4.05.12

 

El progresismo eclesial anda bastante inquieto ante la constatación de que su influencia en el presente y en el futuro de la Iglesia Católica muestra un aspecto más bien oscuro. De no ser por el eco que encuentran en los medios de comunicación más laicistas y anticlericales, su poderío mediático sería equiparable a su nivel de fidelidad al magisterio. O sea, insignificante.

Hay una organización que se caracteriza por reunir lo peor de lo peor de dicho sector pseudo-católico. Me refiero a Redes Cristianas. No hay movida heterodoxa que no apoyen. No hay manifiesto público contrario a la Iglesia emitido desde la izquierda política al que no se sumen. Llegaron incluso a formar parte de la organización de la manifestación contra la visita del Papa a Madrid en la pasada JMJ. Sí, esa que acabó con manifestantes arremetiendo contra jóvenes peregrinos. Redes Cristianas son, por tanto, la versión para-eclesial del mundillo de los anti-sistema.

Es por ello que cuando he leído hoy en El País que Evaristo Villar, ese personaje eclesialmente siniestro que llegó a pedir a la Fiscalía General del Estado que vigilara las palabras del Papa en España, ha anunciado la convocatoria de una Asamblea Universal del Pueblo Cristiano -¡cuanta pomposidad vacua!- desechando la idea de un nuevo concilio ecuménico, he llegado a la conclusión de que no sería cosa mala convocar dicho concilio. Si los enemigos internos de la Iglesia lo temen, es posible que sea la solución a la crisis de secularización interna que hemos sufrido en los últimos 40 años.

Dice Evaristo que “a los concilios solo asisten los obispos. Un nuevo Vaticano II sería peor que el de Trento. Nos llevaría a la Edad Media y a nuevas divisiones, sin profundizar en las causas de la crisis y en sus soluciones“. No me negarán ustedes que resulta peculiar el odio enfermizo, por no decir satánico, que el progresismo eclesial tiene hacia el Concilio de Trento. Ni el más rabioso de los reformadores protestantes renegó tanto de aquel concilio como lo hacen los herejes progres de hoy en día. Esa gente reniega de la Iglesia Católica de la Contrarreforma, la que plantó cara al error protestante y que puso las bases para una reforma auténtica. Trento ejerce en el progre-eclesial el mismo efecto que el agua bendita y un crucifijo en un endemoniado.

Dice más este señor: “Somos los hijos del Concilio Vaticano II. Nos hemos educado en sus textos, pero no fue una asamblea del pueblo cristiano, sino de la jerarquía. Hubo entonces un manojo de obispos y de teólogos muy ilustrados, muy en la actualidad, pero desde entonces todo ha sido retroceso. Además, faltó autocrítica hacia la cerrazón de la curia vaticana“. Yo más bien diría que son hijos ilegítimos de ese sector de la Iglesia que se prostituyó entregándose en manos de una interpretación rupturista del CVII con la Tradición. Si uno lee los textos del Concilio, no encuentra nada, absolutamente nada, que apoye las tesis de estos farsantes. De hecho, si el CVII no ha producido todos los frutos que podían esperarse del mismo, eso es debido a la acción corruptora de esta gente así como a la pasividad pastoral que les ha permitido ser vivir en el seno de la comunión eclesial cual garrapata infecta. Quizás suene muy tredentino lo que voy a decir, pero creo que medio centenar de excomuniones a tiempo habrían sanado esa enfermedad. Pero no tiene sentido llorar ahora por la leche derramada hace décadad. Y en todo caso, a Villar y sus secuaces ya no les vale el Vaticano II. Demasiado “light” para sus deseos revolucionarios.

Como bien sabemos, al lado de todo gran hombre hay una gran mujer. Y con Redes Cristianas no iba a ser menos. Por eso, junto a Evaristo encontramos a Raquel Mallavibarrena. Ayer estuvo especialmente aguda, ingeniosa, penetrante y sagaz. Dijo que “cada vez hay una mayor separación entre cómo avanza el mundo y el comportamiento y los mensajes de las autoridades eclesiásticas“. Pues tiene razón doña Raquel. Efectivamente, el mundo va por un lado y el mensaje de los obispos por otro. Y ya es triste porque, como todos sabemos, Cristo nos pidió que nos dejáramos “evangelizar por el mundo, adaptando vuestro mensaje a sus modas y costrumbres éticas, morales y doctrinales". Quién duda de que el Señor pidió a su Iglesia que se dejara salar por el mundo. ¿Acaso no reclamó que escondiéramos cualquier luz que pudiera molesar a las tinieblas? Y claro, no se puede consentir que haya obispos empeñados en llevarle la contraria a ese hombre de Nazaret, al precursor del Ché y del comunismo libertario.

La señora Mallavibarrena aseguró que “el Vaticano no sabe qué hacer. Condena a teólogos, desautoriza a religiosas en Estados Unidos porque trabajan con los pobres y contempla cómo en muchos países, como ahora en Austria, cientos de sacerdotes se plantan en desacuerdo con sus jerarquías. Pero somos optimistas. El clero también se está movilizando. Hay que volver a aquel impulso, para democratizar y hacer más participativa nuestra iglesia, y lograr que sea una confesión de iguales, que lucha por la justicia social y por los más necesitados“. Es curioso, pero pienso exactamente lo contrario. El Vaticano sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Y además, loado sea el Altísimo, lo está haciendo. El Papa ha sido claro en la homilía de la última Misa Crismal. La Congregación para la Doctrina de la Fe está cumpliendo con su función en las úlimas semanas con una intensidad desconocida en las últimas décadas. Y es bastante probable todo ello lleve a que muchos obispos se decidan a ser más activos en el cumplimiento de su deber de velar por la sana doctrina.

Si se confirman las espectativas que tenemos aquellos que anhelamos un combate más vigoroso por parte de la Iglesia contra los agentes del error y de la secularización que tiene dentro, dará igual que los de Redes Cristianas y organizaciones parecidas organicen asambleas, convecciones o sentadas en la plaza del Sol. Es obvio que, salvo el carácter que imprime el bautismo, no corre por sus venas ni una gota de sangre católica. Pueden montar una “iglesia” a imagen y semejanza de sus creencias. Ya lo han hecho muchos otros a lo largo de la historia. Pero, a ser posible, que dejen en paz a la Iglesia Católica. Que nos dejen en paz a los católicos. O se convierten a la fe de la Iglesia, Dios lo quiera y se lo conceda, o no queremos nada con ellos, pues “han seguido el camino de Caín” y han perecido espiritualmente “en la contradicción de Coré… se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto” (Jud 11-12).

Luis Fernando Pérez Bustamante