Hay que mirar hacia adelante

 

2012-03-17 | L’Osservatore Romano


La imagen de la Curia romana que se ha trasmitido en la opinión pública muchas veces no se corresponde con la realidad, que es claramente mejor, aunque ofuscada por la grave deslealtad de algunos. Y precisamente la deslealtad está en la base de las fugas de documentos que han tenido repercusión mediática especialmente en Italia. Sobre este deplorable y triste fenómeno está en curso una investigación en varios niveles, y el deseo es que se restablezca un clima de confianza. El Papa, mantenido al corriente en todo momento y dolorido, está sin embargo sereno y mira hacia adelante. Son estos los puntos principales de una conversación del sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo Angelo Becciu, con «L’Osservatore Romano» .

«No había trabajado nunca aquí, y desde que he llegado, el pasado 31 de mayo, he descubierto poco a poco personas dedicadas al servicio de la Santa Sede, devotas al Papa, competentes, sanamente orgullosas de su trabajo». Diplomático en siete países de cuatro continentes (sólo le falta Asia) y nuncio apostólico en Angola y en Cuba, monseñor Becciu subraya —en contraste con la imagen, difundida durante estos días, de una Curia como lugar de carreras y complots— el hecho de que la Curia es «una realidad lejana de esa clase de estereotipos».

La memoria se remonta al discurso que Pablo VI pronunció el 21 de septiembre de 1963: la Curia papal tiene la función «de ser custodia o eco de las verdades divinas, y de hacerse lenguaje y diálogo con las personas», y «de escuchar e interpretar la voz del Papa, y al mismo tiempo, de hacer que cuente con toda la información útil y objetiva». Precisamente de Roma «durante los últimos cien años ha llegado el gobierno regular, incansable, coherente, estimulante, que ha llevado a toda la Iglesia no sólo al grado de expansión exterior, que todos han de reconocer, sino también de sensibilidad y vitalidad interior». La Curia, dijo el Pontífice que pasó treinta años en ella, «no es un cuerpo anónimo, insensible a los grandes problemas espirituales», y tampoco «una burocracia, como sin razón la juzga alguno, pretenciosa y apática, sólo canonista y ritualista, un gimnasio de ambiciones ocultas y de sordos antagonismos, como otros la acusan», sino «una verdadera comunidad de fe y de caridad, de oración y de acción». De este modo —concluía Pablo VI recurriendo a una imagen evangélica querida para él— «como lámpara sobre el candelero, esta antigua y siempre nueva Curia Romana» iluminará a cuantos están en la Iglesia.

Tonos análogos se encuentran en la visita que Benedicto XVI llevó a cabo a su Secretaría de Estado el 21 de mayo de 2005, algo más de un mes después de la elección en cónclave, y en sus palabras entonces improvisadas: «A la competencia y a la profesionalidad del trabajo que se realiza aquí, se suma también un aspecto particular, una profesionalidad particular: el amor a Cristo, a la Iglesia y a las almas, forma parte de nuestra profesionalidad. Nosotros no trabajamos, como dicen muchos del trabajo, para defender un poder. No tenemos un poder mundano, secular. No trabajamos por el prestigio, no trabajamos para hacer crecer una empresa o algo semejante. Nosotros trabajamos, en realidad, para que los caminos del mundo se abran a Cristo. En definitiva, todo nuestro trabajo, con todas sus ramificaciones, sirve precisamente para que su Evangelio, y así la alegría de la Redención, pueda llegar al mundo».

También hoy el sustituto cree que debe confirmar este juicio positivo: el trabajo que se realiza hoy en la Secretaría de Estado es «desinteresado y de buen nivel, tanto entre los eclesiásticos como entre los laicos». En los últimos tiempos «alguien me ha confesado que se avergonzaba de decir que trabajaba en el Vaticano —prosigue monseñor Becciu— y yo le he respondido: levanta la cabeza y, al contrario, siéntete orgulloso». Los pocos que se han comportado de modo desleal «no deben ofuscar esta realidad positiva». Respecto de ellos el arzobispo usa palabras duras: miren más bien a su conciencia, porque es «deslealtad» y «cobardía» aprovecharse de una «situación de privilegio» para publicar documentos «cuya reserva tenían la obligación de respetar».

Por ello la Secretaría de Estado ha puesto en marcha una meticulosa investigación que afecta a todos los organismos de la Santa Sede: a nivel penal dirigida por el Promotor de justicia del Tribunal vaticano, y a nivel administrativo realizada por la misma Secretaría de Estado, mientras que el Papa ha encargado a una comisión superior arrojar luz sobre todo el caso. «El deseo es que se recomponga la base de nuestro trabajo: la confianza recíproca», que obviamente presupone «seriedad, lealtad, corrección». Benedicto XVI, a pesar del dolor que todo esto le provoca, «nos anima —concluye monseñor Becciu— a mirar hacia adelante, y su testimonio diario de serenidad y de determinación es un estímulo para todos nosotros».

g.m.v