Fe y Obras

Comienza todo

 

30.03.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Toda la historia de la salvación del hombre empezó tal como la dejó escrita el discípulo que fuera recaudador de impuestos, Mateo. En su Evangelio (21, 1-11) dice que

“Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:

‘Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.

Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta:

‘Decid a la hija de Sión: "Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila".’

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!’

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:

‘¿Quién es éste?’

La gente que venía con él decía:

‘Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.

Y aquello fue lo que, en aquel primer Domingo de Ramos de la historia de la salvación, se produjo. Era bien cierto que muchos de los que habían escuchado, seguido y visto a Jesús no estaban de acuerdo ni con lo que decía ni lo que hacía aunque es bien sabido que la persecución que sobre Él recayó no fue por los milagros (vistos como signos divinos) sino porque decía la Verdad de Dios y eso molestaba a algunos poderosos.

Pero Jesús tenía que entrar en Jerusalén como lo hizo. Así mostraba mucha diferencia entre lo que decían que tenía que ser el Mesías y lo que Él era: el Enviado, el Ungido por Dios para salvar a la humanidad a cambio de su propia sangre. Por eso era manso y humilde de corazón.

En cada rama de árbol, en cada palma agitada por aquella muchedumbre brillada aquel grito del pueblo que espera al Mesías y que sabe que lo tiene delante y eso les hace gozar y saltar de alegría. No hace falta que hablen las piedras (cf. Lc 19, 40) sino que es suficiente que lo hagan los que han creído en él.

Ramos, domingo, primer día de la semana del cristiano, es una forma de decir que Jesús se encarnó para llegar a tal momento. Como estaba escrito desde la misma eternidad, aquel hombre que había predicado durante unos años iba a cumplir con todo, palabra por palabra, lo que había sido dicho y que ya Isaías, profeta, había comprendido y escrito.

“Varón de dolores” (Isaías, 53, 3) es como aquel hombre definió a Quien tenía que sufrir y que, cordero llevado al matadero (Isaías, 53, 7) se entrega para que muchos se salven en cuanto crean en Él.

Domingo de Ramos en el tiempo que, desde entonces, nos llama para que cumplamos con lo que nos toca cumplir: seguir a Cristo y ser buenos hijos de Dios que, con serlo, llevan en su corazón el grito de bienvenida a Cristo.

Comienza todo cuando los mantos son puestos en el suelo (cf. Lc 19, 36) para que los pise el Hijo de Dios y que, con aquel gesto de entrega, todos sepan que el Creador ha creído propio de su divinidad traernos al mundo a Quien sabe que es Quien es.

No extraña, pues, que Benedicto XVI, en la celebración del Domingo de Ramos de 2007 dijera que

“En la procesión del domingo de Ramos nos unimos a la multitud de los discípulos que, con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor aclamándolo por todos los prodigios que hemos visto. Sí, también nosotros hemos visto y vemos todavía ahora los prodigios de Cristo: cómo lleva a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de su vida y a ponerse totalmente al servicio de los que sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía para oponerse a la violencia y a la mentira, para difundir en el mundo la verdad; cómo, en secreto, induce a hombres y mujeres a hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad.”

En realidad, aquel Domingo de Ramos, en el que todo comenzaba a tomar forma de Verdad, era, para nosotros, el primer día de nuestra salvación eterna.

Eleuterio Fernández Guzmán
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