7.03.12

Me mata usted a mi hijo enfermo para que el sano engorde

A las 12:31 PM, por Luis Fernando
Categorías : Cultura de la muerte, Actualidad, Sociedad siglo XXI

 

Lo primero de todo, quiero rogar a mis lectores cristianos que pidan a Dios por la convresión de los protagonistas de este post. La gracia de Dios llega también a quienes son capaces de matar a sus hijos si en verdad se arrepienten y se entregan a los pies de Cristo.

Mi marido y yo decidimos abortar al bebé enfermo por la mala calidad de vida que iba a tener y para que así el otro bebé sano cogiera más peso y creciera mejor“…

¿Qué puedo uno decir ante semejante declaración de parte? Muchas cosas. O ninguna. Se puede alzar la voz y soltar todo aquello que el corazón indignado quiere expresar o quedarse sin palabras porque no existen aquellas que sirvan para describir lo que se siente.

Lo que ha ocurrido en Cádiz pone ante la opinión pública la realidad del aborto de una manera que incluso los máss ardientes defensores del derecho a matar -lo llaman derecho a decidir- tienen que bajar la cabeza para que no se les note el enrojecimieno que en el rostro produce la desvergüenza.

Todas las barbaridades que rodean al mundo de la cultura de la muerte se dan en este caso. Primero, la maternidad se convierte en un bien de consumo. Es decir, se quiere tener hijos como se quiere tener un buen coche. No es que sea malo querer tener descendencia, pero sí lo es que se use cualquier método, por muy inmoral que sea, para lograr tal fin. Muchos de los que son padres hijos nacidos de la fecundación artificial tienen también un número indeterminados de hijos que permanecen congelados a la espera de ser implantados en el seno de una mujer para poder desarrollarse.

También vemos que se ha impuesto la idea de que determinadas enfermedades hacen que la vida no sea digna de ser vivida. En el caso de esta pareja, uno de sus hijos sufría una dolencia cardiaca que habría hecho muy complicado que el bebé sobreviviera más allá de un año. Aunque también es cierto que hay casos donde llegan a vivir mucho más tiempo. Es cierto que la criatura tendría que pasar buena parte de su vida sometida a operaciones y a tratamientos. Pero, ¿acaso no es eso lo que les ocurre a muchos niños que enferman una vez que han nacido? ¿qué hacemos con ellos? ¿los matamos porque tienen mala calidad de vida? ¿es la muerte, y no el amor y el cariño, la respuesta a la enfermedad de los más pequeños? ¿lo es a la enfermedad en general?

Tremendo es el argumento de que “si matamos al enfermo, el sano engordará más". Matar a un hijo para que el otro nazca más hermoso es una idea propia de seres cuya conciencia haría difícil que fueran aceptados en el mismísimo infierno. Hace unos días, cuando dimos la noticia del artículo publicado en una revista científica británica en el que se abogaba por el derecho a matar a los recién nacidos, alguien escribió el siguiente comentario: “Satanás no tiene nada que ver con esto. No está, salió corriendo, lo hemos asustado". Bien sabemos que Satanás es capaz de esto y de más, pero es claro que el hombre, cuando se aleja de Dios, es capaz de alcanzar un grado de maldad que casi hace palidecer a la del ángel caído.

No olvidemos tampoco el papel de los médicos en esta tragedia. Primero hay uno que hace el diagnóstico que abre las puertas al asesinato legal del niño enfermo. Luego hay otro que “con una aguja fina, larga, hueca, a través de la barriga” de la madre para matar a uno de los gemelos. Sí, se equivoca y mata al sano, pero eso es casi lo de menos. Quien está dispuesto a matar a un feto enfermo de 20 semanas, capaz ya de dar patadas que su madre siente, es un asesino miserable capaz de matar a un feto sano si se lo piden y le pagan por ello. Es seguro que ese tipejo estará hoy más preocupado por la indemnización que tendrá que pagar que por haber matado a un feto sano.

Volvamos a la mujer protagonista de esta historia: “Lloré muchísimo, me quería morir, después de tantos años intentándolo y de seis meses que estaba ya, no me podía creer que un médico cometiese este fallo tan gordo“. Puede que, efectivamente, se quisiera morir. Pero quien había muerto por deseo suyo era su hijo enfermo. El otro murió por un “accidente", por una negligencia médica. Yo no sé si ustedes conocen a muchas personas que dejen de llorar por los seres queridos que mueren tras una enfermedad y solo lo hacen cuando la muerte llega tras un accidente. Pero “haberlas, hailas". Un médico evangélico dijo a un conocido mío que son cada vez más los casos de familias que solicitan que se ponga fin a la vida del “abuelo” o de la “abuela”.

Lo peor de todo es que la sociedad en la que vivimos se ha acostumbrado a este holocausto continuo. Sí, los cristianos practicantes todavía nos escandalizamos, pero somos minoría. Da la sensación de que si llega ahora el tiempo en que siete ángeles derramen las siete copas de la ira divina, los hombres blasfemarían contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepentirían de sus obras (Ap 16).

Señor, ven pronto.

Luis Fernando Pérez Bustamante