13.03.12

¿Por qué es incómodo Benedicto XVI?

A las 3:31 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Benedicto XVI
 

Benedicto XVI es un Papa incómodo para la cultura contemporánea. Lo es porque tiene claras las razones de la crisis que padece la sociedad actual y, sobre todo, porque no tiene pelos en la lengua para denunciarlas públicamente. Pero resulta aún más molesto porque lejos de presentarse como un juez justiciero que condena a diestra y siniestra, imagen que emana de ciertos esbozos que ofrece la prensa generalista, pone el dedo en la llaga desde la sobriedad y la sencillez de un lúcido intelectual.

Muchas de las argumentaciones de Joseph Ratzinger lejos están de ser “políticamente correctas”. Más bien lo opuesto, suelen contrariar a los poderes dominantes que han plasmado ciertas ideas en la opinión pública internacional. Por eso el líder católico y, en general la Iglesia toda, se colocan a menudo en la mira de estos poderosos actores sociales.

A continuación compartimos con los lectores de Sacro&Profano un claro ejemplo de este fenómeno, que se verificó apenas el viernes 9 de marzo en el Palacio Apostólico del Vaticano. Al dirigirse a un grupo de obispos de Estados Unidos, el pontífice ofreció una explicación clara y simple de los principales retos que afronta la Iglesia católica en los campos de vida y familia. No para condenar ni arremeter, sino para brindar luces sobre uno de los aspectos sobre los cuales se juega el futuro de la humanidad.

 

LAS DIFERENCIAS SEXUALES NO PUEDEN DESCARTARSE

Me gustaría hablar de la crisis contemporánea del matrimonio y la familia, y, en general, de la visión cristiana de la sexualidad humana. Es cada vez más evidente que el deprecio de la indisolubilidad de la alianza matrimonial y el rechazo generalizado de una ética sexual responsable y madura, basada en la práctica de la castidad, han dado lugar a graves problemas sociales que acarrean un inmenso costo humano y económico.

Mención especial debe hacerse de las poderosas corrientes políticas y culturales que buscan modificar la definición legal del matrimonio. Los concienzudos esfuerzos de la Iglesia para resistir esta presión requieren una defensa razonada del matrimonio como institución natural, que consiste en la comunión específica de personas, esencialmente enraizada en la complementariedad de los sexos y orientada a la procreación.

Las diferencias sexuales no pueden descartarse como irrelevantes para la definición de matrimonio. La defensa de la institución del matrimonio como una realidad social es, en última instancia, una cuestión de justicia, ya que implica salvaguardar el bien de toda la comunidad humana y los derechos de los padres y niños por igual.

En nuestras conversaciones, habéis señalado con preocupación las dificultades crecientes en la comunicación de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la disminución en el número de jóvenes que se acercan al sacramento del matrimonio. Ciertamente, debemos reconocer las deficiencias en la catequesis de las últimas décadas, que en algunas ocasiones no han logrado comunicar el rico patrimonio de la doctrina católica sobre el matrimonio como institución natural, elevada por Cristo a la dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la sociedad y en la Iglesia, y la práctica de la castidad conyugal.

A nivel práctico, los programas de preparación para el matrimonio deben ser revisados cuidadosamente para asegurar más énfasis en su componente catequética y en la presentación de las responsabilidades sociales y eclesiales que conlleva el matrimonio cristiano. No podemos olvidar el grave problema pastoral que presenta la práctica generalizada de la convivencia, a menudo por parejas que parecen no darse cuenta de que es un pecado grave, por no hablar de sus perjuicios para la estabilidad de la sociedad.

Aliento vuestros esfuerzos para establecer normas claras, pastorales y litúrgicas, para la celebración digna del matrimonio, que encarnen un testimonio inequívoco de las exigencias objetivas de la moral cristiana, demostrando al mismo tiempo sensibilidad y preocupación por las parejas jóvenes.

En este gran esfuerzo pastoral hay una necesidad urgente de que toda la comunidad cristiana recupere el aprecio de la virtud de la castidad. No es simplemente una cuestión de presentar argumentos, sino de apelar a una visión integral, coherente y estimulante de la sexualidad humana. La riqueza de esta visión es más sólida y atractiva que la de las ideologías permisivas exaltadas en algunos sectores que, de hecho, constituye una forma poderosa y destructiva de anti-catequesis para los jóvenes.

En una sociedad que cada vez mas tiende a malinterpretar e incluso ridiculizar esta dimensión esencial de la doctrina cristiana, los jóvenes necesitan estar seguros de que ‘si dejamos entrar a Cristo en nuestras vidas no perdemos nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande’.