Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un
encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único,
que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos
libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos
libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve
nuestra dignidad. He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi
esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha
dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal.
«Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien
encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi
vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha
hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.
Pero María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que
ver a Jesús rechazado por los jefes del pueblo, capturado,
flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe haber sido
insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana,
la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada
por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la
esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó
de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen
María, la madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza
también en la oscuridad de la noche. En este mundo, la esperanza
no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es
solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún
las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de
la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos
el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús
aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el
silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya
parecía vana.
Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra
el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a
las otras mujeres, a los discípulos. La fe renace más viva y más
fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia
decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y,
muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la
resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte,
del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi
Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, /
sudarios y mortaja».
Queridos hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces
– y sólo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia
la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es
alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente
confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el
resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy,
vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las
comunidades cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe,
por discriminaciones y persecuciones. Y está presente como fuerza
de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación
humana de sufrimiento e injusticia.
Que Cristo resucitado otorgue esperanza a Oriente Próximo, para
que todos los componentes étnicos, culturales y religiosos de esa
Región colaboren en favor del bien común y el respeto de los
derechos humanos. En particular, que en Siria cese el
derramamiento de sangre y se emprenda sin demora la vía del
respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también
la comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos
provenientes de ese país y necesitados de asistencia humanitaria,
encuentren la acogida y solidaridad que alivien sus penosos
sufrimientos. Que la victoria pascual aliente al pueblo iraquí a
no escatimar ningún esfuerzo para avanzar en el camino de la
estabilidad y del desarrollo. Y, en Tierra Santa, que israelíes y
palestinos reemprendan el proceso de paz.
Que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las
comunidades cristianas del Continente africano, las dé esperanza
para afrontar las dificultades y las haga agentes de paz y
artífices del desarrollo de las sociedades a las que pertenecen.
Que Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de
África y favorezca su reconciliación; que ayude a la Región de los
Grandes Lagos, a Sudán y Sudán del Sur, concediendo a sus
respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y que a Malí, que
atraviesa un momento político delicado, Cristo glorioso le dé paz
y estabilidad. Que a Nigeria, teatro en los últimos tiempos de
sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual le infunda
las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad
pacífica y respetuosa de la libertad religiosa de todos sus
ciudadanos.
Feliz Pascua a todos.