Fe y Obras

Amar a Dios sobre todas las cosas

 

19.03.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Antes que nada, tengo que agradecer que se me permita dirigirme a los hermanos en la fe que tengan a bien acercarse a esta parte de la red de redes que tiene por nombre www.sotodelamarina.com y que, desde ella, pueda servir lo mejor que pueda a la Esposa de Cristo y, así, a Dios mismo.

Y, ahora, como suele decirse, entremos en harina.

Nadie ha podido sostener, siquiera decir, que ser cristiano y, por eso mismo, discípulo de Cristo, sea nada fácil. Si ya dijo el Maestro que Él mismo no tenía “donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20) no vamos a querer ser los discípulos mejor que el Maestro (cf. Lc 6, 40).

Partimos, por lo tanto, de una dificultad no pequeña y que, en muchas ocasiones, nos puede llevar a decepciones que no podemos dejar de tener en cuenta.

Sin embargo, como Dios sale al encuentro de la desesperación de su pueblo, le dicta a Moisés unas tablas donde fija su Ley. Es Santa y, por lo tanto, debe ser cumplida por aquellos que se dicen sus hijos si es que quieren que el Creador no tenga por seguro que le han abandonado y se han ido con ídolos que tienen boca pero no hablan y oídos y no oyen (cf. Salmo 135, 16-17) y buscando unas mundanidades que tienen todo lo nigérrimo que pueda esperarse de lo carnal frente a lo espiritual.

Decimos, por lo tanto, que resulta un tanto trabajoso ser cristiano. No es un trabajo que sea remunerado si hablamos del punto de vista humano pero el esfuerzo, como obra, y la oración, como acercamiento a Dios, han de ser tenidos por el Padre como digno ejemplo de recompensa eterna. Y es que la Fe y las Obras son esenciales, en cuanto concepto que queremos desarrollar (creencia y consecuencia de la misma) para no quedarnos cojos espiritualmente hablando o mancos y sin ser dignos instrumentos de Dios.

En “Es Cristo que pasa” (21), nos dice San Josemaría algo que no deberíamos olvidar en orden a saber lo que somos. Es que “Recordar a un cristiano que su vida no tiene otro sentido que el de obedecer a la voluntad de Dios, no es separarle de los demás hombres. Al contrario, en muchos casos el mandamiento recibido del Señor es que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado, viviendo junto a los demás e igual que los demás, entregándonos a servir al Señor en el mundo, para dar a conocer mejor a todas las almas el amor de Dios: para decirles que se han abierto los caminos divinos de la tierra”.  Y es, que al fin y al cabo, en las tablas que hemos citado arriba el primero de los puntos que grabó Dios en el corazón del hombre es, precisamente, la obligación grave de amarlo sobre todas las cosas, con todo el corazón y toda nuestra alma.

Y, entonces, empieza a verificarse la dificultad de reconocer la filiación divina que nos contempla y desde la que nos dirigimos al mundo con algo más que decir “sí, señor” a todas sus propuestas. Es más, plantearse el “amarás a Dios...” es un punto de partida desde el cual todo se soluciona o todo se complica.

Se facilita nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios cuando comprendemos que se nos pide que pongamos a nuestro Padre por encima de todo. Por lo tanto, bastaría con someternos a su voluntad y asunto concluido. Pero la misma es, muchas veces, exigente con nosotros y siempre va más allá de lo que nuestro alicorto pensamiento nos dicta que hagamos. Dios siempre quiere lo que nosotros somos capaces de querer y de hacer por el bien de nuestra alma. Y eso es bueno para nosotros pero, a veces, un tanto alejado de nuestro egoísmo como seres humanos que miran más hacia su propio horizonte y menos hacia arriba, vía vertical que se dirige a Dios desde nuestro corazón.

El Creador puso en nosotros una serie de talentos con los cuales tenemos que transformar una vida humana común en una que lo sea sobrenatural. Tal sobrenaturalidad está al alcance de aquellos creyentes que crean y que, de verdad, se sepan hijos de Quien mantiene la creación y sostiene, con sus entrañas de Misericordia, todos los pilares sobre los que edificamos nuestra existencia y que gozamos llamar “fe y luz”.

Por eso, amar a Dios sobre todas las cosas no es, sólo, el primer Mandamiento de la Ley que el Creador entregó al conductor del pueblo elegido sino que es, aún siendo eso, algo más: el establecimiento de un punto de partida sin el cual nada de lo demás tiene sentido y contra el cual sólo están el Mal y sus siervos.

Eleuterio Fernández Guzmán
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