14.03.12

Un encuentro entre eclesiásticos que hizo historia

A las 12:15 AM, por Alberto Royo
Categorías : Papas

EL PRIMER ENCUENTRO ENTRE GIUSEPPE SARTO Y MERRY DEL VAL

 

Nacido en Londres el 10 de octubre de 1865 de familia aristocrática española, Rafael Merry del Val y Zulueta realizó sus estudios en Slough, Namur, Bruselas, Durham y, por fin, en Roma, en la Academia de Nobles Eclesiásticos que años después el mismo presidió. Ordenado sacerdote en 1888, doctor en derecho canónico y teología, fue en primer lugar secretario personal del arzobispo Luigi Galimberti y después sucesivamente nuncio apostólico en Alemania, en el Imperio Austro-Húngaro y en Canada. Vuelto a la curia romana, León XIII le nombró consejero para las cuestiones referentes al Index Librorum Prohibitorum y después, como se ha mencionado, Presidente de la Academia de Nobles, a la vez que le elevó a la dignidad arzobispal. Fue nombrado Camarero Secreto Participante de Su Santidad el 31 de diciembre de 1891.

Elegido secretario del cónclave celebrado a la muerte de León XIII en 1903, en dicha ocasión pudo tratar por primera vez al entonces cardenal Sarto, al único que hasta entonces no había tenido ocasión de tratar. En el libro que años después escribió, titulado “Memories of Pope Pius X” con la intención de narrar de primera mano el pontificado de este gran Papa, que otros autores habían contado de modo más fragmentarios, Merry de Val cuenta cómo fue su primer encuentro con el entonces Patriarca de Venecia, que pocas horas después se convertiría en Pío X. De dicho cónclave salió non solamente un Papa Santo, sino también un estrecho colaborador suyo que también camina hoy hacia la gloria de los altares por su testimonio de santidad.

Dejemos que el mismo autor nos cuente aquel encuentro:

“Puede parecer extraño, pero la verdad es que nunca había tratado con el Cardenal Sarto antes de julio de 1903, cuando el Sacro Colegio, tras la muerte de su Santidad León XIII, se reunió en el cónclave. Conocía por lo menos de vista a cada uno de los cardenales presentes entonces en Roma, porque durante los ocho años que había pasado en el Vaticano al servicio de León XIII como Camarero Secreto había tenido ocasiones frecuentes de acercarme a todos los miembros del Sacro Colegio, pero por una circunstancia u otra nunca había tratado con el Cardenal Sarto.

Fue el lunes 3 de agosto de 1903 cuando tuve el privilegio de hablar con él por primera vez. El día antes había sido testigo del veto odioso de los políticos austríacos contra el cardenal Rampolla. Según mi parecer, éste de todas formas no habría sido elegido Papa de ningún modo, porque la mayoría de los electores estaban firmemente decididos a elegir a otro candidato. Pero tuvo una posibilidad de conseguir los votos necesarios porque la declaración del cardenal Puszyma en nombre del emperador de Austria provocó una enérgica protesta en defensa de la libertad del cónclave y de los derechos de la Iglesia.

La mañana del 3 de agosto, inmediatamente después de la primera reunión de los cardenales en la capilla Sixtina, el cardenal decano, Origlia de Santo Stefano, me habó en modo serio y profundo de su creciente ansiedad con respecto a la elección. Parecía que no hubiese posibilidad de un buen resultado del cónclave -así lo decía el eminentísimo cardenal decano- mientras el cardenal Sarto, cuyos votos cada vez aumentaban más continuase en su rechazo firme y rotundo de aceptar el papado.

Su eminencia se sentía obligado en conciencia a procurar que las cosa no se alargase demasiado y con este fin me mandó al cardenal Sarto a preguntarle si todavía insistía en oponerse a ser elegido y si por tanto daba permiso al decano a hacer una declaración pública y definitiva sobre ello en la reunión de la tarde. Así, el decano invitaría a sus colegas a reflexionar sobre la oportunidad o no de pensar en algún otro candidato.

Fui a buscar al cardenal Sarto. Me dijeron que no estaba en su habitación y que probablemente lo encontraría en la Capilla Paulina. Era cerca del mediodía cuando entré en aquella capilla silenciosa y oscura. La lámpara ardía con luz viva ante el Santísimo Sacramento y, en alto sobre el altar, a los lados del cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo, había otras velas encendidas.

Vi un cardenal arrodillado sobre el suelo de mármol, a poca distancia del altar, absorto en oración profunda, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en un banco. Era el cardenal Sarto. Me arrodillé a su lado y, con voz baja, le expliqué lo que me habían encargado. En cuanto le expliqué mi misión, su Eminencia levantó la cabeza y volvió lentamente su cara hacia mí, mientras lágrimas abundantes brotaban de sus ojos.

Ante una tal angustia, casi contuve el respiro esperando su respuesta. ‘Sí, sí, Monseñor’ -me susurró dulcemente- ‘diga al cardenal decano que me haga esa caridad’ (se refería a anunciar a los electores su decisión de no aceptar el pontificado). En ese momento me pareció que el repetía las palabras del divino Maestro en el huerto de Getsemaní: Transeat a me calix iste. El fiat tardaba en llegar.

Las únicas palabras que pude pronunciar y que me vinieron espontáneas a los labios fueron: “Eminencia, tenga ánimo, el Señor le ayudará". El cardenal me miró fijamente con aquella mirada profunda que después, por una disposición admirable de la Providencia, tendría ocasión de aprender a conocer tan a fondo. y añadió simplemente: ‘Gracias, gracias’.

Escondió de nuevo el rostro entre las manos y siguió con su oración. Entonces me retiré, pero nunca podré olvidar la profunda impresión que tuve de una angustia tan intensa como la que vi en mi primer encuentro con el cardenal patriarca de Venecia. Era la primera vez que trataba al cardenal Sarto y sentí que había estado con un santo.

Algunas horas más tarde, antes que el cardenal decano pudiese comunicar al Sacro Colegio el propósito firme del cardenal Sarto de no aceptar el pontificado, este cedió a las insistentes peticiones de sus eminentísimos colegas y, tras la reunión de la tarde, estaba claro que al día siguiente sería elegido Papa con una gran mayoría de votos.”

Después de contar Merry del Val los primeros momentos del nuevo Papa Pío X, explica como al final de aquel día de la elección papal, cuando todos los cardenales se habían retirado a descansar ya fuera del Palacio Apostólico y él mismo se disponía a irse a su casa, pues su función como secretario del cónclave había concluido, se acercó a la mesa del Papa a despedirse de él y éste, “apoyando su mano en mi hombro, me dijo: ‘Monseñor, ¿Me quiere abandonar? No, no, quédese conmigo. Todavía no he decidido nada, no sé qué voy a hacer. Por ahora no tengo a nadie, quédese conmigo como pro-secretario de Estado… después veremos´

Esta fue su primera conversación con el Papa que, un mes después lo habría de nombrar secretario de Estado -tras consultar al colegio Cardenalicio, que en esta cuestión se mostró unánime-, lo elevaría al cardenalato con sólo 38 años y haría de él su más íntimo colaborador durante su difícil pontificado.