10.05.12

¿Y si nos quedamos sin cierto tipo de energía?

A las 12:20 AM, por Eleuterio
Categorías : Defender la fe
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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No crea nadie que se me ha ido de la chaveta (que me haya vuelto loco) ni que esté haciendo de profeta. Sólo voy a tratar de ver qué es lo que pasaría si…

Vivimos en una sociedad que es, tecnológicamente, muy avanzada. Al menos en occidente tenemos una dependencia muy grande de determinadas realidades físicas sin las cuales, sencillamente, nuestro mundo y nuestra vida serían otro mundo y otra vida.

Así, por ejemplo, imaginemos que, de repente y por un periodo muy extenso de tiempo la energía eléctrica desaparece de nuestro mundo y no hay, por así decirlo, alternativa a tal situación.

Los problemas no serían, precisamente, escasos o poco profundos.

Hagamos un recorrido de lo que no se podría hacer y veremos si, en primer lugar, dependemos en exceso de eso y, en segundo lugar, si las consecuencias serían graves.

Quien tenga por costumbre poner en funcionamiento un despertador eléctrico no podría hacerlo. Se puede decir que también hay que funcionen con pilas pero es probable que se encarecieran mucho cuando todos quisiéramos hacer lo mismo y, con el tiempo, tampoco tendríamos el remedio de la normal, alcalina o extraduradera. Levantarse a determinada hora empezaría a ser un problema y las consecuencias derivadas de tal realidad otro muy grande.

Luego, quien tenga, para su uso, una cocina eléctrica que sólo tenga tal sistema, dejaría, de forma automática de poder desayunar nada caliente. Tampoco se podría hacer unas tostadas quien haga uso de tostador eléctrico…

Quizá alguien pueda pensar que todo esto no es más que algo material y que se pueden hacer otras cosas y de otra forma pero si, en verdad, se para a pensar en el mundo en el que vive dejará de creer que otras cosas a lo mejor no son tan posibles.

Pero sigamos con la andadura diaria de muchas personas.

Quien, por ejemplo, no tenga vehículo particular y, es un decir, tenga que desplazarse al lugar de trabajo mediante el metro o transporte subterráneo podría ir pensando en otra forma de recorrer, es otro decir, los 10, 15 o 20 Km. que separan su casa del lugar donde gana el dinero que necesita para vivir. Seguro que podría desplazarse mediante otro transporte público como, por ejemplo, el autobús o el taxi. Sin embargo, como tampoco funcionarían los semáforos ni otras señales por el estilo no hay que decir que el caos sería lo que reinaría en las calles. Llegar, así, al sitio donde se trabaja sería casi imposible si el mismo distara algunos kilómetros de la vivienda de cada cual.

Pensemos, por ejemplo, que ha podido llegar, es un decir, a la oficina o al colegio o al supermercado… ¿Qué haría allí si tampoco ningún aparato funcionara a causa del apagón general? Algunos trabajos sería, simplemente, imposible llevarlos a cabo. Retrocederíamos no años sino siglos en el tiempo con todo lo que eso supondría.

Y quien, al regresar del lugar de trabajo (en caso de que fuera manual y de que no hiciera uso de nada eléctrico) quisiera relajarse escuchando música o haciendo lo propio con algún programa preferido de su emisora de cabecera (recomendablemente religiosa y católica) y el reproductor o aparato de radio no funcionara a pilas (arriba ya hemos dicho lo que pasaría con las mismas en muy poco tiempo) se quedaría fastidiado y sin relajo…

Y si alguien piensa que esto no es más que un capricho y que se puede vivir sin tales cosas, que vaya pensando en su misma vida y que luego opine lo que crea conveniente.

Y así podríamos seguir un buen rato con todo aquello que dejaría de ser como era si por un periodo largo, muy largo (de años o para siempre) la energía eléctrica dejara de estar al alcance de cualquiera.

Pues, exactamente, pasa igual en materia espiritual. Pero peor…

Somos personas que nos decimos creyentes y, por eso mismo, nos apoyamos, en nuestra vida y para la misma, en la energía que, como poder o virtud para obrar Dios nos dona y nos entrega como si fuera nuestra aún siendo suya y creación de su corazón y a la que bien podemos llamar luz de Dios.

Con la luz de Dios caminamos en la seguridad de que es la única forma de hacer lo que nos corresponde como sus hijos y de que sin ella nuestra vida no sólo permanecería en la oscuridad sino que, simplemente, dejaría de tener sentido de cara a nuestra salvación eterna.

Por otra parte, la luz de Dios nos es entregada en el momento de nuestra formación como seres humanos o, por decirlo con otros términos, en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide que es, exactamente, cuando otra vida, la nuestra en este caso, ha venido a formarse. Y esa luz nos acompaña siempre aunque, a veces, la abandonemos o le demos de lado por intereses, siempre, egoístas.

Sin la luz de Dios perderíamos la razón de ser espiritualmente hablando y nos quedaríamos sin lo que ilumina nuestra vida y hace de la misma un proyecto acompañado por la savia del Creador. Volveríamos a tiempos espirituales propios en los que no contaba para nada Dios y nada el Creador porque no era nada para nosotros. Aún sería peor si lo teníamos como Dios y como Creador porque aún se trastocaría más nuestra vida espiritual porque donde estaba Quien todo lo creó y mantiene quedaría, exactamente, la nada y seríamos candidatos a ser unas de las personas de las que, muy atinadamente escribe Chesterton, atribuye creer en cualquier cosa cuando dejan de creer en Dios y, por lo tanto, en su luz.

Perder la luz de Dios es, por decirlo pronto, una manera perjudicial para nuestra vida y nuestra existencia. La única diferencia entre tal luz y la otra a la que hemos hecho referencia arriba es que el caso concreto de la pérdida de la segunda no sería culpa de ninguno de sus usuarios pero la que sería perdida de la de Dios sería atribuible, con casi toda seguridad, al devenir propio de cada cual. Y eso, se diga lo que se diga, es bastante triste y muestra el errado sentido que toma, muchas veces, nuestra vida.

Eleuterio Fernández Guzmán