Lean ustedes el capítulo 16 del libro de Números y encontrarán un guión que se repite a diario delante de nuestros ojos en blogs, artículos, reuniones, etc, de los heterodoxos.

San Pablo nos advirtió:

Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.
2 Tim 4,3-4

No hay hereje que no tenga discípulos que siguen sus errores. Es más, la relación entre el maestro de mentiras y sus seguidores suele ser simbiótica. Se retroalimentan unos a otros. A cada escrito del heterodoxo sigue una cascada de apoyos, de mensajes elogiosos, de frases tipo “por fin alguien se atreve a decir lo que muchos pensamos". Y cuanto más se aleja el heterodoxo de la línea de la ortodoxia, más apoyo recibe de aquellos a los que San Pablo describe tan bien en la cita anterior.

Todos deberían conocer la gravedad del pecado de herejía. Vean al lado de qué otros pecados aparece:

… la ley no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros y para todo cuanto se opone a la sana doctrina, según el Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios.
1ª Tim 1,9-11

Es lógico que los apóstoles fueran radicales en advertir del peligro de seguir a los que se separan de la sana doctrina. Incluso en el Apocalipsis vemos a Cristo advirtiendo a dos de las iglesias de Asia del error de consentir entre sus filas a quienes sostenían doctrinas heréticas. Hoy resuenan contundencia esas palabras cuando vemos el silencio eclesial ante determinadas herejías.

La Iglesia no debe admitir el error en su seno. La Iglesia no debe mirar para otro lado cuando entre sus fieles, no digamos nada entre sus ministros, se extiende la herejía. La Iglesia no debe apelar a la caridad como excusa para no disciplinar a quienes llevan a los demás por la senda de la mentira. No hay mayor caridad que salvar las almas. Santiago, inspirado por el Espíritu Santo, lo dejó bien claro:

Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados.
Stg 5,19-20

Eso es lo que, sin autoridad eclesial, intentamos hacer unos cuantos en la red. Eso es lo que, con autoridad eclesial, deberían hacer todos los pastores en todas las diócesis.

Luis Fernando Pérez Bustamante